Me di cuenta de que mi aversión por la lluvia iba más allá de la infancia, se había arraigado en mí como una especie de rechazo a la melancolía que traía consigo. En cada tormenta, encontraba una especie de catarsis, una liberación de emociones que necesitaban ser purificadas.
***
Entre a la casa con un sentimiento de malestar. En el grupo de canto del último año en la escuela, habían comenzado a comentar que el único ausente en la presentación del Día del Padre era el mío. No había prestado atención a eso antes, mi nivel de conciencia era diferente, pero al acercarme al bachillerato, empecé a percibir la vida de manera distinta. Mi madre siempre estaba presente y para mí era suficiente, pero al observar cómo los padres acudían para respaldar a sus hijos en los eventos, sentía que me faltaba una conexión importante.
—¿Cómo te fue hoy en el ensayo, cariño?—preguntó mamá descendiendo las escaleras.
—¿Mamá, por qué no tengo padre?—Inquirí, molesta, acercándome.
Un estruendo resonó y a través de las ventanas se vislumbró un relámpago fugaz.
—Irene, tú y yo somos suficientes, ya te lo he mencionado con anterioridad.
La vi apretar las manos en las barandas, su semblante había cambiado.
—No comprendo por qué todos en la escuela tienen un padre y yo no, mamá—dije con lágrimas en los ojos.
—No necesitas un padre, Irene, es suficiente con nosotras.
Ella zanjó la conversación, una lluvia torrencial se desató afuera. A pesar de ello, volví a plantear la misma pregunta al año siguiente, pero no cedió, simplemente ignoró mi interrogante y pasó de ella.
***
Alexander había cultivado la costumbre de llegar en el momento oportuno, casi como si poseyera un sentido innato de cuándo se necesitaba una mano reconfortante.
—Deja que tus lágrimas fluyan— susurró, abrazándome tiernamente.
Se me escapó un sollozo, desatando una tormenta a nuestro alrededor. Rápidamente, nos condujo a unos pocos pasos de la puerta, asegurándonos de que no cayera el aguacero mientras entrábamos apresuradamente en la residencia.
Una vez dentro, dejó el paraguas a un lado de la puerta y me tomó de la mano, guiándome al sofá donde se sentó conmigo en su regazo. Me acurruqué contra su pecho por un rato, luchando contra una sensación de vergüenza. Sabía que al levantarme, las manchas de maquillaje en mi rostro serían evidentes.
—No importa lo difícil que sea tu problema, siempre habrá una solución, pequeña—dijo mientras nos separaba.
Bajé la mirada, intentando limpiarme con las manos, pero él las tomó delicadamente para detenerme.
—No sé si algo roto pueda arreglarse—dije cerrando los ojos—estoy hecha un lío.
—¿Hay alguien herido de gravedad?—Levantó mi barbilla
—Mi corazón—respondí casi en un susurro, mientras me levantaba—Por cierto, ¿cómo llegaste hasta aquí?
—De acuerdo, si prefieres no abordar este tema—alzó las manos en señal de rendición.
> Fue curioso, momentos atrás me encontraba reunido con unos colegas, cuando de repente tu imagen vino a mi mente y al detenerme en el semáforo me percaté de que te hallabas frente a mí, con una expresión de tristeza desde otro vehículo. Intenté llamar tu atención con un cambio de luces, pero decidiste seguir tu camino.
ESTÁS LEYENDO
Después de mi amor platónico
Romance¿Cuál es la probabilidad de que el amor platónico sea real y verdadero?