Epilogo

18 5 45
                                    


— Coraline... ¡Coraline! — alguien me sacude del brazo, es Chloe, que viene a explicarme algo de su videojuego favorito.

Me gustaría que hubiera conocido a mi hermana y haberle llamado "cuñadita", hubiera sido tierno.

¿Por qué todo se quedó en él hubiera?

Aún me pregunto por qué tuve que conocerlo, cuido de un corazón malherido y después tuve que alejarme.

Ansiedad intento protegerme de lo peor, pero esta vez no tuvo la razón, nada malo pudo haberme pasado a su lado, nada que no pudiéramos resolver.

En verdad lo extraño.

—Date prisa, se te hará tarde — solo un día a la semana entro tarde a la universidad, solo un día para no andar como zombie.

Mamá me habla desde la cocina diciéndome que el tiempo corre, eso lo sé, si no salgo ahora no alcanzaré autobús que me haga llegar a tiempo.

Ya no tengo sus mensajes de «buenos días», ni aquellos en donde me anima a enfrentar el día que me espera.

Ya no más de eso desde hace tres meses.

¿Cómo he podido soportarlo?

— Nos vemos al rato Ma — beso su mejilla y salgo de mi casa de prisa, colocándome los audífonos e intentando abrir la puerta que da a la calle al mismo tiempo.

Torpemente es que lo logro, ni bien he llegado a la esquina dos autobuses se pasan frente a mí, aunque corra para alcanzarlos el esfuerzo será en vano, las luces de los semáforos no están a mi favor y solo veo los autobuses alejarse.

Miro la hora en mi teléfono, no puedo llegar tarde y tomar el tren me parece la opción más viable, solo que al cambiar de anden suelo perderme.

Doy una gran bocanada de aire y comienzo a correr, cruzo la calle apenas la luz cambia a rojo y me cuido de no caer.

— No nací para correr — digo agitada para mí misma, deteniéndome en la esquina que da a la estación del tren, tengo suerte de que este a dos cuadras de mi casa, porque una más y caigo rendida en el suelo.

Después de tanto correr al fin estoy en la estación, espero con impaciencia el tren y al verlo llegar, después de haber pasado cinco minutos de espera, lo abordo.

La gente no es lo peor, cambiar de anden para transbordar si lo es y después de 20 minutos es lo que debo de hacer.

— Si llego — repito en voz baja, tratando de darme ánimos y espero a que las puertas del tren se abran, cuando al fin lo hacen salgo deprisa empujando a las personas que no se esperan a que uno salga para abordar.

Derecha o izquierda. Miro a ambos lados tratando de no confundirme, uno de estos me lleva a la salida, pero de ambos lados hay dos escaleras con el nombre de las calles a las que sale.

Calles que yo no ubico, o, mejor dicho, que no recuerdo donde se encuentran.

Un tour por mi propia ciudad no seria tan malo, así aprendo el nombre de las calles.

— Demonios — expreso ya entrando en frustración, pues las personas pasan a mi lado entre empujones y otras no dejan de decir que me quite.

Me decido por una escalera de las de mi derecha y me doy la vuelta con brusquedad.

Mala idea.

— Perdona — hablo sin mirar a la persona de frente.

Al no obtener respuesta intento pasar, por un lado, pero él me detiene, y digo él por su notoria complexión.

— Jamás te gusto andar en tren.

Esa voz me detuvo el corazón y al levantar la mirada ahí estaba él.

Mateo se encontraba frente a mí, realmente él estaba frente a mí.

¿Por qué hoy? ¿Por qué ahora?

— Creí que no volvería a saber de ti — dice con una sonrisa, yo aún sigo sin saber que decir. — ¿No dirás nada?

Las personas caminan deprisa junto a nosotros, la masa de gente se deja venir y el lugar se llena de más ruido.

Alguien pasa a mi lado y me empuja, lo suficiente como para quedar cerca de él.

— Salgamos de aquí — dice, sujeta mi mano con fuerza para no perderme entre la multitud y comienza a caminar.

De un momento a otro ya estamos fuera de la estación, suelto su mano y doy varios pasos hacia atrás.

Quiero alejarme, pero a su vez correr y quedarme entre sus brazos.

— No te alejes... — pide — No de nuevo Coraline.

Trago en seco ignorando el nudo en mi garganta.

No sé qué hacer al respecto, verlo de nuevo despierta tanto en mí, no quiero alejarme, pero de nuevo todo regresa y pareciera que es lo mejor.

Desee tanto que regresara y ahora no soy capaz de decir algo.

— Lo siento. — es lo único que logro pronunciar y doy la media vuelta.

— ¿Te alejaras nuevamente?

— No sé cómo lidiar con esto — él me toma de los brazos haciéndome girar, solo para que lo mire.

Sigo perdiéndome en unos ojos que jamás debieron mirarme.

— No mentí al decir que te elegía.

— Y yo no mentí cuando dije que te quería — confieso con la voz temblorosa, algo que parece sorprenderle.

— De ser así ¿Por qué te alejaste?

— Por qué era lo mejor.

— ¿Lo mejor para quién?

— Para ambos.

— ¿Según quién?

— Deja de hacerme tantas preguntas — expreso entrecortado.

— Deja de huir entonces.

Las lágrimas amenazan con salir, justo hoy que decidí ponerme rímel

— No puedo dejar de huir, es lo único que sé hacer, correr y esconderme en mi burbuja, solo ahí estoy a salvo.

— Estás a salvo conmigo. — busco sus ojos para decirle la verdad.

— Pero tú no lo estás conmigo, no puedo lidiar con mi mente y no puedo permitirme que cargues con eso, ¿Qué si te quise? Claro que lo hice y lo sigo haciendo, pero no soy una persona fácil de amar.

No lo soy, por más que lo intente siempre habrá algo que me detenga, siempre seré yo contra mi mente.

Siempre será así.

Tarde lo entendí.

Tarde entendí que amar también es dejar ir y aprender a soltar, por más que duela la despedida.

— ¿Sabes que es lo más jodido de todo? — digo con las manos temblorosas, conteniéndome para no llorar.

Mateo niega confundido.

— Que sigues estando presente en cada uno de mis versos

Versos que Llevan Tu Nombre ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora