1 - Extraños (Primera Parte)

1 0 0
                                    

Trato de abrir los ojos, pero me pesan, se me cierran. Lo intento una y otra vez hasta que las imágenes se vuelven un poco más claras. Estoy inmersa en la oscuridad, recostada sobre algo rígido, como una mesa cubierta de cintas. Mi cuerpo no responde: tengo los músculos muy debilitados. Apenas me muevo, toda la habitación me da vueltas. Me aferro a la mesa como se aferraría un alpinista a una cornisa.

Palpo mi cuerpo hasta donde me llegan las manos: estoy entera. Traigo puesto solo el traje de baño, pero estoy seca. Quizás pasaron horas o días hasta que desperté de aquello que no sé qué fue. Me invade un vago recuerdo de estar en medio de una tormenta en el mar. Nada más. Tengo la memoria en blanco y no recuerdo ni mi nombre. Giro la cabeza con cuidado hacia la izquierda y espero a que el mareo se detenga.

Con las pupilas acostumbradas a la oscuridad distingo un ventanal que va del piso al techo y me separa del otro lado. ¿Qué es este lugar? ¿Es de noche? No oigo nada, no veo nada, excepto un punto blanco que se mueve en el fondo azul. Trato de seguir su desplazamiento; a medida que se aproxima, va aumentando su tamaño y alargando su forma. ¿Será un cometa? Me incorporo sujetándome a los bordes de la mesa-cama y hago mi mayor esfuerzo por seguir ese punto escurridizo que cada vez se traslada más rápido. Continúa acercándose y agrandándose ¿Es una larva? ¿Es un pez? ¡¿Qué es eso?!

De pronto, la habitación se ilumina. Instintivamente, salto y me oculto detrás de la mesa donde estaba sentada. Las pupilas dilatadas se enceguecen con el destello. El corazón se me escapa por la boca. ¿Debería esconderme? ¿Debería estar asustada?

Tras afinar la visión, en el reflejo del vidrio diviso unos seres que ingresan. Altos, pelados, con el torso desnudo. Las manos me sudan mientras los latidos me retumban en la garganta. Cierro los ojos con fuerza. ¡Tiene que ser un sueño! ¡No es real! ¡Nada de esto es real!

Unos tacones golpean el suelo con determinación, marcando su presencia con un eco metálico. Contengo la respiración y trato de permanecer inmóvil rogando ser invisible. ¡Qué estupidez! Ellos saben que estoy acá. Juraría que pueden oír mis palpitaciones..., oler mi miedo. Exhalo lentamente evitando cualquier sonido, pero mi ritmo cardíaco me pide más oxigenación de la que le estoy dando. Tengo que respirar, aunque eso me delate.

Una voz femenina empieza a hablar en un tono suave y tranquilo. No entiendo palabra de lo que dice, pero su voz..., su cálida voz me invita a calmarme. Inhalo y exhalo profundo hasta que mis pulsaciones se desaceleran y tomo coraje para echar un vistazo.

Me asomo, tímida, por detrás de la mesa.

Son tres, como de dos metros de altura.

Ellos son idénticos entre sí, una fisonomía robusta y musculatura bien definida, de apariencia humana, pero no lo son. Su piel tiene el aspecto de un traje de colágeno gris y sus pequeños ojos negros, inexpresivos, permanecen firmes, fijos en el horizonte. Solo visten un pantalón negro de goma. Alrededor del cuello, exhiben sendos collares con una piedra celeste como el topacio, sujeta por un cordón verde musgo. Ambos portan lanzas de vidrio casi tan largas como su altura.

La mujer deja una tela color verde agua sobre la mesa-cama y me extiende su mano blanca como gesto de amabilidad. La contemplo por unos segundos mientras observo a los dos hombres grises que permanecen como estatuas detrás de ella. Estoy paralizada, pero esos ojos hundidos color violeta reflejan una mirada tierna y compasiva.

«No tengas miedo. No te haré daño. Mi nombre es Akishla, ministra de Bienestar de Tairon».

«¡¿Qué?! ¡¿Escuché lo que no-dijiste?! ¡¿Estoy oyendo tu pensamiento?!». Los ojos se me escapan de las órbitas y la mandíbula se me descoloca.

«Sí, y yo puedo leer el tuyo», responde ella aún sin mover los labios.

—¿Hablas mi idioma? ¿Cómo es posible? ¿Dónde estoy? ¿Estoy muerta? —Me tiembla la voz en cada pregunta.

TAIRONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora