El deseo invadía cada célula de mi existencia, jamás pensé que volvería a encontrarme con el culpable de mis insomnios cada noche.
Maldecía haber sido un cobarde, y desde aquel día mi mente no dejaba de reproducir las imágenes de ese hermoso hombre bajo mío.
Había algo familiar en todo esto. Esa chispa en sus ojos, la resistencia que poco a poco se desvanecía bajo su control. Lo reconocí de inmediato, pero él no parecía recordar. O tal vez lo hacía, y solo estaba jugando conmigo, tratando de mantener esa fachada del chico malo que nunca se enamora, de independencia, que tanto le gustaba mostrar.
Pero yo sabía la verdad. Lo había sentido antes, esa conexión intensa que se encendía cuando nuestras miradas se cruzaban, cuando nuestros cuerpos se tocaban. No era la primera, mi la segunda vez que estábamos así, enredados en esta batalla de poder, de control.
Aquella noche, meses atrás, cuando lo vi en esa fiesta en Mónaco, no pude apartar la vista de él. Llevaba una camisa desabrochada hasta la mitad, dejando ver su piel dorada, y sus ojos se movían con curiosidad, explorando cada rincón del lugar. Lo seguí con la mirada, cada movimiento, cada gesto, hasta que nuestras miradas se encontraron, y supe que tenía que tenerlo.
No fue fácil. Jugó a ser difícil, manteniendo una distancia segura, riéndose con sus amigos, pero sus ojos volvían a buscarme una y otra vez. Y cuando finalmente me acerqué, esa barrera que había construido alrededor de sí mismo comenzó a desmoronarse.
Lo llevé a un rincón apartado, lejos de las miradas curiosas, y ahí, en la penumbra de una terraza, nuestras bocas se encontraron por primera vez. Fue rápido, intenso, un choque de lenguas y dientes, como si el mundo fuera a acabarse si no lo besaba con todo lo que tenía. Sentí su cuerpo temblar bajo mis manos, y supe en ese instante que, por mucho que intentara negarlo, lo quería tanto como yo.
Lo llevé a mi suite, y esa noche fue un borrón de piel, gemidos ahogados y cuerpos entrelazados. Nos entregamos el uno al otro con una pasión desbordante, sin pensar en las consecuencias, en lo que vendría después. Y cuando todo terminó, lo vi mirarme con esos ojos que mezclaban desafío y vulnerabilidad, como si no pudiera decidir si odiarme o volver a caer en mis brazos.
Tal vez me odiaba, pues había dejado la máscara de ese chico malo atrás. Conmigo había sido diferente, lo sabía.
Eleazar me había contado los rumores sobre todo ese grupito de amigos, pues su hermano, Brandon había sido víctima de uno de ellos. Me lo había advertido.
"No te acerques a ellos Max, no quiero que te expriman la billetera y después te boten como a Brandon."
"Tranquilo, se lo que hago."
Sabía cómo operaban, sus métodos de conquista. Lo sabía absolutamente todo.
Lo que no sabía era que sería víctima de ellos, caí como un idiota ante esos hermosos ojos cafes y mejillas salpicadas de pecas.
Por supuesto que entendía a todos los idiotas que caían a sus pies, pero no los podía culpar, porqué incluso ahora creía que él podría anhelar quedarse con toda mi fortuna y yo se la daría gustoso y sin rechistar.
Algo que hacia la diferencia entre los otro y yo, era que él no había empezado este juego sucio, si no yo.
Pero yo era un maldito cobarde, me dejé llevar por todo lo que me habían dicho y me largue de ahí, escabulléndome como una maldita rata. Me fui de su lado antes de que despertará, me fui sabiendo solamente su verdadero nombre, Sergio, mi Sergio.
"No me llames así, Michel es una versión que no pienso tener contigo güerito hermoso. Llámame Sergio."
Verlo en ese estado tan vulnerable nuevamente, me hacía clara una cosa.
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Sacrifice
FanfictionCheco todo lo que se propone lo consigue, a los hombres ve como trofeos y enamorarse no esta en sus planes, o al menos hasta que Max llega y su mundo se pone de cabeza.