Akira tendría que guardar reposo una semana si quería estar en plena forma para las pruebas de selección y los torneos, pero aunque no combatía, ella iba a la academia a ver a sus compañeros para aprender viendo como luchaban. También aprovechaba para ver a la competencia de Miyagi. Eran muy buenos los chicos de otras escuelas por lo que iba a tenerlo muy difícil pasar, mucho más difícil si no se curaba su rodilla a tiempo.
Por eso los chicos se turnaban para llevarla en sus espaldas: les venía bien a ellos y a ella.
La pelinegra tomaba notas de todo y les daba consejos a sus compañeros.
—Vale, ya ha pasado un par de días desde que estás tan rarita —comenta Hatoyama, sentándose en las gradas al lado de la chica, —¿qué ha pasado?
—¿Eh?
—No te hagas las estúpida conmigo.
—Es por mi hermana, casi no me dirige la palabra.
Y Akira no mentía. Umiko se había cansado de los comentarios de sus hermanas. Ellas pensaban que no le importaban, que los entendía como una broma, porque para ellas era broma. Pero ninguna se imaginaba el daño que le estaban haciendo a la chica.
Era nuevo para ellas y para todo el mundo, pero también era evidente que las supernenas se habían enfadado.
Umiko solo pasaba tiempo con Kinoshita y Ennoshita y cuando esos dos no entrenaban, salían juntos, mas aún cuando Narita se echó novia de otra escuela y el tiempo libre que tenía de los entrenos lo pasaba con ella. Además, Umiko ya se había hecho íntima amiga de las hermanas pequeñas de Kinoshita, aunque solo una era rubia y esta fingía que era hermana de Umiko en vez de Kinoshita. Aunque la otra pequeña también había empezado a llamarla su segunda hermana.
Cuando la rubia llegó a casa esa noche, la noche en la que a Akira se le rompió el corazón, se la encontró en el salón de la casa, delante del gran televisor, viendo una comedia romántica con Sakura.
Que las dos estuvieran juntas viendo una película era la primera cosa rara de la noche.
La segunda, que estuvieran viendo una de las películas románticas favorita de Umiko.
La tercera, que las dos estuvieran llorando.
La rubia se acercó con curiosidad, para verlas abrazada y llorando viendo la pantalla hasta que se dan cuenta de que había llegado y las miraba con incertidumbre. Ambas miraban a la rubia con arrepentimiento, juraría que podía ver que se sentían tontas y lo más importante, que necesitaban consuelo.
