Primer asalto II

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Marizza caminó hacia la salida del edificio con la respiración aún acelerada y el corazón latiendo con fuerza en su pecho. No podía creer lo que acababa de suceder. El sabor del beso todavía estaba en sus labios, y sus palabras resonaban en su mente. 

Me gusta cuando juegas duro..

 Esa frase se había quedado grabada en su cabeza, como una promesa de que aquello no terminaría ahí.

Las luces de la fiesta parpadeaban a lo lejos mientras ella se acercaba de nuevo al patio trasero. Sus amigas seguían bailando y riendo, sin notar su ausencia, lo que era un alivio. No quería que nadie le preguntara por qué estaba tan alterada. Ni siquiera ella misma sabía cómo sentirse al respecto.

En lugar de unirse a ellas, Marizza se quedó en la periferia de la fiesta, observando a la multitud con los brazos cruzados. Necesitaba un momento para recomponerse, para ordenar sus pensamientos. Pero no importaba cuánto lo intentara, la imagen de Pablo acercándose, su mirada intensa clavada en la suya, volvía a su mente una y otra vez.

—¡Marizza! —gritó Clara, acercándose con una sonrisa pícara—. ¿Dónde te metiste? Te perdimos de vista.

—Nada, necesitaba un respiro —respondió Marizza, tratando de sonar casual.

Clara la miró con ojos entrecerrados, claramente no creyéndole del todo.

—¿Y por qué tienes los labios tan hinchados? —preguntó, con una risa ahogada—. ¿No me digas que...?

Marizza rodó los ojos y decidió cambiar de tema.

—No Clara, no me digas que tú sí has encontrado algo interesante en esta fiesta aburrida.

Clara la miró unos segundos más, como si estuviera evaluando si valía la pena insistir, pero al final decidió dejarlo pasar.

—Vamos, vamos a bailar, necesitas moverte —dijo, arrastrando a Marizza de vuelta a la pista de baile.

Mientras tanto, en otro rincón del patio, Pablo había regresado con su grupo de amigos. Su sonrisa burlona y su actitud relajada no habían cambiado, pero cualquiera que lo conociera de verdad notaría un brillo diferente en sus ojos. Sus amigos seguían hablando, pero su atención estaba dividida. Sus ojos buscaban a Marizza entre la multitud, y cuando finalmente la encontró, bailando con sus amigas, una chispa de satisfacción lo recorrió.

Ese beso había sido solo el comienzo.

Un par de horas después, la fiesta empezó a apagarse. Algunos estudiantes se marchaban tambaleándose, mientras que otros seguían hablando en voz baja, riendo y coqueteando. Marizza finalmente decidió que era hora de irse. El alcohol ya no la distraía de la creciente inquietud que sentía, y el calor de la noche había comenzado a volverse sofocante.

Caminó sola hacia la salida del edificio. La noche era fresca, y el aire aliviaba un poco el calor que sentía en su piel. Pero justo cuando estaba a punto de salir por la puerta principal, una mano la agarró suavemente del brazo. Ella se giró, sabiendo quién era antes de siquiera verlo.

—¿Ya te vas? —preguntó Pablo, con esa sonrisa despreocupada que parecía estar siempre en su rostro, pero había algo más detrás de su tono; una especie de reto implícito.

—Sí, ya tuve suficiente de esta fiesta —respondió Marizza, mirándolo con una mezcla de desafío y curiosidad—. ¿Qué pasa, Bustamante? ¿Quieres una segunda ronda?

Pablo rió suavemente, acercándose un poco más. Esta vez, su sonrisa tenía un toque más serio.

—¿Estás segura de que podrías manejar una segunda ronda conmigo? —murmuró, sus ojos clavados en los de ella.

Marizza sintió ese mismo nudo en el estómago que había sentido antes en el pasillo. No sabía si era la adrenalina, el alcohol, o simplemente el hecho de que él estaba tan cerca otra vez. Pero lo que sí sabía era que, por alguna razón, quería esa segunda ronda.

—No me provoques, Pablo —dijo ella, su voz baja y desafiante—. Sabes que puedo.

Él sonrió, inclinando la cabeza como si estuviera evaluando su oferta.

—Entonces, vamos. —Tomó su mano, y antes de que Marizza pudiera procesar lo que estaba pasando, la estaba guiando hacia la escalera de emergencia del lado del edificio. Ella lo siguió, con una mezcla de sorpresa y emoción.

Subieron los escalones de dos en dos, hasta llegar al techo del edificio. Allí, el ruido de la ciudad era un eco lejano, y las luces de Buenos Aires se extendían como un océano de estrellas artificiales. Marizza se detuvo, tomando aire, mientras observaba la vista impresionante.

—¿Y bien? —dijo ella, girándose para mirarlo. Pablo estaba más cerca de lo que esperaba, casi pegado a ella. El frío viento del techo contrastaba con el calor de sus cuerpos.

—Y bien, nada —respondió él, en voz baja—. Quiero saber qué pasa cuando dejas de pensar tanto y solo... sientes.

Sus palabras flotaron en el aire, y antes de que Marizza pudiera responder, él la tomó por la cintura y la besó otra vez. Esta vez fue diferente. Fue más lento, pero también más profundo, como si hubiera algo más que las bromas y la arrogancia. Como si quisiera demostrarle que había algo más en él.

Marizza respondió al beso con igual intensidad, sintiendo cómo el deseo crecía entre ellos. Sus manos subieron por la espalda de Pablo, aferrándose a su cuello mientras él la presionaba contra la barandilla. Sentía la dureza del metal en su espalda, pero no le importaba. Todo lo que importaba era la sensación de los labios de Pablo en los suyos, de su cuerpo pegado al de ella.

—¿Esto es lo que querías? —murmuró él, sin separarse del todo.

—Quiero más —respondió Marizza, con voz ronca.

Pablo sonrió, pero esta vez había un matiz más oscuro en su sonrisa.

—No sabes cuánto he esperado que digas eso.

Entonces, la levantó de la cintura, haciendo que Marizza se sentara en la barandilla. Ella lo rodeó con las piernas, atrayéndolo más cerca, sintiendo cada centímetro de su cuerpo contra el de ella. Sus besos se volvieron más frenéticos, sus manos explorando, buscando, necesitando más contacto, más de ese fuego que ambos sentían arder.

La noche los envolvía, como un manto de complicidad y secretos. Los límites entre el deseo y la razón se difuminaban, y por un momento, todo lo que existía eran ellos dos, el uno para el otro. El techo del edificio se convirtió en su universo, y la luna, en su única testigo.

Cuando finalmente se separaron, ambos respiraban con dificultad. Pablo la miró a los ojos, buscando algo, y Marizza lo sostuvo con la misma intensidad. Sabía que lo que habían empezado no era un simple juego. Era algo que los iba a consumir, los iba a llevar a los límites.

—Esto recién empieza, Spirito —dijo él, rozando sus labios suavemente contra los de ella.

—Entonces prepárate, Bustamante —susurró Marizza, con una sonrisa desafiante—. Porque yo no pienso detenerme.

Ambos sonrieron, sabiendo que esta batalla apenas había comenzado y que ninguno de los dos pensaba rendirse.

One Shots - Pablizza Rebelde WayWhere stories live. Discover now