𝐶𝑎𝑝𝑖𝑡𝑢𝑙𝑜 𝑉

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18 de abril, 1927.

23:15 pm, Aeropuerto internacional de Buenos Aires.

Bajando del avión de la aerolínea 24, Enzo y Rodrigo se encontraron con una gran multitud de personas que no tardaron en pedir a gritos un autógrafo o un saludo. Encantados, se acercaron a los civiles con una gran sonrisa en sus rostros, firmando papeles, brazos y varios discos de vinilo en el proceso.

El morocho al fin se sentía en casa, cómodo, bienvenido. El viento de Buenos Aires que tanto había extrañado, golpeaba su rostro de forma suave, y un torbellino de emociones se apoderó de él, demostrado en las pequeñas lágrimas que amenazaban con salir de sus negros ojos. Gonzalo, advirtiendo esto, decidió que ya era suficiente, e hizo que los jóvenes se dirijan rápidamente a la limusina que seguramente los transportaría hacia algún hotel de Recoleta o Balvanera.

La gente emocionada en las calles seguían a paso apresurado a aquel vehículo blanco que trasladaba a su ídolo, el cual no se detenía ni en las esquinas ni avenidas de la transitada metrópolis.

Hasta que finalmente llegaron al dichoso hotel, donde luego de una rápida caminata de recorrido del lugar, Enzo decidió ir a su habitación, necesitaba despejarse. Ignorando las exigencias de Gonzalo, desempacó las pocas mudas de ropa que se le permitieron llevar y salió hacia la calle dispuesto a caminar por su amada ciudad.

Su mente vagaba al igual que sus ojos, admirando quién sabe qué, probablemente las casas. Tal vez los árboles, los autos, los locales cerrados, los zorzales que se iban a dormir… Y su cuaderno también, que se encontraba vacío, falto de letras. Ni él mismo podía despegarse del trabajo, pues sentía que debía escribir un tema durante su estadía en Buenos Aires, pero estaba en blanco.

“Volver…"

Y ahí quedó, en una triste palabra. Se fuerza a sí mismo a que una idea surja de su exprimido cerebro, pero nada… Talvez deba mojar un poco la garganta, y conocía el lugar indicado para eso.

Esperó el tranvía, que pasaba por la desolada avenida 9 de Julio, tratando desesperadamente de abrigarse en medio de aquella plaza. Pero apenas unos cinco minutos después, pudo estar en el cálido transporte, sentado en su asiento bajo un profundo silencio. Pensando en lo alborotados que fueron estos últimos días.

Habían grabado una película llena de canciones, su tráquea estaba muy maltratada, al igual que sus ojos pesados, sus articulaciones adoloridas, y ni hablar de la horrible cicatriz que dejó aquel cigarro hundido en su brazo izquierdo.

El problema de garganta que Rodrigo había sufrido hace dos días lo había tomado por sorpresa, pues el doctor le había dejado en claro que el melenudo ya no iba a poder cantar en escenarios, pues por una razón que desconocen, sus cuerdas vocales se habían debilitado mucho. Ahora solo Enzo era la voz del dúo, y De Paul se dedicaría a acompañarlo desde la sombra de su bandoneón.

Escuchó como la bocina sonaba, indicando que había llegado a la parada que él quería. Y apenas sus pies pisaron el empedrado de la calle Rosas, su cabeza dio un giro de 360 grados, sus manos temblaban ligeramente, y su sonrisa finalmente volvió a aparecer.

Altura 86, la fachada vieja pintada de rojo carmín, las luces amarillas adornando la gran puerta principal, estaba todo como lo recordaba. Está bien, se fue solamente por dos años, pero él lo sentía como si hubiesen sido dos décadas. Apenas giró el picaporte, una ola de gente gritaba alegre por su regreso inesperado.

Sonriente y agotado se dirigió a aquella barra, donde yacía su amigo esperándolo con su peculiar y adorable sonrisa.

-¡Enzo, volviste! Te extrañé demasiado…- Exclamó el pelirrojo bajo discretas lágrimas, mientras ocultaba su rostro en medio de un abrazo.

Canciones Entre Carbones | EnzuliánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora