Haru Miura.
Cada mañana, apenas abro los ojos y me dispongo a iniciar mi día, me acerco a la ventana de mi dormitorio con una especie de entusiasmo casi ritual. Desde ahí, observo con fascinación hipnótica una escena que se ha vuelto el eje de mis pensamientos. Allá, en la distancia, justo al otro lado de la calle, un pequeño bebé vestido con un traje negro camina con inusual serenidad sobre la cerca de su casa. A su lado, un chico de cabello alborotado y puntiagudo lo acompaña.
Mis ojos se clavan en esa diminuta figura que, pese a su tamaño, emana una presencia que me resulta imposible ignorar. La imagen es tan peculiar que nunca deja de provocarme una sonrisa boba, y mientras los contemplo absorta, el cepillo de dientes en mi mano sigue su movimiento mecánico. La espuma de la pasta dental, olvidada en mi boca, comienza a caer en pequeños hilos hasta la barbilla, pero no me importa. Estoy demasiado absorta, completamente hipnotizada por la escena.
Hola, mi nombre es Haru Miura y tengo 14 años. A través del reflejo en el cristal de mi espejo, observo a una joven de cabello negro que cae en suaves ondas hasta la mitad de la espalda. La mayor parte del tiempo lo llevo recogido en una coleta alta para mantenerlo bajo control, aunque algunos mechones rebeldes enmarcan mi rostro y se niegan a ser domados. Un pequeño broche los mantiene en su lugar, aunque no siempre logra su cometido, y esos cabellos sueltos insisten en escapar, jugando a molestarse ante mis ojos. Mis ojos son grandes y expresivos, de un color café profundo, como el chocolate más oscuro. Me gusta pensar que hay algo infantil en la forma en que se iluminan cuando miro a ese peculiar bebé; siempre un suave sonrojo tiñe mis mejillas. El uniforme del Instituto Midori, con la falda tableada gris, blusa blanca de manga larga, corbatín azul, chaleco de un amarillo claro, chaqueta azul marino y calcetas grises, se ajusta perfectamente a mi figura delgada y de estatura media, acentuando mi aspecto juvenil y discreto.
A medida que los días pasan, y gracias a mi continua vigilancia desde la ventana, he logrado captar retazos de las conversaciones que tienen el pequeño bebé y su extraño compañero mientras se dirigen a la escuela. A fuerza de escuchar sus pláticas, he aprendido el nombre del pequeño en traje. "Reborn-chan", me repito para mí misma, saboreando cada sílaba. ¡Qué nombre tan encantador! Siento un deseo abrumador de cruzar la calle y darle un gran abrazo. Mi imaginación comienza a desbordarse; me imagino a mí misma, caminando con paso cuidado y resuelto sobre la misma cerca, acercándome a él para confesarle mis sentimientos.
Sin embargo, hay una barrera, una formalidad autoimpuesta que debo superar. Para estar en su misma "arena" y no parecer descortés, tengo que caminar por la cerca, igual que él. Mi falta de equilibrio es notoria, pero no será un obstáculo. Decidida, subo a la cerca con cuidado, mis piernas tiemblan levemente, pero avanzó. Paso a paso, imito su recorrido, con la esperanza de poder, al fin, acercarme a ese misterioso bebé que tanto me intriga y declararle mi afecto de la manera más adecuada posible.
En cuanto lo vi, supe que aquel momento quedaría grabado en mi mente. Un encuentro inesperado, quizás predestinado, con un pequeño personaje que se presentó ante mí con una energía inusual. Salte de la cerca con la gracia de un acróbata y aterrice con ligereza frente a él. Sin saber muy bien cómo actuar, me presenté nerviosa:
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The Flames of Ki: Katekyo Hitman Reborn!
FanfictionEn un mundo donde el destino y el legado se entrelazan, Gokū Sawada, un joven de apariencia un tanto peculiar, descubre que su vida está destinada a cambiar para siempre. Aunque su rutina diaria parece común, un encuentro inesperado con un misterios...