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 Era noche cerrada en aquel frío mes de octubre. Las calles estaban desiertas a esas horas; ni siquiera alguna persona con algunas copas de más se encontraban vagando sin rumbo. Únicamente había silencio... Silencio y soledad. Así era como podía describir Erik a Lashkiat, la ciudad protegida.

Erik caminaba rápidamente mientras su pelo rubio se pegaba por el sudor en su frente. Estaba nervioso. Las manos le sudaban y las piernas le temblaban como la gelatina de dudosa calidad que había tomado como postre hace escasas cuatro horas. Su respiración era agitada y Erik temía por momentos que alguien de la Orden le pudiera escuchar. Y sabía que, si eso pasaba, ya le podrían dar por muerto.

Aunque de igual forma, si se quedaba en esa ciudad iba a morir de todas formas. Había sido contagiado de La Locura. Aquella enfermedad maligna que apareció hace más de dos cientos años y que ya se había cobrado la vida de más de millones de personas.

Erik se tropezó con un cubo de basura tirado en el suelo y se cayó de costado. Erik reprimió un gemido de dolor y se levantó rápidamente para empezar a correr sin mirar atrás. Estaba seguro que alguien le había escuchado.

Corrió varias calles a toda la velocidad que sus piernas le permitían mientras unas ganas de vomitar enormes le llenaban el cuerpo. Tenía que darse prisa o el tren saldría de la ciudad sin él. Sin su libertad.

Corrió sin descanso hasta que vio a lo lejos el antiguo reloj de la plaza de la estación. Entonces bajó el ritmo y callejeó un poco hasta llegar al edificio de carga, un edificio de ladrillo con una gran puerta de metal cerrada a cal y canto. Erik vigiló los alrededores e introdujo la llave en la cerradura. La puerta se abrió fácilmente y Erik entró rápidamente cerrando la puerta detrás de sí.

Una vez dentro respiró para calmarse y en la oscuridad caminó tentando el terreno con las manos: una mesa, una silla, una estantería, unos pechos grandes y robustos, otra silla...

¿Unos pechos grandes y robustos?

A Erik no le dio tiempo a reaccionar que sintió un enorme golpe en su nariz y la sensación de sangre saliendo de ella.

—Joder—gritó Erik y se llevó la mano a la nariz—. Joder cómo duele.

La luz se encendió de repente y Erik vio a una chica rubia de pie con los brazos cruzados y una mirada que no auguraba nada bueno.

—Creo que me has roto la nariz—se quejó Erik mientras tiraba la cabeza hacia atrás.

—Tu eres idiota—contestó la chica—. Te dije que te mantuvieras alejado de esta zona y que simplemente te quedases en casa fingiendo recuperarte.

—Ayleen sabes que no puedo quedarme. Sabes que si me pillan me matarán—se quejó Erik cansado de la misma conversación, otra vez—. No me creo que no haya una cura a esta enfermedad. Estoy seguro de que debe de haber alguna forma de librarse de esta mierda.

—Te dije que yo cuidaría de ti—dijo Ayleen con unas pequeñas lagrimas asomándose en los ojos—. Además,  sabes lo que hay más allá de estos muros. No sabes que hay más allá, en las otras ciudades. Y sabes que es lo que te espera en el camino...

—Sea lo que sea, será mejor que sentarme a esperar mi muerte—dijo Erik y acercó su mano a su mejilla. La acarició lentamente y puso su frente contra la suya—. Me curaré y volveré contigo. Lo prometo.

Erik besó suavemente los labios de Ayleen mientras la cogía de la cintura. Aquel beso era mucho más que una simple muestra de cariño. Aquello era una promesa.

Una promesa de que volvería.

Por que la amaba. Y la amaría hasta su último aliento.

Sonidos de voces lejanas los separaron. Ambos jóvenes se miraron a los ojos y actuaron rápidamente. Ayleen abrió una caja grande de madera vació e indicó a Erik que se metiera dentro. Erik se encogió sobre sí mismo una vez estuvo encerrado dentro de esa caja. Unos pequeños agujeros permitían la entrada de oxígeno. Al menos no moriría asfixiado, pensó Erik para sus adentros.

—Comandante Ayleen—dijo una voz masculina y una rabia surgió dentro de Erik—. ¿Necesita ayuda? El tren está casi listo para partir.

—Estoy bien—respondió ella—. Estaba acabando de poner en orden las cajas. Voy a llevarlas ahora.

Erik notó como la caja se levantaba y aguantó la respiración.

—Ayleen el transpaleta es muy pesado para ti—dijo la voz masculina y Erik tuvo que respirar varias veces para no salir de la caja y saltar encima de él.

—Comandante Ayleen—dijo ella con seriedad.

—¿Después de lo de anoche tengo que seguir llamándote así? —preguntó con voz ronca y Erik se quedó estático.

"¿Como que después de lo de anoche?"

—Anoche no ocurrió nada—dijo Ayleen con rabia y voz temblorosa—. Vuelva a su puesto, soldado March.

—Ayleen, venga...

—Basta Hermes—dijo Ayleen—. Vete. Ya.

La rabia inundó a Erik aún más. Sabía de sobra que Hermes sentía algo por Ayleen. Y sabía de sobras que Hermes sabía que él y ella estaban juntos. Pero esa frase... ¿significaba que había ocurrido algo entre los dos? ¿Anoche? ¿Mientras él tosía sangre en el suelo del mugriento baño de la casa donde vivía?

Erik notó que el suelo se movía y se quedó inmóvil mientras su novia le llevaba hacia el tren. Hacia su libertad. Erik escuchó varias voces provenientes de todas partes y rezó para que no hubiera un control sorpresa.

Erik calculó unos cinco minutos de movimiento hasta que se quedó quieto. Se arriesgó a mirar un poco por los pequeños agujeros que tenía a modo de respiradero, pero únicamente vio oscuridad.

Negra oscuridad.

Erik no se movió ni emitió ningún ruido. Se quedó pensando en la negra oscuridad como había llegado a ese punto; se quedó pensando en el momento en que el doctor Williams le dijo que posiblemente estaba contagiado de la locura y que necesitaban hacerle más pruebas; se quedó pensando en el momento en que le dijo que si vomitaba sangre durante la noche que fuera corriendo al hospital para empezar con el tratamiento paliativo para hacerle una muerte calmada y sin dolor.

Y se quedó pensando en la maldita frase que había dicho Hermes. ¿Después de anoche? ¿Qué cojones significaba después de anoche y porque claramente sentía que tenía una connotación sexual?

Erik se obligó a calmarse. Ahora mismo tenía problemas más graves que pensar en lo que había dicho Hermes. Tenía que centrarse y pensar en como salir de ese tren en marcha sin que le vieran. En intentar encontrar el camino más seguro a la siguiente ciudad segura sin que vieran que estaba enfermo.

Erik tosió y notó como algo espeso y caliente salía de su boca. Erik gruñó de rabia y añadió a la lista de cosas que tenía que hacer, encontrar ropa limpia o algún río o arroyo donde poder lavarse. También debería...

Sus pensamientos cesaron en el momento que oyó pisadas cerca de él. Erik aguantó la respiración, pero tenía miedo que su corazón latiendo desbocadamente de miedo, pudiera delatarle.

Las pisadas sonaban cada vez más cerca y supuso que era alguien de la Orden controlando que la carga estuviera bien sujeta y que no hubiera nada que pudiera moverse y caerse. Erik, en realidad, no sabía que podía contener las demás cajas, pero rezó para que no fuera necesario abrirlas para comprobarlo.

A Erik le empezó a sudar las manos y una sensación de gases se le aparecieron en el estómago. Maldecía esa parte de él. Estaba cagado de miedo ante la idea de que pudieran descubrirle.

Tras unos pocos minutos, los pasos cesaron y Erik se permitió respirar de alivio. Ya había pasado, pero tenía que tener en cuenta de que si quería salir de ahí tenía que quizá hacerlo completamente a oscuras para que no le vieran.

Sin embargo, el alivio de Erik no duró demasiado. Un golpe en la parte de arriba de su cabeza y de repente una luz blanca, le sentenció.

—Vaya vaya—dijo una voz masculina que no tuvo tiempo a identificar antes de que le dieran un golpe en la cabeza y cayera inconsciente—. Un polizón a bordo.

La ciudad protegida (Silencio y Soledad)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora