Me aburrí del Infierno hace siglos. Desde entonces me dedico a viajar por el mundo como demonio o humano, tocando la guitarra. Llegué a tener compañeros, pero no me duraron más que un par de semanas. Gracias a eso conocí a todo tipo de personas y seres espirituales.
Fue hace cuarenta años, mientras caminaba por la entrada de un bosque, una tarde de invierno, cuando escuché una explosión. Al principio pensé que había sido un trueno, pero no estaba nublado. Además, la gente que paseaba por el lugar no se dio cuenta. A la segunda explosión, caí en que era el único que lo había percibido.
En la lejanía, donde el terreno se levantaba, vi humo. Un ángel salió volando de ahí, seguido de una sombra en modo salvaje y el demonio que la protegía pasó varios segundos después; supuse que iba a tardar un rato largo en controlarla. Guiado por el olor entre los árboles, me salí del camino, salté piedras enormes, hasta que encontré el espacio sombrío.
De una rama colgaba una chica joven. Su alma todavía estaba ahí, de pie, viendo cómo su cuerpo se ponía cada vez más frío. Sus ojos grandes y nariz roja me dieron ternura; incluso pensé que era una lástima que hubiese sido presa de una sombra y terminara así.
—¿Por qué estoy ahí? —preguntó.
No supe si me hablaba a mí.
Ella caminó con los pies cubiertos por las hojas. Le agarró la mano a su cuerpo, le decía que despertara, le sacudía el brazo. Intentó levantarlo, pero lo único que conseguía era que el cuello se le quebrara más.
—¡Ayudame! —me dijo llorando— ¡Ayudame a bajar mi cuerpo!
Me quedé en silencio.
—¡Por favor!
—Ya estás muerta —Le señalé la cadena de su alma—. No podés volver.
La mandíbula le tembló hasta que abrió la boca por completo.
—¿Cómo... que estoy muerta?
—Fuiste presa de un espíritu e hizo que te ahorcaras.
La chica se llevó las manos a la cara, se dejó caer al suelo de rodillas y empezó a llorar. Vi que a los pies del árbol había una mochila: tenía los libros del colegio. Encontré una libreta con su nombre: se llamaba Aurora; iba a cumplir diecisiete años en primavera.
Si no hubiese sido porque quería ver cómo se las arreglaba su ángel para llevarla al Cielo, me habría ido. Pero me quedé con ella, de cuclillas, entretenido con sus balbuceos. Lo que le daba más miedo era que su familia no la encontrara o que un animal se comiera su cuerpo.
—Tenía una entrada para un recital el mes que viene —dijo.
Me pareció gracioso que esa fuera una de sus preocupaciones. Había pasado bastante tiempo en ese país y sabía lo importante que era para los adolescentes ir a los recitales de la banda del momento.
Me senté en el suelo, saqué la guitarra y la afiné mientras Aurora lloraba. Empecé a tocar una canción que había escuchado un día que andaba por la ciudad. Ella gritó a la vez que se tapó la cara. Me aturdió, pero no dije nada.
No recordaba la letra; era sobre una pareja que se separaba en invierno y de cómo el chico deseaba que el frío le congelara el corazón, con la esperanza de que ya no le doliera. No estaba seguro de las palabras exactas, lo único que pude hacer fue tararear. La voz de Aurora se apagó de a poco. Las lágrimas le caían mientras me miraba.
A mitad del estribillo se animó a cantar. Por un instante me sorprendí, no esperaba que lo hiciera tan bien. Aurora tenía los ojos fijos en la guitarra, apenas parpadeaba. Con su voz y mi melodía empezamos a deshacer el espacio sombrío. Los primeros rayos de sol le dieron en el rostro. La voz se le entrecortó, hasta que se desplomó en el suelo.
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Bruma in umbrae
FantasySasha, el pisoteado Gran Ángel Guardian, se sorprende cuando su protegido, Bastian, recupera la habilidad de verlo, como en la infancia. Sin embargo, lo que podría haber sido un reencuentro nostálgico toma un giro inesperado que pone en tensión al C...