PRÓLOGO

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—¡Atsumu, suertudo! —vitoreaban sus amigos, algunos ya borrachos, al verlo rodeando la cintura de una preciosa chica desconocida

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—¡Atsumu, suertudo! —vitoreaban sus amigos, algunos ya borrachos, al verlo rodeando la cintura de una preciosa chica desconocida. Era azabache, con unos ojos que no recordaría al día siguiente pero estaba seguro que eran bonitos y un cuerpo que parecía salido de una revista de modelos de Victoria Secret. Se despidió con un ademán, luciendo su característica sonrisa orgullosa y arrogante y el mentón bien alto.

La dirigió al bar ya que había prometido invitarle a una copa, se colocó la camisa y apoyó su hombro en la barra con seguridad. Chasqueó los dedos y, a pesar de todo el bullicio, el camarero corrió a atenderlo al instante. Lo conocían de sobra en el local y sabían que significaba dinero fácil. Le dijo a la chica que pidiera lo que quisiera, total, tenía dinero para derrochar en cualquier tontería. Eso jamás había sido un problema para él.

Atsumu Miya lo tenía todo: dinero, amigos, futuro, chicas, chicos y un ferrari –del que presumía más de lo que su gemelo podía soportar. ¿Qué más podría pedir? Nada, no había absolutamente nada que quisiera. Tenía todo lo que cualquier chico de su edad soñaba.

La chica habló alta y nítidamente pero él fingió no escucharla, para acercarse a ella y tomarla con delicadeza por el mentón. Ella se puso nerviosa, pudo notarlo en la forma en la que ondulaba un mechón de cabello o el movimiento inquieto de su pie cubierto por un elegante tacón. Sonrió altivo, le encantaba el poder que tenía sobre la gente. Sacó aquella tarjeta mágica con la que podía conseguir en un instante cualquier cosa. Tomaron sus bebidas y cuando los toqueteos juguetones se hicieron más candentes, decidieron marcharse del lugar. La llevó a su coche y, después de aclarar un par de veces qué clase de ferrari era para alimentar un poco más a su ego, la tomó allí mismo. Gruñó al ver que habían manchado su preciada y costosa tapicería.

Cerró los ojos e inspiró el aire fresco que se colaba por la ventanilla abierta. Estaba solo, acababa de dejar a la chica en su casa. Arrugó el papel con su número y un corazón improvisado. Otra vez esa maldita presión en su pecho, esa jodida incomodidad, esa sensación de vacío.

Lo tenía todo.

Pero, quizás por esta misma razón, había veces en las que se sentía vacío. Tal vez era hipócrita, egoísta incluso, pero cuando te has criado con todo, acabas aborreciéndolo. Hasta el punto en el que nada te llena en realidad.

Rio. Mierda, se sentía miserable.

—¡Shōyo! Sé que acabas de llegar pero han hecho otro pedido —se frotó la nuca apenado el hombre

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—¡Shōyo! Sé que acabas de llegar pero han hecho otro pedido —se frotó la nuca apenado el hombre.

—Tranquilo, señor Shimada —sonrió el chico, secándose el sudor con la camiseta—. ¡Para esto me contrató! Deme la dirección y lo llevo enseguida.

El señor Shimada apuntó la dirección en un papelito mal arrancado y lo metió la bolsa que debía entregar, además de pedirle que fuera a pedir a una frutería local un par de productos que se le habían agotado. Le regañó por llamarle "señor" una vez más, ya había perdido la cuenta de cuántas veces le había dicho eso pero el adolescente hacía caso omiso, haciéndole sentir más viejo de lo que en realidad era. El pelirrojo se montó en su vieja y desgastada bicicleta de un salto, pedaleando dificultosamente en la empinada cuesta.

Shoyo Hinata venía de una humilde familia que había trabajado muy duro por mantener su hogar y darles una vida decente a sus queridos hijos. No tenían mucho y, aunque algunas veces había envidiado a la gente que lo tenía todo, no podía quejarse. Era feliz. Al fin y al cabo, lo tenía todo: familia, amigos, trabajo y una vieja bicicleta que le había acompañado en todas sus aventuras. Era suficiente.

Aunque no podía negar que le faltaba algo: ir a la universidad de sus sueños. La prestigiosa Universidad MSBY. No tenía ni los contactos, ni el dinero, ni las notas que necesitaba para entrar. Pero tenía algo: podía saltar. ¿Y por qué era relevante eso? Porque espera que le acepten la beca de deporte y así poder aspirar a tener numerosas oportunidades y ventajas para su soñado futuro como jugador de vóleibol profesional. Una notificación llegó a su móvil, móvil que había pertenecido a su madre.

—¡Lo he conseguido! —cambió su rumbo, derrapando peligrosamente— ¡He entrado! —gritó alegre al aire— ¡Izumi, Kōji, la beca es mía! —abrazó a sus amigos que correspondieron con la misma efusividad y alegría.

Todos los que le conocían celebraron su logro, estaban infinitamente felices por que lo hubieran aceptado porque sabían lo importante que era para él jugar vóleibol. Sus padres besaron sus mejillas con orgullo y su hermanita pequeña, Natsu, lo rodeó con sus bracitos. Otra vez esa presión en su pecho, esa incomodidad, esa sensación de vacío.

Lo tenía todo.

Pero, quizás por esta misma razón, es porque se sentía tan vacío. Porque ahora debía dejarlo todo atrás para centrarse en su futuro: dejaría a su familia, sus amigos, sus conocidos, su vida.

Rio. Se sentía lamentable.

 Se sentía lamentable

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⏰ Última actualización: Sep 03 ⏰

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