Capítulo 3: Sombras entrelazadas: El poder de la unión.

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El pasillo estaba impregnado por una atmósfera sombría, con las luces titilando débilmente, como si temieran a una amenaza oculta. Los tres avanzaban en silencio; Lux y Kallan mantenían sus cuerpos tensos, sus ojos moviéndose rápidamente en busca de algún indicio de peligro. Lucian, en cambio, caminaba firme, su presencia transmitía una seguridad inquebrantable, como si la oscuridad no pudiera intimidarlo. El vacío a su alrededor le resultaba inquietante; la posibilidad de que los espectros hubieran despojado a la tripulación de sus almas, dejando solo cuerpos vacíos, o que estuvieran tramando una emboscada en la cubierta principal, rondaba su mente.

De pronto, las luces parpadearon una última vez antes de apagarse por completo, sumergiéndolos en una oscuridad abrumadora. Lucian se detuvo en seco, y Lux, sorprendida, tropezó levemente contra su espalda. Apenas un susurro escapó de sus labios:
"Lo siento."
Lucian no respondió; su mente calculaba, su mirada perdida en la penumbra que los envolvía. El silencio se volvió casi sofocante hasta que Kallan, con voz temblorosa, lo rompió:
— "¿Qué... qué hacemos ahora?"

Por un instante, nadie respondió. La oscuridad era absoluta. Pero entonces, un resplandor suave emergió en el aire, tenue al principio, pero ganando fuerza poco a poco. La luz brotaba del pecho de Lux, irradiando desde su interior con un brillo cálido y reconfortante que bañaba el pasillo en un resplandor dorado. Kallan observó con asombro, sus ojos reflejaban una mezcla de incredulidad y alivio. Sus labios se entreabrieron, como si fuera la primera vez que veía algo así.

Lucian, por otro lado, permanecía quieto, observando en silencio, su rostro en sombras excepto por un leve destello en sus ojos. No hubo palabras de sorpresa o admiración en él, solo un asentimiento leve, casi imperceptible, antes de que hablara con la misma resolución de siempre:
"Sigamos. No hay tiempo que perder."

Kallan dio un paso hacia Lux, aún deslumbrado por la luz que irradiaba de ella. Una sonrisa se formó en sus labios, una mezcla de alivio y esperanza reflejada en su expresión:
— "¿Desde cuándo puedes hacer eso?"— preguntó, su voz apenas un susurro de asombro.

Lux le devolvió una sonrisa, serena, aunque cargada por la gravedad de la situación. El brillo en sus ojos no era solo magia, era la luz de alguien que había tenido que esconder quién era durante mucho tiempo.
— "Desde que tengo memoria"— respondió, dejando escapar una pequeña risa que apenas rompió la tensión que los rodeaba.

El grupo avanzaba por los angostos pasillos delos camarotes, que parecían alargarse en un laberinto interminable, como si la nave misma intentara confundirlos. La luz de Lux apenas bastaba para mantener a raya la oscuridad, su brillo suave iluminando solo lo suficiente para que pudieran ver unos pasos más adelante. El aire era denso, pesado, casi sofocante. El silencio que los envolvía tras los recientes gritos espectrales no traía consuelo, sino una inquietante calma antes de una tormenta.

Lucian encabezaba el grupo con la mirada fija, cada paso meticulosamente calculado, cada sonido a su alrededor procesado con la precisión de un cazador experto. Las tablas del suelo crujían bajo su peso, y las sombras parpadeaban en las paredes, pero nada escapaba a su atención. Todo parecía estar en suspenso, como si algo les acechara desde la oscuridad, esperando el momento adecuado para atacar.

En medio de ese tenso silencio, un sonido rompió el vacío. Tic-tac. Un latido constante y monótono resonó de repente, llenando el pasillo con una presencia siniestra. El eco del reloj rebotaba en las paredes, amplificando la sensación de intriga y peligro. Lucian se detuvo repentinamente, sus ojos afilados clavándose en un viejo reloj de madera colgado en la pared, apenas visible bajo el tenue resplandor de la luz de Lux.

El tic-tac se volvió más fuerte, casi atronador, cada latido reverberando en el aire cargado. El reloj marcaba las 3:33 AM. Lucian entrecerró los ojos; esa hora le resultaba ominosa, como un mal presagio, uno que no podía ignorar. Sus músculos se tensaron, su cuerpo en guardia ante lo que pudiera suceder. Era como si el propio tiempo estuviera conspirando contra ellos.

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