Apenas era el mediodía, pero el cielo estaba sumido en una completa oscuridad, por lo que las personas que habitaban el terreno baldío evitaban a toda costa salir de sus casas maltrechas. Casi todas estaba constituidas con apuro usando tablas de madera, láminas de zinc, cartón y chatarra, exudando pobreza y miseria. Además de la poca luz que escapaba por las ventanas de las casitas, también salía humo con olores nauseabundos o irreconocibles; pues a falta de recursos, todos cocinaban sus alimentos a leña, cubriendo el ambiente de cenizas que el viento poco a poco se llevaba a las llanuras.
La ciudad de Zaranda estaba en decadencia, el Sol no brillaba desde hacía semanas, siempre oculto por las gruesas nubes grises llenas contaminación; con remolinos oscuros que parecían tener ojos malévolos. La poca iluminación que había era pálida, enfermiza y fría, incapaz de nutrir a los cultivos y dejando la tierra estéril, desprovista de cualquier esperanza. Ahí solo había miseria y hambre.
Lejos de la aglomeración de techos rotos, en una de las pequeñas casas al borde de un deshuesadero vivía una mal llamada "familia" no consanguínea, que estaba conformada por Coral y Feusto; dos adultos llenos de arrugas amargas, carcomidos por el tiempo y el hambre. Ellos se encargaban de acoger a jóvenes sin hogar o integrarlos a la fuerza, para hacerlos trabajar hasta el cansancio a cambio de un lugar para dormir y algo de comida. Usualmente los mandaban a recolectar "comida" de los basureros, escarbar en la chatarra en busca de algo de valor o, en casos más extremos, los usaban como moneda de cambio.
Sin embargo, ya habían pasado nueve días desde que Coral había salido de casa junto a otros dos jóvenes para conseguir comida y no se vislumbraban señales de su regreso. Por otro lado, Feusto de alguna manera siempre conseguía alguna sustancia sospechosa que lo hiciera perder la consciencia; dejando sin "supervisión" al montón de jóvenes que vivían bajo sus órdenes. Y eso solo significaba una cosa.
Anarquía.
Mientras no hicieran suficiente ruido como para despertar al hombre que yacía intoxicado tras las telas sucias que separaban su habitación del resto, todo era válido para ellos. Dejaban fluir sus adicciones y más profundas necesidades; porque tenían claro que cuando Coral volviera, solo conocerían el infierno otra vez. Peleas, maltratos y trabajos forzados que rozaban el límite de lo inhumano eran lo común en esa casa; era lo único que conocían esas personas.
Y claro, la puerta en realidad no tenía una seguridad infalible, solo tenía un candado oxidado que podía ser abierto con alguna de las llaves que tenían los dos viejos. Las partes caídas de las paredes que mal llamaban ventanas nunca estaban bloqueadas o cerradas, además de que un buen golpe siempre podría tumbar una lámina de metal que hacía de pared. Sin contar que la puerta trasera solo cerraba con un trozo de metal que la atravesaba por un costado hasta el umbral. Así que realmente la opción de escapar siempre estaba a la orden.
El problema era que nadie quería hacerlo.
Afuera el mundo había sido consumido por oscuridad y maldad. Las personas eran infelices y desdichadas, la delincuencia era extrema y la inseguridad acechaba en cada calle. El exterior estaba tan podrido que solo una persona igual de malvada era capaz de sobrevivir allí afuera.
Y por eso, por más hambre que tuvieran las diez personas de esa casa, nadie saldría. Mientras esperaban impacientes al regreso de Coral, cada quien mataba el tiempo de diferentes formas; unos se drogaban con pegamento o gas metano natural, dormían todo el día y algunos simplemente hablaban entre sí cuando se cansaban de copular. Usualmente ese período de espera no se alargaba más de un par de días, pero esta vez parecía ser una eternidad; una que los estaba volviendo locos.
Los primeros dos días pasaron sin muchos problemas, pero al tercer día de espera, la gran olla que tenían en la parte trasera del rancho ya se había quedado sin sopa para alimentarlos. Así que al cuarto día, uno de los jóvenes dijo que se iba a escapar para buscar algo de comer; al no tener ninguna llave disponible, saltó por una ventana y nunca volvió. Diana no recuerda bien su nombre, solo que él era quien la golpeaba cuando se enojaba tras pelear con Coral. Al quinto día decidieron escaparse tres jóvenes más; salieron sin mucho esfuerzo por la misma ventana a un lateral de la casucha y una vez se perdieron en la oscuridad, no se les volvió a ver.
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Ciudades Malditas.
HorrorEn Gra'an Merita las sociedades finalmente han caído. Ciudades enteras son consumidas por maldiciones de origen desconocido. Cosas como la justicia, leyes, gobierno y economía ya no tienen sentido; son vagos recuerdos que quedan en un continente fra...