Capítulo 2: Conversión

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Salieron del castillo rumbo al país del emperador, el camino tomaría al menos seis horas. Todo allí adentro se fue incinerado, los guardias prendieron fuego y comenzó a arder, no tomaron reliquias, el emperador tenía suficiente riqueza, solo le importaba borrar del mapa al país del agua. Subieron a sus caballos todos, era un viaje accidentado y lejano, solo habia una forma de llegar y era esa.

Giyū seguía inconsciente, cada cierto tiempo, Tengen suministraba más dosis de aquella medicina que lo mantenía dormido, no tenía que saber la dirección que estaban tomando. El clima aquella mañana era abrasador y húmedo, se detenían ocasionalmente para que el emperador pudiera refrescarse, sin importa que eso los atrasaba un poco más.

Eran casi las cinco de la tarde cuando llegaron a las murallas del gran país del fuego. Esta, era una nación que permanecía individualista, no era común ver a sus representantes en grandes reuniones de política, eran mas bien conocidos por su ferocidad en las peleas, además de sus poderes especiales que sellaban cualquier tipo de energía espiritual, lo que nadie sabía es que ya solo quedaba un descendiente del que había sido ese gran clan.

Kaenora era el nombre de aquel lugar, sus fronteras estaban acordonadas por grandes muros, vigilados por guardias capaces de utilizar el poder de las respiraciones. La mayoría de los habitantes fueron entrenados para defender a los reyes, otorgándoles así, el conocimiento para dominar aquellas habilidades.

Los habitantes podían salir a voluntad, cruzar las murallas y volver cuando quisieran, pero, era muy raro que algún extranjero tuviera acceso para entrar, y los que entraban, muchas veces ya no volvían a salir.

El pequeño ejercito que acompañaba al emperador atravesó aquella gran puerta que se abría a su paso, su victoria era evidente. Aun faltaba recorrer un tramo de unos cuarenta minutos para llegar al palacio.

—¿Qué quieres que haga con el príncipe? —preguntó Tengen mientras daba un sorbo a su bebida alcohólica.

—Él ya no es un príncipe —respondió mientras tiraba el resto del contenido de su copa sobre la cabeza de Giyū, que iba tendido sobre el regazo de Tengen —ya ni siquiera podría decir que es una persona.

—¡Me mojaste! —exclamó el ninja —¿Qué hago con él?

Kyōjurō le indicó llevarlo al jugoku, una especie de celda de confinamiento en el lugar más apartado del castillo, era subterráneo, oscuro, lleno de ratas y muy húmedo en esa época del año. Ese lugar era utilizado cuando el emperador torturaba a sus enemigos.

Así lo hizo, el comandante Tengen y sus esposas se encargaron de esa operación, agregando su toque personal. Encadenaron sus manos al techo con grilletes y cubrieron sus ojos con una venda. No administraron más dosis de medicina, para ellos sería divertido hacerle pasar despierto otra de las peores noches de su vida.

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Recobraba la conciencia poco a poco, la cabeza le daba vueltas y el exceso en el medicamento le provocó una inmensa sensación de nauseas, haciendo vomitar para finalmente después de eso traerlo de vuelta a la realidad.

Los grilletes en sus muñecas estaban tan ajustados que con poco movimiento comenzaron a llenarse de sangre. La sensación de oscuridad le hizo perder un poco el juicio, lo odiaba. Quería ver algo, lo que fuera, al menos ver como era el sitio que le rodeaba. Nunca consiguió hacerlo.

Giyū intentó usar su poder espiritual, se dio cuenta que con cada intento, el sello que recorría su cuerpo y le provocaba una sensación de estarle quemando, así que decidió esperar. Sabía que todo el entrenamiento que tuvo durante todos esos años le habían preparado para afrontar situaciones así, sin embargo, nunca pensó que ese fatal día llegaría, lloró en completa soledad, recordando la muerte de su padre y de su hermano, la destrucción de su hogar y el horrible destino que seguramente vendría, lloró hasta volver a quedarse dormido.

La concubina del emperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora