Valientes y cobardes

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Cuando llegamos a casa, la sensación es más rara aún de cuando llegué antes. Todo está en silencio, es una de esas veces en las que el silencio no es precisamente relajante, más bien te hace sentir incómoda. Por supuesto, mi móvil no para de sonar, bombardeándome con notificaciones de Cris. Seguro que está echando humo después de haberse encontrado con la notita que le dejé pegada en la nevera. Sí, lo sé, soy una cobarde. Pero, ¿quién está preparada para enfrentarse al mal genio de alguien que podría dejar de buena persona a Daenerys en el último capitulo de Juego de Tronos?

Entonces, como si me hubiera caído un rayo de iluminación divina, caigo en la cuenta: ¡Me vine de Londres sin avisar ni siquiera en el trabajo! Así, tal cual. No me queda otra que coger el móvil y escribir rápido a mi jefe, un mensaje de esos que huelen a disculpa desde la primera palabra:

"Hola, perdón por no avisar, he vuelto a España por motivos de máxima urgencia. Gracias por la oportunidad, lamento haberlo hecho así, sin avisar antes. Espero que lo entiendas..."

Bueno, no fue la mejor despedida, pero al menos he avisado... ¿no? Aprovecho para escribirle también a Sol. La verdad, aunque estuve pocos días, gracias a ella todo fue mucho más llevadero. Paolo, por otro lado... bueno, digamos que no voy a estar llorando por echarle de menos ¿Para qué voy a mentir?

Después de escribirles siento que ya he cumplido con la cuota de responsabilidades del día. Así que apago el teléfono, no vaya a ser que Cris siga con sus mensajes que rozan el acoso. Ya sé que tendré que enfrentarme a ella, pero hoy no es el día. Me dejo caer en la cama, en cuanto mi cabeza toca la almohada, Nietzsche se acerca y se acurruca a mi lado, ronroneando como si estuviera intentando tranquilizarme. Mi cerebro, agotado de tanto drama y vueltas mentales, finalmente decide que es hora de desconectar.

Puede que haya sido una de las noches más largas de mi vida. Y cuando digo larga, no me refiero a esas noches que parecen eternas porque te las pasas bailando hasta que sale el sol o maratoneando series hasta que te sangran los ojos. No, no. Me refiero a ese tipo de noche en la que el insomnio se convierte en tu mejor amigo y tu peor enemigo al mismo tiempo. Porque, ¿quién necesita dormir cuando puedes pasarte horas rumiando sobre el desastre en el que se ha convertido tu vida?

Yo estaba harta de la rutina, ¿verdad? Pues toma, querida, toma telenovela. De repente, soy la protagonista de mi propia versión de Amar es para siempre mezclado con Stranger Things, porque lo que estoy viviendo es tan surrealista que casi espero que aparezca un Demogorgon por la puerta en cualquier momento.

He dudado mil veces si encender el móvil o no. Total, ya estaba desvelada y no iba a leer nada tan terrible que me quitara el sueño, porque, bueno, ya no tenía sueño. Pero no, la cobardía, mi vieja amiga, ha ganado esta vez.

Finalmente, me giro en la cama, con más dramatismo que una escena de Almodóvar, y agarro el móvil de la mesita. Lo enciendo y... ¡sorpresa! diez llamadas perdidas de Cris, 160 notificaciones de mensajes. Y, sinceramente, no todos eran de ella, pero 130 sí. Y como para darle un toque extra de surrealismo a la situación, Sofía también ha decidido hacer su entrada estelar otra vez. Me ha vuelto a escribir y, para mi desgracia, puedo leer parte del mensaje sin ni siquiera entrar en la conversación: "¿Todo bien?"

¿Que si todo bien? ¡Pero qué cara más dura tiene esta mujer! Que sí, que tú me ignoras en persona, pero ahora quieres saber si todo va bien. Claro, claro, como si yo fuera tan tonta para caer en esa trampa. Aunque, siendo realistas, la curiosidad está ahí, rondando como un mosquito en verano.

Decido dejar a Sofía y su mensaje ridículo para otro momento.

Finalmente, entro en la conversación de Lucía y le pongo al día:

Welcome FreedomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora