Un día lluvioso:

116 15 7
                                    

Había empezado a llover. Agua. Del cielo. Fría.

Al principio había maullado y hecho ruido como si fuese a parar de llover por eso, pero mis lloros bajaron de intensidad a medida que mi cuerpo comenzaba a adaptarse a la temperatura, eso no la hacía más cálida, pero al menos más soportable.

Tenía hambre y frío, sed no, claro habían charcos de agua por todas partes, ¿qué clase de humano se negaría? Y con humano me refiero a estúpido.

Los humanos nunca me habían caído muy bien, pero ahora los detestaba.Antes eran vagamente soportables, casi podía fingir que no quería ahogarlos en un mar hecho con sus inútiles cosas, pero ahora no iba a dudar en brincarles encima a la primera.

Todos eran malos, todos querían atraparme, mimarme hasta que los apreciase, luego tratarme mal y abandonarme. Me querían hacer daño.

Los humanos están programados para hacer daño.

Así que allí estaba yo, uno de los seres más inteligente de la Tierra y zonas aledañas, mojado, famélico, abandonado, enojado... bueno, en mi felina sinceridad siempre estaba enojado; pero sobre todas las cosas estaba muy solo. Nunca me había detenido a valorar la compañía que tenía habitualmente hasta que no tuve a nadie a quién detestar. Constantemente deseaba que las criaturas que me rodeaban se evaporasen y dejasen solo a mí a cientos de latas de atún abiertas a mi disposición. En aquel momento estaba deseando que incluso mi odiosa humana estuviese allí.

Me había instalado debajo de una banca, esos artefactos que usan los humanos para sentarse. Hay que ver: tienen todo el piso a su disposición e instalan estas cosas, para desperdiciar espacio. Los humanos son extraños y nunca me cansaré de decirlo. En fin, estaba debajo de una de esas cosas, es un vano intento de protegerme de la lluvia y el frío cuando a lo lejos distinguí una silueta antropomórfica que se acercaba lentamente.

Según tenía entendido, los humanos odian tanto el agua que tienen unos aparatos llamados "paraguas" para protegerse de ésta, y también odian el sol, pues usan unos parecidos para cubrirse de este sólo que los llaman "sombrilla". ¿Extraños, los humanos? ¡para nada!

Pero este ser podía bien llevarse cada premio de rareza habido y por haber. Caminaba muy tranquilamente bajo la lluvia mientras agitaba los brazos y hablaba sola. Sí, era una mujer y estaba gritando. En un momento agitó más los brazos, como si quisiese volar y luego cayó de culo, siguió gritando y se puso de pie sólo para caer de nuevo. Los humanos tienen cuatro patas y sólo usan dos, ¿cómo esperan no caerse?

Presa de mi curiosidad, decidí quedarme a ver qué sería lo siguiente que haría, además no tenía ganas de moverme, tenía frío y hambre y quería cerrar los ojos. La humana siguió acercándose hasta que pude escuchar lo que decía:

—¡Maldito sea el clima!—gritó—¡maldito sea el chófer del autobús, maldito sea el despertador! ¡Maldita se yo por ser tan estúpida!

Una humana que reconocía su propia estupidez... interesante.

—¡Maldito seas tú, estúpido gato!—me señaló y yo me indigné horriblemente. atrevida—¡estás ahí, todo tú, echado sin ningún problema! ¡te odio por tener tanta estúpida suerte!

¡Sin ningún problema! Oye, amiga, tú no eres la que está abandonada y con hambre. Yo tengo verdaderos problemas. Puedo morirme, ¿sabes?

Se sentó en la banca bajo la cual yo estaba y sólo pude ver sus patas enfundadas en unos pantalones o algo así y siguió hablando sola,maldiciendo algo sobre que se quedaría sin trabajo y tendría que vender comida rápida en alguna esquina de una calle peligrosa. Sentí ganas de irme, pero no tenía fuerza en la patas.

—¿Qué haces aquí tú solo, gato...o gata?—dijo la humana dirigiéndose a mí. Se había agachado y ahora me estaba mirando fijamente. Estúpida humana. Me estaba analizando con la mirada, lo sabía porque me lo habían hecho antes, todo el tiempo—No luces como un gato callejero—dijo. Así que no era tan estúpida.—Pareces un buen gato, ¿no tienes frío?—retiro lo dicho, era tonta. Dejó de mirarme y se puso de pie, luego caminó y sentó en el piso, quedando a mi lado—Yo odio a los gatos, ¿sabes?—yo odio a tu especie, ¿te importa?—Pero tú me das algo de lástima, estás como estaré yo en unas horas: en la calle.—miró hacia los lados un rato como analizando algo y luego volvió hacia mí con los brazos extendidos y me atrapó.

Oh,no. No lo iba a hacer.

Naturalmente, me debatí como la fiera de guerra que soy, pero por alguna razón, ella no me soltó.

—¡Estate tranquilo, animal endemoniado!—exclamó mientras me mantenía a una distancia prudente. Prudente habría sido dejarme en paz.—No quiero que te mueras de frío—dicho esto, logró ponerme bajo su brazo y hasta la fecha me pregunto cómo lo hizo para calmarme. Me figuro que habrá sido lo cálido y cómodo que estaba allí.

Me sigo preguntando qué habrá llevado a esa humana a hacer aquello que hizo conmigo, a tomarme en brazos sólo porque sí y llevarme co nella.

De todas formas, no se la iba a dejar fácil. Y si no me daba atún iba a ser más difícil.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 19, 2016 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

El diario de Ferguson Donde viven las historias. Descúbrelo ahora