El edificio en el que vivían tenía ese encanto nostálgico de las construcciones antiguas de Buenos Aires: techos altos, escaleras de mármol desgastado, y un ascensor de puertas de hierro que funcionaba cuando quería.
Marizza Spirito, ilustradora freelance, había escogido el lugar por su carácter bohemio y la tranquilidad que le ofrecía para trabajar. Pablo Bustamante, en cambio, había llegado ahí de casualidad, después de una ruptura que lo había dejado buscando un sitio donde empezar de nuevo.
Vivían en pisos opuestos. Marizza en el sexto; Pablo en el segundo. No se conocían demasiado, salvo por un par de encuentros casuales en el ascensor, o cuando se cruzaban en la entrada. Marizza lo había calificado mentalmente como el típico niño rico perdido, y Pablo la veía como una chica extravagante que probablemente pasaba demasiado tiempo leyendo poesía.
Todo cambió una tarde, cuando al regresar del supermercado cargando bolsas, Marizza se dio cuenta de que el ascensor no funcionaba. Los números del tablero no respondían y las puertas de hierro permanecían abiertas como si invitaran a los vecinos a subir a pie. Suspiró resignada. Con las bolsas en mano, se dispuso a subir las escaleras.
—¿Problemas? —una voz masculina la detuvo al pie del segundo piso. Pablo estaba en la puerta de su departamento, con una bolsa de basura en la mano.
Marizza alzó la vista, con una ceja arqueada.
—No, estoy entrenando para el maratón de las bolsas de supermercado —replicó, sin perder el ritmo.
Pablo soltó una pequeña risa y dejó la bolsa en el suelo, acercándose a las escaleras.
—Espera, yo te ayudo.
Marizza lo miró sorprendida. Desde que lo había visto mudarse, nunca habían intercambiado más que saludos corteses. Sin embargo, esta vez, él parecía genuino.
—¿Y a qué se debe tanta amabilidad? —preguntó ella, entregándole una de las bolsas.
—Llamémoslo una buena acción del día —respondió él con una sonrisa despreocupada—. Además, necesito subir al quinto piso a dejar algo a un amigo. Así que mato dos pájaros de un tiro.
—Qué considerado —replicó Marizza, sin terminar de creerse su repentina caballerosidad.
Subieron en silencio durante los primeros tramos. Marizza notó que Pablo llevaba el ritmo sin quejarse. No parecía ser el tipo de chico que tuviera que cargar cosas pesadas a menudo, pero lo hacía sin decir nada. Cuando llegaron al cuarto piso, ella no pudo evitar hacer un comentario.
—Vaya ¿haces ejercicio? —preguntó con tono irónico.
Pablo sonrió y se encogió de hombros.
—Algo así. Es decir, no cargo bolsas todos los días, pero puedo manejarlo.
Marizza soltó una risa. Le sorprendía lo relajado que parecía. Se habían cruzado tantas veces en los pasillos y ascensor, pero nunca había pensado que pudieran tener una conversación normal.
—¿Qué haces tú, Marizza? —preguntó Pablo de repente.
—Soy ilustradora —respondió ella, con una ligera sonrisa—. Trabajo desde casa.
—Vaya, eso suena... interesante —dijo Pablo, buscando la palabra correcta.
—Es una forma elegante de decir "poco rentable" —respondió Marizza, y ambos rieron.
Llegaron al quinto piso. Pablo dejó las bolsas en el suelo, y Marizza lo observó mientras tocaba la puerta de un amigo. Él intercambió un par de palabras y regresó.
—Listo —dijo, recogiendo las bolsas nuevamente—. Ahora sí, te llevo hasta el sexto.
—Podría hacerlo sola, ¿sabes? —comentó Marizza mientras seguían subiendo.
—Claro, pero ¿dónde estaría lo divertido en eso? —replicó con una sonrisa.
Cuando llegaron al sexto piso, Marizza le quitó las bolsas de las manos. Estaba a punto de agradecerle cuando él se adelantó.
—Si alguna vez necesitas algo... —dijo, apoyándose contra la barandilla—. Ya sabes dónde encontrarme.
Marizza se quedó un segundo en silencio. No esperaba ese gesto. Su vida era bastante solitaria, y no había pensado en Pablo como alguien que podría ofrecerle compañía.
—Lo tendré en cuenta —dijo finalmente, con una pequeña sonrisa—. Gracias Pablo.
—De nada —contestó él, comenzando a bajar los escalones—. Oye, Marizza.
—¿Sí?
—¿Te gusta el café? —preguntó de repente.
Ella rió, sorprendida.
—¿Eso es una invitación?
—Podría ser —respondió él con un guiño—. Podrías pasar por mi departamento mañana. Con el ascensor roto, será una buena excusa para hacer una pausa.
Marizza lo miró por un momento, considerando su oferta.
—Me lo pensaré —dijo al final.
Pablo asintió y continuó su camino hacia el segundo piso. Mientras ella entraba a su departamento, no pudo evitar una sonrisa.
Al día siguiente, con el ascensor todavía descompuesto, Marizza decidió bajar al segundo piso. Cuando Pablo abrió la puerta, con dos tazas de café en la mano, ella sonrió.
—Supongo que hoy me toca a mí la buena acción del día —dijo ella.
Y así, entre charlas sobre sus anécdotas de vida, comenzaron a descubrir que quizás, en ese viejo edificio, ambos habían encontrado algo inesperado.
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One Shots - Pablizza Rebelde Way
Hayran KurguSerie de one shots de Pablizza.. Capaz uno que otro capitulo con diferentes personajes. Espero les gusten!