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Las manos me temblaban, mi corazón poco palpitaba, la sangre la vista me llenaba, y tal vez estuve muriendo, pero no lo hice porque el cielo es un reino lleno de muerte y yo prefiero el infierno.

Y sentí algo tocar mi pierna, y lo apuñale, lo apuñale en sus ojos.

Bendito fuera lo suave que se sintió y lo viscoso en lo que el cuchillo se hundió, bendito fuera la sangre que como lava de volcán brotó y aquel grito desgarrador que soltó.

Lo apuñale en el pecho.

Bendita fuera la sangre que se impregnó en su ropa, bendito fuera el último latir desenfrenado de su corazón.

Y le arranqué el cuello.

Bendito fuera el crujir de sus huesos y la elasticidad de su piel al arrancar su cabeza con mis manos.

Porque ahí estaba yo, viendo mi colección de cabezas, orgulloso de la más reciente que me había provocando sensaciones mucho más que fuertes.

El falso escritor.

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