Me tiré toda la tarde con la mirada perdida entre aquellas paredes, la mirada de algo que no podía ver en aquel bosque se había apoderado de mi pensamiento y me tenía medio vagabundo, con la idea de si realmente podían ser ideas mías. Quizás no había nada en aquel lugar y yo solamente estaba siendo preso de toda la emoción de aquel día. Al llegar de nuevo al orfanato, vimos como aquellos hombres salían, eran los dos militares de aquella tarde, el chico de antes volvió a mirarme con aquella triste mirada, como queriéndome decir algo, algo que no podía entender, que quizás no debí haber entendido, su mirada entonces igual de apagada y triste hizo algo que a mi corta edad me aterró. Su cabeza se ladeó y miró el bosque, tras aquello me miró a mí he hizo un gesto de silencio llevándose el dedo índice a los labios...
— ¡Señor espere! — Salí corriendo tras él, era mi única opción, alguien veía, sabía lo que yo, él también podía sentir aquella mirada, era un único resquicio para que todas mis dudas se disiparan, pero en aquel momento la cuidadora jefa salió tras de mí y me agarró por la cintura deteniendo mi paso, dejándome ver entre gritos como aquel hombre se alejaba del lugar subido a un taxi negro y perdiéndose en el horizonte por aquellos largos y viejos caminos.
Cuando no podía hacer más que suspirar resignado, grabando a fuego la mirada del joven, hacía que mis esperanzas se desvanecieran, la cuidadora mayor me hizo un gesto soltándome para que entrara al interior diciéndome muy seriamente.
—Jerry, entra ahora mismo, da gracias de que no te castigaré por esa falta de respeto ya que es tu cumpleaños, pero no se te ocurra pasarte de la raya jovencito o ya sabes lo que pasará — Si lo sabía, sabía perfectamente lo que pasaría si como ella decía me pasaba de la raya, lo sabía porque lo había probado antes, a todos los niños les daba uno o dos azotes con una larga fusta gruesa para que así se tiraran un par de días sin poder sentarse, para más castigo no se lo curaba, dejaban que aquella herida sangrara, incluso se infectaba y los niños apenas lograran salir de sus camas adoloridos, pero el día que faltaban a comer eran dos que no comían, yo podía dar gracias pero habían muchos de ellos que un día sin comer era peor castigo que los mismos latigazos.
Elga era la mayor de todas, la Directora, no te podías pasar de la raya, esa su famosa frase, podía decirte muchas cosas, pero el punto y final que ponía en cada conversación era, "Ya sabes lo que pasara si te pasas de la raya". Tenía muchos castigos uno de ellos era los azotes con la misma fusta, otro el agujero. En el patio cerca del cobertizo tenía un pequeño agujero en el suelo, en el cual apenas cabía un niño de tres años, cuando nos metía a los mayores nos costaba respirar por la estrechez, lo peor de ello era que podías tirarte horas, hasta se atrevían a decir que una vez tuvo a un niño encerrado en el agujero más de una semana, salías de aquel castigo con deshidratación y para que no te durmieras al paso de las horas, agarraba el agua sucia de fregar y te la echaba por encima, así que cuando salías no habían más que vómitos.
Gracias a ello nos tenía enfilados aunque pobre de ti si intentabas escapar, si lo lograbas y te pillaba pasabas una semana entera en el agujero sin piedad alguna, pero si te pillaba intentando hacerlo tu castigo era peor. Yo nunca lo había hecho pero los niños que al principio lo intentaban aparecían tiempo después muertos de miedo sin ni siquiera poder articular palabra, caían enfermos con fiebre y alguno incluso moría. ¿Qué clase de castigo seria ese? ¿Qué verían aquellos niños que los hacia enfermar así? ¿Qué les harían hacer?
