Parte 6

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6. ¿Qué voy a hacer, Tatia?

La reunión de esta tarde con Ana se convierte en un auténtico tormento en cuanto ÉL se sienta a mi lado. Esa sensación me acompaña hasta que, por fin, cruzo el elegante arco de piedra del jardín de mi casa, y no puedo dejar de pensar en su voz áspera repitiendo esa maldita frase:

"Parece que el destino no quiere dejarnos en paz, ¿eh, princesita?"

¿Princesita? ¡Aaaarg!

Estúpido, canalla, imbécil con aires de torturado. No lo soporto. Me irrita incluso cuando está simplemente cerca. ¿Acaso le he hecho algo yo para que me trate así?

Estoy pensando en las mil maneras de tortura que he visto hoy en la clase de historia del señor Roberto, y me dan ganas de usar algunas con Damián. ¡Damián, menudo capullo! Hasta su nombre le viene como anillo al dedo: Damián el torturado, oh, pobrecito... 

Ufff, estoy tan frustrada que casi me atraganto con mi propia saliva cuando Tatia sale de la cocina para hablarme:

—¿El de los tatuajes?

—El mismísimo diablo, Tatia. Eso es.

Ni siquiera me paro al verla, como siempre hago cuando llego por las tardes y nos ponemos al día. Pero hoy no. Hoy sigo avanzando por el recibidor que da con la escalera, y ella me sigue un poco más abajo mientras subimos. Intenta apresurarse para alcanzarme, pero estoy tan cabreada que solo sigo subiendo sin darle tregua, soltando bufidos y dando codazos al aire como una loca.

—¿Qué le ha hecho esta vez ese engreído, señorita Carlota?

Me siento tan frustrada que dejo caer la mochila al lado del tocador y me lanzo a la cama, como si el edredón de Frette, negro con líneas blancas por los costados y almohadones blancos, con su tacto de algodón egipcio tan suave, pudiera transportarme a otro lugar, lejos de todo esto que es mi vida.

—Déjame sola, Tatia.

Tras unos segundos de silencio que no logro entender, y al darme cuenta de que Tatia no se mueve de la puerta para estar a mi lado y apoyarme, finalmente comprendo el motivo de la distancia cuando habla:

—Lo siento, Carlota, pero eso no será posible porque... —Tatia interrumpe lo que está diciendo, mirando a Hugo con firmeza—. El señorito Hugo está aquí. Aunque sabe de sobra que no debería entrar sin mi permiso. —le recrimina con la mirada.

Me levanto despacito, medio arrastrándome entre el edredón de algodón egipcio, que es tan suave que casi me da cosquillas, y giro la cabeza para ver cómo Hugo se abre paso por el lado de Tatia, que sigue parada en la puerta de mi habitación. Así es mi vida ahora: una serie infinita de desastres.

—¿Qué haces aquí? —le pregunto, con un tono más seco de lo que pretendía.

—Quería verte... —responde él, claramente incómodo.

—Creo que mejor me voy para dejaros solos —dice Tatia, mientras entorna la puerta y sale.

Me levanto y me quedo de pie frente a él.

—No me fui por ti, Hugo, si es eso lo que piensas.

—¿Entonces? —Hugo está nervioso, lo noto en cómo mueve las manos. Lo conozco desde siempre, casi como a un hermano.

—Entonces, nada, Hugo.

—¿Es por Alba, verdad? ¿Esto tiene que ver con ella?

—Sí, Hugo, claro que tiene que ver con ella. Es nuestra mejor amiga.

Fuimos tormenta de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora