Parte 3

78 6 2
                                    

La noche había caído sobre la isla, envolviéndola en un silencio pesado. El aire, que durante el día había sido abrasador, ahora era frío y húmedo.

Buck se encontraba tendido en la arena, su cuerpo exhausto apenas protegido por los harapos que le quedaban. Observaba el cielo, repleto de estrellas, y el ligero resplandor que emitía la lámpara de gasolina desde la cabaña de Eddie, apenas visible entre los árboles.

"Así que, esto es todo", pensó Buck, sintiendo el frío colarse por cada rincón de su ropa rota. Las olas rompían suavemente contra la orilla, un sonido que en cualquier otra circunstancia podría haberle resultado tranquilizador, pero ahora solo acentuaba lo solo que se sentía.

—Sobrevivo al apocalipsis, me salvo de los zombies... y ahora, aquí estoy, en una isla con un tipo salvaje y su hijo. Claro, porque enfrentar hordas de muertos vivientes no era suficiente. —Se giró en la arena, tratando de encontrar una posición más cómoda, pero el suelo era duro y frío. Suspiró—. Nuevo lugar, nuevos desafíos.

Sus ojos volvieron a la luz titilante de la lámpara de Eddie, que destacaba como un faro de vida en medio de la oscuridad. Se preguntaba qué estaría pensando Eddie en ese momento, si sería tan desconfiado por naturaleza o si el apocalipsis lo había vuelto así. En el fondo, no podía culparlo. Todos habían cambiado. Todos llevaban cicatrices que, aunque invisibles, pesaban más que cualquier herida física.

—¿Qué viene ahora? —murmuró para sí, dejando que la brisa nocturna jugara con su cabello sucio. Cerró los ojos por un segundo, pero la imagen del taparrabos de Eddie y su hijo apareció de repente en su mente, haciendo que una risa involuntaria escapara de sus labios.

—¿Tendré que usar uno de esos también? —se preguntó en voz baja, riendo por lo absurdo de la idea. Por un momento, la risa le alivió la tensión, aunque fuera brevemente.

Mientras su mente seguía divagando entre la realidad de su situación y el surrealismo de imaginarse a sí mismo en un taparrabos, Buck decidió que, si podía encontrar humor en algo tan ridículo como eso, tal vez aún no estaba tan perdido. A pesar de todo, seguía siendo él mismo, y en ese mundo devastado, aferrarse a cualquier vestigio de normalidad —aunque fuera en forma de una risa tonta— era su única defensa contra la locura.

El resplandor de la lámpara en la cabaña de Eddie seguía brillando en la distancia, y Buck, envuelto en sus pensamientos y la frialdad de la noche, finalmente dejó que el agotamiento lo venciera, adormeciéndose poco a poco bajo las estrellas.

Mañana sería otro día, otro desafío, y quién sabe... tal vez necesitaría un taparrabos después de todo.





....





Fragmento: Los Días Antes del Rubio

Eddie estaba de pie junto al arroyo, sumergiendo la ropa en el agua fría, moviendo las telas entre sus manos con una paciencia ya habitual. Lavar la ropa se había convertido en una tarea casi ritual desde que llegaron a la isla, un recordatorio de que la vida seguía adelante, incluso en medio del caos del apocalipsis. Al lado suyo, Chris lo observaba, sentado en una roca cercana, balanceando sus muletas.

—¿Cuánto más va a tardar en secarse la ropa esta vez? —preguntó Chris con un toque de impaciencia. Los días húmedos y la falta de sol hacían que secar cualquier cosa tomara el doble de tiempo.

Eddie exhaló con una ligera sonrisa mientras torcía una camiseta. Era casi imposible que la ropa se secara rápido con esa humedad pegajosa que cubría todo.

—Va a tardar, hijo. El clima no está de nuestro lado —respondió, observando las nubes grises que colgaban en el cielo—. Así que... ya sabes lo que eso significa, ¿no?

Chris rodó los ojos, pero su boca esbozó una sonrisa juguetona. —¿Taparrabos otra vez?

Eddie rió suavemente mientras colgaba la camiseta empapada sobre una cuerda improvisada entre dos árboles.

—Sí, taparrabos otra vez. Al menos hasta que se sequen las cosas. No es tan malo, ¿verdad? —dijo, fingiendo un tono despreocupado—. Solo imagínate que somos guerreros antiguos, cazadores en la jungla. Puede ser divertido.

—Papá, estamos en una isla desierta en medio de un apocalipsis zombie. No creo que hacer de "guerreros antiguos" lo mejore mucho —respondió Chris, levantando una ceja con esa sagacidad que a veces lo descolocaba.

Eddie rió con más ganas ahora, aunque su risa estaba teñida de un toque de nostalgia y cansancio. La isla, a pesar de su belleza, era un lugar duro, y él sentía el peso de ser el protector de su hijo en un mundo tan inhóspito.

—Lo sé, lo sé... pero es lo que tenemos, Chris. Además —añadió, mientras empezaba a lavar uno de sus pantalones—, cuando todo se pone difícil, es mejor reírse de ello. Nos ayuda a seguir adelante.

El silencio se hizo por un momento, mientras el sonido del agua y las hojas susurrantes llenaba el aire. Eddie continuó su tarea, enjuagando las prendas y dándole la vuelta en sus manos. La monotonía de la acción le permitía pensar, algo que muchas veces no se daba el lujo de hacer. Mientras pasaba la tela entre sus dedos, su mente divagaba hacia el pasado, hacia las ciudades que alguna vez conocieron, la gente que dejaron atrás. Pero la isla, aunque solitaria, también les ofrecía algo que no habían tenido en mucho tiempo: seguridad, al menos temporal.

—Sabes —dijo Eddie después de un rato, mirando a su hijo—, cuando llegamos aquí, pensé que no duraríamos ni una semana. Creí que este lugar nos tragaría enteros, como lo hizo el resto del mundo.

Chris lo miró en silencio, esperando a que continuara.

—Pero míranos ahora —dijo Eddie, su tono más firme—. Hemos sobrevivido más de lo que esperaba. Lo estamos haciendo bien. Puede que estemos usando taparrabos y lavando nuestra ropa en un arroyo, pero estamos vivos. Y eso es lo único que importa.

Chris asintió lentamente, sus ojos serios pero llenos de confianza en su padre. Aunque el apocalipsis había cambiado sus vidas para siempre, Eddie seguía siendo su ancla. Y a pesar de las circunstancias, él nunca dejaba de encontrar una manera de hacer que las cosas parecieran más soportables.

—Papá... tal vez deberíamos hacerle una broma al próximo zombie que veamos. Le diremos que tiene que usar taparrabos también.

Eddie soltó una carcajada, sorprendido por el comentario de Chris.

—Eso suena justo, hijo. Eso suena justo.

Mientras tendía la última prenda mojada sobre la cuerda, Eddie se permitió una pequeña sonrisa. Los días eran duros, pero su relación con Chris lo era todo. La isla podía ser implacable, pero mientras estuvieran juntos, siempre encontrarían una forma de seguir adelante, aunque fuera con taparrabos improvisados.

Sin embargo, en ese momento, Eddie no podía imaginar lo mucho que cambiarían las cosas en apenas unos días, cuando un rubio agotado y perdido llegaría a la orilla de su pequeña isla.












...


EN LA ISLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora