Capítulo 2: Ilusión

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Actualidad

10 de septiembre 2022

Mi paraguas estaba deteriorado y afuera caía una intensa lluvia, sería imprudente irme en bicicleta. Si pedía un taxi, no llegaría a tiempo, solo me quedaba una última opción y planeaba utilizarla.

«1,2,3 tú puedes Irene»

Tomé mi teléfono y llamé a la única persona con la que podríamos tener diferencias, pero que vendría a rescatarme del espacio si fuera posible, sin quejarse. El crecimiento solo sirve para que te des cuenta de que la vida de un adulto es difícil y que la idea de que todo mejorará es engañosa. Si eres de los que creen que todo vendrá a ti sin hacer nada, lo único que te espera es hacerte viejo esperando algo que nunca llegará.

—Si bueno— dijo con voz adormilada.

—Hola...—aclaré mi garganta—Estoy atrapada en casa y necesito llegar a metodología—No dejó que acabara de hablar.

—Voy por ti—cortó enseguida.

***

Adquirí un pequeño tentempié en uno de los establecimientos de comida de la universidad, expresé mi gratitud a la propietaria quien me respondió con una amplia sonrisa, ella iluminaba todas las mañanas con su enérgica presencia, nunca había conocido a alguien que mostrara tanto amor por su negocio como la señora Miranda. Esperaba que la galleta y el jugo pudieran compensar lo que mi inexistente desayuno no pudo.

Recorrí visualmente todas las mesas hasta que encontré una disponible, aceleré el paso y cuando estaba a punto de sentarme, una mujer de cabello castaño se acercó. Me atreví a mirarla, era alta, con una figura impresionante, llevaba gafas y un bolso de mano con algunos documentos.

—¿Te han dicho que tienes una mirada profunda?— Se sentó.

—¿Te han dicho que eres atrevida?—Contraataqué desde mi posición.

—La mayoría del tiempo—Se quedó pensativa, sacudió su cabeza—.¿No te piensas sentar? Se te va a calentar tu jugo—Señaló mi vaso.

***

Ese encuentro marcó el comienzo de una amistad sumamente peculiar. Ana se convirtió en algo más que una simple amistad, quizás en la figura de una hermana mayor que nunca tuve. Yo era como un pequeño velero ansioso por alcanzar su destino, y ella se convirtió en el faro que iluminaba mi camino. A pesar de nuestras frecuentes disputas y diferentes perspectivas, siempre podíamos confiar la una en la otra.

Concluía de reunir mis apuntes cuando el estruendo del vehículo chirriando en la entrada me puso en alerta. Me apresuré a correr las cortinas y, efectivamente, el automóvil de Ana se encontraba estacionado. Bajé la ventana y exclamé:

—¡Ya voy!

Deslice el seguro de la puerta y saqué mi viejo paraguas para cubrir al menos una parte de mi cuerpo. Al entrar al auto, ella encendió la calefacción y me ofreció una toalla. Después de un rato conduciendo, decidí dar el primer paso, abrí el bolsillo lateral de mi mochila y saqué un paquete de chocolate blanco. Lo coloqué en el asiento, ella se dio cuenta al instante y en el primer semáforo en rojo se detuvo emocionada.

Ana era una de las pocas personas que conocía que disfrutaban de los pequeños detalles, era como una niña en el cuerpo de una mujer. Siempre que una discusión nos separaba, solíamos resolver nuestras diferencias con comida o dulces favoritos. Un ritual infalible.

—Te extrañé—dijo melancólica.

—Y yo a ti.

Entrelazamos nuestras manos y luego nuestros pulgares. Este gesto era un símbolo inequívoco de la amistad que nos unía y representaba una tregua tras una batalla sin vencedores. El tiempo podía transcurrir, pero nuestras arraigadas costumbres permanecerían inalterables.

Después de mi amor platónicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora