Culpables

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El día siguiente al incidente se desarrolló como cualquier otro, como si nada extraño hubiera ocurrido. La ciudad de Cartago seguía con su ritmo habitual, como un sábado en la feria, con la gente deambulando sin preocupación alguna, ajenos a la inquietud que atormentaba al oficial Calderón. Mientras los demás caminaban con la seguridad de quien tiene la vida bajo control, Calderón no podía dejar de darle vueltas a la declaración del señor Rojas. Algo no encajaba. Y aunque intentaba aferrarse a la normalidad, sabía que no duraría. Una carta estaba en camino, una carta que no sólo cambiaría su día, sino que lo sacudiría hasta los cimientos. La carta decía que ya tenían un posible sospechoso. Sin embargo, antes de proceder con el arresto, el oficial Calderón debía interrogar a la familia de la niña fallecida. Necesitaban más información, detalles que podrían arrojar luz sobre la verdad oculta en las sombras. Cada palabra en la carta parecía escrita con una urgencia silenciosa, pero que la prudencia era esencial. No podían permitirse errores, no cuando se trataba de encontrar al asesino que acechaba entre ellos.Después de leer la carta, Calderón miró a su esposa. Había una sombra de preocupación en sus ojos, pero no dijo nada. Simplemente asintió cuando él, con voz grave, le informó que tenía que irse. "Debo interrogar a la señora Leonor de los Ángeles González", dijo, mencionando el nombre de la madre de la niña fallecida con una voz quebrada. Sin esperar respuesta, se levantó y se fue caminando, sabiendo que este encuentro podía marcar el inicio de algo mucho más oscuro de lo que hasta ahora habían imaginado.

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Declaración de la señora Leonor de los Angeles González  ( 24 de Octubre, 10:15 h, interrogatorio a cargo del Oficial Roberto Calderón )

González: ¿Nos llevará mucho tiempo, oficial?, necesito seguir trabajando en las honras fúnebres de mi hija.

Oficial Calderón: No lo creó. Solamente necesito que me cuente que estaba haciendo el 23 de octubre durante la tarde y habremos terminado.

González: Bueno. Cómo usted podrá saber, yo soy ama de casa, así que durante todo el día me dedique a hacer cosas de ama de casa.

Oficial Calderón: Señora González, si no coopera no terminaremos nunca.

González: De acuerdo. Arturo y yo estábamos preparando una cena especial para los chicos, porque habían sacado muy buenas calificaciones. Nuestra familia nunca ha tenido mucho; se podría decir que somos pobres. Pero Arturo y yo siempre hacíamos un esfuerzo por preparar algo especial cada vez que nos sobraban algunos centavos, ya sabe, dinero. Estos chicos son nuestro orgullo. Que Alba haya fallecido de esta forma tan horrorosa deja un vacío gigantesco en mi pecho, una herida que ni siquiera el volver a nacer podría sanar. Ella era mi bebé, mi princesa.

En medio de su declaración, González se detuvo, la voz quebrándose mientras las lágrimas comenzaban a fluir. Se limpió los ojos con la manga de su camisa, tratando de recomponerse antes de continuar con su relato.

Oficial Calderón: Entiendo cómo se siente, señora González, pero tiene que ser fuerte y decirme cualquier cosa que nos ayude a resolver este caso. Si lo hace, estoy seguro de que su hija Alba podrá descansar en paz.

González: Está bien, oficial. A mí nunca me gustaba que los chicos fueran a jugar allí, pero Arturo siempre insistía en que no les pasaría nada, que mientras volvieran antes del anochecer todo estaría bien. Por eso, los niños no me hacían caso y se iban al cafetal. Alba, en cambio, se aburría de jugar entre los cafetos, así que solía regresar a casa temprano, a escondidas, sin que sus hermanos lo notaran. No era muy amiga del sudor, ya sabe. Pero ayer fue diferente... las horas pasaron y nunca volvió. Se me hizo extraño, pero en mi mente me repetía que regresaría con sus hermanos. Sin embargo, cuando ellos llegaron, ella no estaba con ellos. La empezamos a buscar en cada rincón de la casa, pero no apareció por ningún lado. Mientras la buscábamos, Emilio, el hermano mayor de Alba, se ofreció a volver al cafetal para encontrarla. Todavía había luz solar, así que Arturo lo permitió y se fue en marcha. Después de eso, no volví a ver a Emilio hasta las 8:00 pm, cuando regresó del cafetal, pero sin Alba. Minutos antes de que volviera, Arturo había salido a buscar a su amigo Arnoldo para que lo ayudara en la búsqueda.

Oficial Calderón: Ajá, prosiga.

González: Yo me quedé en casa con los chicos, mientras Arturo, Arnoldo y Manuel se dirigían al cafetal. Emilio, por su parte, desapareció de la casa. Creo que siguió a su padre a escondidas para ayudar en la búsqueda, pero lo extraño es que volvió mucho antes que su padre. Por eso, no puedo confirmar realmente si estuvo en el cafetal esa noche.

Oficial Calderón: Dígame, señora Leonor, ¿Emilio tenía algún rasguño o algún color rojizo en sus ropas, alguna rasgadura o algo similar?

González: No, oficial. No tenía nada de eso, pero ¿por qué lo pregunta?

Oficial Calderón: Nada en especial. Son preguntas de rutina, nada más. Con esto creo que hemos terminado por hoy. Muchísimas gracias.

González: Oficial, espero que usted llegue al fondo de esto y se haga justicia, por mi hija, por la tranquilidad de este pueblo.

Oficial Calderón: Lo haré, señora. Se lo prometo.

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Algo le decía al oficial Calderón que Emilio Paniagua tenía algo que ver con el brutal asesinato de su hermana, Alba. Pero aún quedaban muchas preguntas sin respuesta. ¿Por qué Emilio mataría a su propia hermana? Esa interrogante seguía sin encajar en la mente de Calderón. Las declaraciones de Leonor y Arnoldo coincidían en varios aspectos, pero ahora todo apuntaba hacia un solo lugar: el cafetal. Quienquiera que hubiera matado a Alba Paniagua debía conocer bien el terreno, tanto que, si necesitaba escapar, sabría tomar el camino más rápido para no ser atrapado. En la cabeza del oficial Calderón, sus pensamientos convergían en una conclusión: tenía que hacer dos cosas antes de tomar una decisión definitiva. Primero, inspeccionar el lugar del asesinato. Y segundo, interrogar a Emilio Paniagua, el único sospechoso hasta ahora.
No obstante, ya era demasiado tarde para inspeccionar el cafetal. El interrogatorio había tomado más tiempo de lo que Calderón había anticipado, y la oscuridad que caía sobre Cartago no le permitiría hacer una revisión exhaustiva del lugar. Con la mente cargada de preguntas sin respuesta, decidió que lo mejor sería regresar al día siguiente por la mañana. Así podría investigar la zona con más luz y tiempo, asegurándose de no pasar por alto ningún detalle crucial. Mientras tanto, la inquietud le acompañaba de regreso a casa, sabiendo que cada hora que pasaba sin resolver el caso era un peso más en sus hombros y una herida abierta en su espalda.

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