Cuidado Con Lo Que Deseas

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Caminé tan despacio que llegué a pensar que no me movía del sitio, si antes de aquel estruendo mi corazón estaba a mil, ahora ya no tenía cifra para describir esa sensación, tenía una voz en mi cabeza que me decía una y otra vez que echara a correr, que aquella cosa no era buena, que algo me pasaría si seguía entrometiéndome, pero mi cuerpo no parecía reaccionar, era como si por cuenta propia se hubiera propuesto encaminarse a una muerte segura y sin vuelta atrás.

Cuando casi me quedaba medio metro para llegar a un gran matorral, lugar desde el que se había producido el ruido, otro suceso hizo que la garganta se me cerrara del todo y que casi me cagara encima del susto, no literalmente pero es la frase perfecta que podría describir ese momento, esa cosa me habló, es algo increíble, inimaginable, casi de pesadilla, pero por primera vez pude escuchar su voz en mi nuca, pegado a mi junto con aquella entrecortada respiración que parecía salir de un cuerpo enfermo o algo peor, el olor en ese momento era como si la misma peste se hubiese apoderado del bosque entero y se introducía por mis fosas nasales, era un hedor entre vómito, muerto, carne podrida, y heces fecales de algún animal.

No tuve coraje para darme la vuelta y encararme a ese ser que estaba tras de mí, el cual sentía en mi espalda y solo me dijo una frase, en ese momento me di cuenta de que ese fétido olor podría matarte con solo rozar tu nariz, parecía que aquel no se había lavado la boca en siglos, que digo la boca, no se había lavado, en general, desde hace muchísimo tiempo. Aquella frase era corta y pude entenderla a la perfección.

— No mires atrás y corre todo lo que puedas — En ese momento algo alargado se colocó en mi espalda, no cabía en la cabeza de nadie que eso fueran dedos, eran alargados, afilados, al posarse en mi camiseta podía notar como un pequeño empujón me hizo caminar varios pasos, pero ahora que lo había encontrado no podía echarme atrás, si no esa tristeza que tenía de perder a mi amigo por ir a encontrar a ese ser me seria en vano, y mucho peor porque sería castigado y no habría descubierto nada, me negaba en rotundo a dejar escapar esta oportunidad, por ello me gire y grité.

— ¡No me iré! ¡¿Quién eres?! — Mi rostro se llenó de pavor al descubrir que aquella figura ya no estaba. Lo mejor de todo es que podía ver por donde se había ido porque era rápida sí, pero el movimiento de las ramas de los árboles, de los arbustos y el viento me indicaba el camino, no iba a volver, ahora o nunca, ese era el momento de echarle valor o ser un cagazas para el resto de mi larga vida.

En ese momento yo, pobre iluso, creyendo que todo era como en los cuentos que al final no sería nada, que se apiadarían de un niño pequeño eché a correr en dirección a donde el bosque me guiaba, mis pies no daban de sí, corría tanto que mis tobillos parecían que se iban a partir, mis brazos se movían uno después del otro para intentar así poder correr aún más, mi corto pelo se movía con el viento y casi tenía que entre cerrar los ojos para ver, para cualquier adulto sería nada, para mí en aquel momento era peor que la selva amazónica para los que se pierden en plena lluvia de enero, parecía que el ser venía tras de mí y quería devorarme en vez de ser yo el que iba en su busca, jamás en mi vida había corrido tan deprisa como aquella noche, aunque bueno, nunca digas nunca, al menos como niño nunca había corrido de esa forma.

Cuando no pude más, creyendo realmente que me daría un infarto me detuve, para mi sorpresa no escuchaba más viento, ni más movimientos nada que pudiera llamar de nuevo mi atención, me senté a un lado y miré dentro de mi mochila sacando una cantimplora que usábamos para las excursiones, bebí un gran trago que casi la dejo por la mitad para saciar la gran sed que en aquel momento me invadía. Parecía que las emociones aquella noche no terminarían pues pasados dos minutos cuando miré mi alrededor me di cuenta de algo, no muy lejos de donde me encontraba había un edificio, grande, no tanto como el orfanato pero era grande, me encantaba escalar a los árboles y eso hice para intentar ver de qué se trataba, me subí al mismo en el que estaba apoyado, trepé a las primeras ramas las cuales no eran muy sólidas pero podrían aguantar unos pocos segundos mientras miraba. Por desgracia fueron segundos que transcurridos estos me di cuenta de algo, dos hombres se dirigían al lugar hablando el uno con el otro, las voces de estos alteradas y mal humoradas, pero recordé una de las voces, era el militar que había ido al orfanato, ¿Qué hacía en el bosque a esas horas? ¿Estarían buscándome?, solo pude escuchar un poco pero decían...

— Nos hace falta uno más, solo uno para acabarlo, estamos a punto de lograrlo mi capitán — Decía el menor con algo de ansias en sus palabras.

— Basta chico, esto es más peligroso de lo que pensaba, ya has visto lo que ha ocurrido con los demás, no podemos arriesgarnos —

—Pero tenemos muchos señor, solo uno más, ¡Uno solo! — ¿Un solo qué? ¿Por qué aquel chico estaba tan deseoso de lograr aquello? ¿Sería algo militar? Una bomba. Siempre había sido patoso, pero esa noche lo fui más que nunca, sentía como la rama en la que estaba subido se partía bajo mis pies y yo caía formando un estrepitoso ruido que alertó a los hombres los cuales a prisa se acercaron a mí, yo intenté esconderme pero era demasiado tarde, ya me habían visto.

— Como caído del cielo señor, parece que esta noche es nuestra noche de suerte, ahora ya no puede decir que no — El joven lo miró unos instantes y se acercó a mi cogiéndome del pelo para levantarme con tanta brusquedad que pensaba que me dejaría calvo, el otro hombre me miró y negó, se aproximó me cogió del mentón mirando mis ojos para decirme.

— Has tenido que ser tú quien apareciera en mitad de la noche- Volvió a negar, ¡Ese tío me conocía! Claro que me conocía, del orfanato, de las veces que había ido y de la última escenita la cual me costó una buena regañina de la señorita Elga.

— ¡Por favor! ¡Yo no he hecho nada!— Que más podía hacer que no fuese suplicar por mi pobre vida, seguramente me llevarían ante la directora y esta me azotaría, me metería en el agujero y me condenaría a ese castigo que hacía que los niños cayesen enfermos. No, no quería ir, a otro sitio menos ante la señorita Elga era lo que más anhelaba en ese momento, pero mis deseos fueron escuchados en realidad por el diablo porque al lugar donde nos encaminábamos era a aquel edificio. Antes de entrar el joven muchacho se encargó de que viera bien poco, al acercarnos me dio un golpe con un grueso, largo y duro objeto en la cabeza que me dejó inconsciente en el mismo momento de tocarme.

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⏰ Última actualización: Sep 06 ⏰

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