Muchas veces había pensado en escapar, en arriesgarme y que fuese lo que tuviera que ser, pero el miedo a ese castigo me paralizaba, era mayor a mis fuerzas, algo que de tan solo hablar muchos de los chicos se hacían pis encima o entraban en pánico, daba pena ver como mis amigos, mi única familia, moría a manos de Elga sin saber que podía hacer. Aquella noche después de una cena como siempre escasa, un plato de sopa más que sopa agua sucia y algún que otro fideo suelto, que si te tocaban más de dos cucharadas podías darte por satisfecho, nos mandaron a la cama, no sin antes lavarnos los dientes y ponernos los pijamas. Las habitaciones estaban formadas por: Dos camas, una mesita y un pequeño armario casi vacío, nuestra ropa pasaba de unos a otros, yo siempre tenía que llevar la misma, puesto que era uno de los más grandes, mi vestimenta era un pantalón negro por las rodillas y una camisa amarillenta que originalmente era blanco pero el pasar de los años lo había puesto así.
Quien nos viera en esas circunstancias habría pensado que éramos niños de hace 50 años. Lo peor de todo es que nunca llegaba a pasar, los únicos que visitaban el lugar eran militares, ese hombre con galones traía a iniciados o cadetes, quizás era uno de sus castigos, ver como unos niños que apenas superaban los diez años eran lanzados a la más inmunda miseria para que estos valoraran lo que tenían.
—Nadie jamás nos podrá sacar de aquí, vamos a morir en este sitio— Dijo Thomas con la voz apagada y casi en susurros, pues si nos escuchaban hablar de ello íbamos directos al agujero, nadie quería que se hablara mal del orfanato, como si fuese uno prestigioso o la mayor de las suertes para un niño que no tiene donde caerse muerto.
Thomas era mi mejor amigo, mi hermano, muchas veces a los nuevos les decíamos que éramos gemelos por el parecido que teníamos, estos se lo creían y podíamos reírnos de ellos, Thomas si conoció a sus padres, pero con apenas dos años vino aquí, yo era de los nuevos y no lo pasaba muy bien por el hecho de que los grandes me tenían de recadero de un lado a otro o me quitaban la comida, pero cuando Thomas llegó eso cambió, les contaba historias de miedo que pasaban en el orfanato hasta tal punto que a veces ni siquiera podían dormir. Esperaba que siempre estuviéramos juntos.
Era menudo, delgaducho y se le notaban las costillas por la falta de alimento, llevaba gafas y su mirada era la del típico niño que no puede hacer daño a nadie, aunque quisiera. Thomas llegó a caer enfermo y no podía levantarse de la cama, yo le llevaba mi comida por lo que me llevaba más de un agujero y muchos azotes, pero después lo recordábamos y nos reíamos, eran nuestras hazañas, como en uno de los libros de caballeros o superhéroes que tanto nos gustaban.
—No te preocupes, prometo que algún día saldremos de aquí, nos vengaremos de la Vieja Elga y nos quedaremos con su orfanato, taparemos el agujero y la azotaremos tanto que se rompan sus fustas— Mientras mis palabras se elevaban, yo salté en la cama como si mi mano sostuviera aquel objeto del que hablaba, para después ofrecerle una mirada amigable a Thomas, siempre sabíamos cómo darnos aliento el uno al otro, era mi hermano y siempre seria así.
Aquella noche nos costó dormir un mundo, con las risas y los pensamientos de como castigaríamos a Elga el día que nos escapáramos de sus garras, pero al final caímos cansados a los brazos de Morfeo, lo que aún recuerdo es lo que pasó una vez entremos en un sueño profundo, aunque a veces dudo si fue real o solo una ensoñación, no serían más de las una o dos de la madrugada cuando escuché un goteo caer, uno lento, muy lento, pero que cada vez se acercaba más a mí, cuando estaba tan cerca que me hizo temblar abrí los ojos y me senté en la cama, en ese momento algo llamó mi atención, algo en la ventana, me acerqué a ella para darme cuenta del bosque, entre aquellos árboles, arbustos y ruidos de la noche algo se estaba moviendo, en el alfeizar de mi ventana en el cristal, por todo el cuarto, pequeñas gotas se podían observar de algo que al agacharme pude darme cuenta de lo que era...Sangre.
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¿Has tenido la sensación de que alguien te está observando?
HorrorJerry ha vivido desde que tiene memoria en un orfanato, dicho lugar esta lleno de intrincados secretos, oscuros misterios que aparecen en cada rincón. Una caja, un bosque, miradas, niños que desaparecen ¿Realmente tendrá un final feliz esta historia...