capitulo 4

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A la mañana siguiente, el pequeño pelinegro abrió los ojos lentamente, sintiendo algo suave y cálido a su alrededor. Cuando se dio cuenta de que estaba abrazando a Artemisa, su corazón dio un salto. Se apartó de golpe, sentándose de forma brusca, con el rostro completamente sonrojado. La diosa, aún somnolienta, apenas se inmutó. Se talló los ojos perezosamente y, sin abrirlos del todo, le dijo en un tono suave:

—¿Dormiste bien, Naruto?

Naruto, aún sonrojado y claramente incómodo por la situación, intentó apartar el tema lo más rápido posible. Se levantó apresuradamente y se puso de pie.

—Eh... sí, pero... ¡vamos! Tenemos que irnos ya —dijo con un tono apresurado, mientras se ajustaba su chaqueta y trataba de esconder su vergüenza.

Artemisa se levantó lentamente, sin prisa alguna, y lo miró con una pequeña sonrisa divertida en el rostro.

—Está bien, pequeño —respondió con calma, mientras estiraba sus brazos para desperezarse.

El día avanzaba, y mientras caminaban hacia la montaña, Naruto comenzó a sentirse agotado. El trayecto era más largo de lo que había imaginado, y el cansancio empezaba a notarse en sus movimientos. Sus pasos se hicieron más lentos, y tras un rato de silencio, se decidió a romperlo.

—Oye, diosa... —Naruto miró de reojo a Artemisa, un poco inseguro de su siguiente pregunta—. ¿Puedes... no sé, transformarte en un ciervo o algo así? Para que me lleves. Estoy algo cansado...

Artemisa, que caminaba tranquilamente a su lado, se detuvo en seco. Su rostro, normalmente tranquilo y sereno, se tornó de un ligero tono rosado mientras lo miraba con ojos sorprendidos.

—¿Qué... qué dices? —exclamó la diosa, claramente avergonzada, mientras su voz temblaba un poco por la inesperada petición.

Naruto se rascó la cabeza con una sonrisa nerviosa, tratando de disimular su incomodidad.

—Bueno, ya sabes... eres la diosa de la caza y los animales, ¿no? Pensé que... tal vez podrías transformarte en uno y así no tendría que caminar tanto.

Artemisa lo miró fijamente durante unos segundos, aún incrédula por lo que acababa de oír, pero finalmente suspiró con una leve sonrisa en los labios.

—Eres realmente único, Naruto —dijo mientras sacudía la cabeza, intentando ocultar su leve sonrojo—. Pero no, no voy a hacer eso. Tienes que caminar como todos los demás.

Naruto dejó escapar un pequeño gruñido de frustración, pero aceptó la respuesta de la diosa. Aunque cansado, no podía evitar sentirse un poco aliviado de que, al menos, había logrado sacarle una sonrisa.

Mientras el día se oscurecía y las sombras alargadas cubrían el paisaje, Naruto y Artemisa ya estaban dentro de una cueva en lo profundo de la montaña. El aire era húmedo, y el sonido de las gotas que caían del techo rocoso acompañaba sus pasos. El pequeño pelinegro, algo cansado pero curioso, preguntó:

—Oye, ¿dónde estamos?

Artemisa lo miró de reojo mientras ajustaba su arco en la espalda. Con una expresión tranquila pero alerta, le respondió:

—Estamos en una cueva cruzando la montaña. Al pasar por aquí, llegaremos al templo de Asclepio.

Los ojos de Naruto brillaron con emoción al escuchar aquello. Sabía que ese templo era importante, aunque aún no comprendía del todo por qué estaban ahí. Con una sonrisa, exclamó:

—¡Genial! No puedo esperar para ver ese templo.

Artemisa sonrió suavemente, apreciando el entusiasmo del chico, pero sabía que debían ser cautelosos. A medida que se sumergían más en la oscuridad de la cueva, el ambiente se volvía más pesado, y cada eco parecía susurrar advertencias de lo que pudiera estar más adelante.

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⏰ Última actualización: Sep 11 ⏰

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