El camino hacia la luz.

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El ambiente estaba fresco, y extrañamente la superficie sobre la que reposaba estaba bastante cómoda y acolchada.

Hubo un pequeño temblor.

Seguramente eran los muchachos de la casa peleando otra vez. Diana se revolvió en la sábana que la cubría, lo cual era extraño, usualmente no la dejaban arroparse. Además el cuarto no olía a polvo y orina seca con sudor, eso sí que era muy raro.

Otro temblor.

No quiso abrir los ojos, seguramente terminaría presenciando otra de esas "escenitas" entre sus compañeros, así que Diana prefirió hacerse la dormida.

Mientras divagaba, comenzaron a llegar a su mente recuerdos que parecían lejanos; ruidos metálicos, un oso demacrado, nubes oscuras y sangre, mucha sangre y gritos, carne, vísceras, horror, miedo, hambre, soledad, dolor.

Otro temblor.

Había algo de un muchacho... ¿Cuál era su nombre? No recuerda bien su cara, pero sabe que era guapo.

Una mano se colocó sobre su cuello, lo que exaltó a Diana. Llena de adrenalina abrió los ojos y comenzó a lanzar golpes al aire mientras se ponía de pie; no podía bajar la guardia.

—¡NO! —gritó con rabia.

El joven muchacho estaba frente a ella, asustado y sobándose el mentón.

Antes de que las neuronas en su cerebro hiciera sinapsis correctamente un temblor del tren la hizo sentarse de nuevo.

Ahora lo entendía todo.

Sobrevivió a la peor catástrofe que había presenciado. Una en la que murió mucha gente.

Se sostuvo la cabeza, le dolía un poco. Pero seguramente no tanto como el golpe que le dio a su callado compañero.

—Disculpa —dijo Diana un rato después de haber procesado los perturbadores recuerdos de las últimas horas.

El joven sonrió y dejó de sobarse el mentón.

—Descuida; en un mundo así es bueno que estés alerta —dijo tratando de sonar amable, pero se le notaba desubicado y un tanto preocupado por su reacción.

Diana se llevó la mano inconscientemente el cuello, justo donde la había tocado.

—Solo me preocupé y quería revisar si tenías pulso, es todo —explicó el otro un tanto nervioso. Diana solo asintió en respuesta, en realidad estaba más concentrada en mirar por la ventana el nuevo paisaje que se abría ante sus ojos.

Se levantó y pegó la cara a la ventana cóncava para ver mejor. El tren estaba dando una curva, por lo que se lograba apreciar el resto del mismo desde su posición. Al fondo, mucho más allá de las vías, se lograba apreciar un nubarrón oscuro y enorme sobre lo que quedaba de Zaranda. Sin embargo, el ambiente por el que el tren pasaba era bastante diferente; tierra árida llena de pasto seco amarillento, a veces se cruzaba por la vista un par de árboles o alguna casita abandonada. Pero lo que más le impresionaba a Diana era el cielo; azul pálido, pero despejado y con un gran sol brillante. No recordaba cuando fue la última vez que vio un cielo tan limpio.

Después de un rato de estar viendo a través del cristal y de mantener el equilibrio a pesar de los repentinos temblores del tren, Diana retomó su lugar y procedió a detallar el interior de la máquina en la que viajaban. Estaban en un cubículo cerrado por unas puertecillas de madera y sin el cristal en la abertura donde deberían ir las ventanillas y tenía las manijas de un color plateado despintado, el metal que bordeaba los asientos era del mismo color, las paredes eran de un marrón claro y se notaban las marcas distintivas de la madera. Los puestos en sí eran bastante acolchados, de marrón oscuro y con algún hilo suelto o un pequeño agujero en la tela que dejaba ver la espuma amarilla con la que estaba relleno. Nunca antes había estado dentro de un tren, y estar en movimiento mientras que se percibía quieta era una sensación increíble para ella.

Ciudades Malditas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora