capitulo 2: Ritmo prohibido

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La noche se había instalado sobre la ciudad, y dentro del gimnasio del colegio, las luces de colores parpadeaban al ritmo de la música que inundaba el espacio. Era la fiesta de bienvenida del colegio, un evento que, para sorpresa de todos, había tenido una temática mucho más relajada de lo esperado. Los estudiantes y profesores estaban dispersos por el gimnasio, pero la atención de Ramiro estaba en el centro de la pista de baile, donde todo parecía concentrarse.

"Báilalo, báilalo…" la voz grave del reggaetón vibraba en las paredes, y el ritmo intenso de la música empapaba cada rincón. La atmósfera se había llenado de energía, y entre el tumulto de cuerpos en movimiento, Ramiro no podía evitar notar cómo Mateo se deslizaba entre la multitud, bailando con una confianza que casi parecía desafiante.

Ramiro, desde una de las esquinas, intentaba mantenerse al margen. Observaba a sus colegas y a los estudiantes, sonriendo cuando alguien lo saludaba, pero su mirada siempre volvía a Mateo. No era solo su presencia lo que lo descolocaba, sino la forma en que el profesor de Inglés se movía con tanta libertad, ignorando las barreras que siempre parecían rodearlos cuando estaban en el colegio. Con la música retumbando, todas las tensiones no resueltas entre ellos parecían intensificarse.

—Ramiro, ven a bailar, hombre, no te quedes ahí parado —le gritó uno de sus colegas, sonriendo y agitando las manos al ritmo de la música.

Él negó con la cabeza, riendo para disimular la incomodidad. Sabía que no debía acercarse, que el espacio que había logrado mantener en las últimas semanas debía respetarse. Pero entonces, como si sintiera su mirada, Mateo giró y sus ojos se encontraron en medio del gentío.

El impacto fue inmediato. El ritmo del reggaetón se hizo más pesado en sus oídos, los graves del bajo resonando en su pecho, sincronizados con el latido acelerado de su corazón. Mateo lo miró de esa manera que siempre lo desarmaba: intenso, seguro, como si ya supiera lo que iba a suceder antes de que Ramiro pudiera procesarlo. Y luego, sin decir una palabra, empezó a moverse hacia él.

"Báilalo, báilalo…" seguía la canción, envolviendo todo en una especie de magnetismo imposible de ignorar.

Mateo llegó hasta donde estaba Ramiro, sus pasos marcando el compás de la música. No dijo nada, solo sonrió, ese tipo de sonrisa que siempre lo dejaba en desequilibrio. Extendió una mano, invitándolo a unirse a la pista de baile, con una confianza y una provocación que hizo que todo el cuerpo de Ramiro se tensara.

—No soy bueno para esto —intentó excusarse Ramiro, sacudiendo la cabeza.

—No te estoy pidiendo que seas bueno —replicó Mateo, inclinándose hacia él para que pudiera escucharlo mejor entre el estruendo de la música—. Solo que lo sientas.

Esas palabras lo atravesaron. Ramiro tragó saliva, consciente de lo que estaba en juego. Era una fiesta de estudiantes, profesores, colegas. Todo el mundo los miraba, incluso si no lo sabían. Pero ahí, bajo las luces parpadeantes y la presión del ritmo, el deber y la razón parecían desvanecerse.

Mateo no esperó su respuesta. Tomó la mano de Ramiro, y en un movimiento fluido, lo llevó al centro de la pista. La canción cambió de ritmo, una transición suave hacia un reggaetón más sensual, y la multitud a su alrededor siguió el cambio, sus cuerpos moviéndose más cerca unos de otros. Ramiro no pudo evitar tensarse cuando sintió el cuerpo de Mateo alinearse con el suyo.

La música los envolvía, y por primera vez en mucho tiempo, Ramiro se permitió dejarse llevar. Al principio, sus movimientos fueron torpes, nerviosos, pero Mateo lo guiaba con una naturalidad que lo hacía olvidar todo a su alrededor. Solo estaban ellos, el ritmo, y esa conexión imposible de ignorar.

—Relájate —susurró Mateo cerca de su oído, su aliento cálido rozando su piel—. Nadie está mirando. Solo siente la música.

Ramiro cerró los ojos por un momento, respirando hondo. La canción parecía correr por sus venas, el ritmo empujando cada barrera que había construido en las últimas semanas. Con cada paso, cada giro, la distancia que había mantenido con Mateo se iba desmoronando.

Se permitió seguir el ritmo de la música, acercándose más a Mateo. Sus cuerpos se movían en sincronía, una danza peligrosa que desafiaba todo lo que era correcto. El toque de Mateo, primero en su espalda, luego en su brazo, era sutil pero firme, como si ya no hubiera más dudas entre ellos.

Pero entonces, la realidad volvió a golpearlo. Ramiro abrió los ojos y vio a varios colegas en la pista, todos demasiado distraídos para prestar atención, pero aun así, la posibilidad de que alguien los viera lo sacudió.

—Mateo… —dijo Ramiro, apartándose ligeramente, aunque su cuerpo pedía lo contrario—. Esto es una locura.

Mateo lo miró fijamente, sus ojos oscuros brillando bajo las luces. No había reproche en su mirada, solo una mezcla de desafío y entendimiento.

—¿De verdad te importa lo que piensen? —preguntó Mateo, sin dejar de moverse al ritmo de la música, aunque Ramiro ya había comenzado a retroceder.

Ramiro respiró hondo, sintiendo el peso de sus palabras. Claro que le importaba, pero no era solo lo que pensaran los demás. Era lo que estaba en juego, su carrera, su reputación, todo lo que había construido en el colegio. No podía simplemente dejarlo atrás.

—No podemos hacer esto aquí —susurró, intentando sonar firme, aunque su voz temblaba.

Mateo se detuvo por un segundo, observándolo en silencio. Luego, con una leve sonrisa, dio un paso atrás.

—Lo sé —dijo finalmente—. Pero esto no ha terminado, Ramiro. Lo sabes.

La música seguía sonando fuerte, pero para Ramiro, el ruido de su corazón era aún más ensordecedor. Sabía que Mateo tenía razón.

Lecciones de amor, entre la historia y las palabras Donde viven las historias. Descúbrelo ahora