Capitulo 3

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El sol caía sobre el Progreso mientras las campanas de la iglesia resonaban, anunciando la boda de Santos Luzardo Marisela Barquero. Era un día importante, no solo para los novios, sino también para el pequeño pueblo, donde cada persona parecía haber acudido a la ceremonia. La iglesia estaba repleta, llena de familiares, amigos, y sobre todo, curiosos, ansiosos por ver el espectáculo que la tarde parecía traer. Todos querían ver si Doña Barbara, aparecería para interrumpir la boda, para crear un escándalo o reclamar lo que alguna vez había sido suyo. Los murmullos llenaban el aire, especulando si ella se atrevería a presentarse en ese día tan importante.

Santos, vestido de traje color beige, estaba de pie junto al altar. A su lado, Marisela, radiante en su vestido blanco. Ambos trataban de mantener la calma, pero la posibilidad de que Barbara apareciera pesaba sobre ellos como una sombra. Santos intentaba convencerse de que estaba tomando la decisión correcta, Marisela era la mujer que le ofrecía paz y estabilidad, su salvación, la promesa de una vida tranquila. Pero, en lo más profundo, una parte de él seguía atada a Barbara, aunque lo negara con todas sus fuerzas.

El padre Pernia inició la ceremonia, comenzó  su sermon sobre el vinculo sagrado que era el matrimonio  para la fe católica. Justo en ese momento se escucharon pasos firmes, el eco de unos tacones resonando en el piso de la iglesia.

El murmullo aumentó, y todos los ojos se giraron hacia la entrada, incluso los de los novios. Allí, de pie bajo el umbral de la puerta, estaba Doña Barbara, vestía un largo vestido negro, su vientre se veía ligeramente abultado, mostrando el embarazo de casi 6 meses. Su cabello castaño caía suelto sobre sus hombros, empezó a caminar con una elegancia imponente, como si estuviera ajena a las miradas y susurros que la seguían.

A medida que avanzaba por el pasillo central de la iglesia, todos se pusieron de pie. La tensión en el aire era palpable, algunos esperaban una confrontación, un estallido de su ira como aquel que había tenido cuando Santos le llevó una serenata a Marisela, mientras otros simplemente la observaban en silencio, sin saber qué esperar. Santos, al verla, sintió que su corazón se detenía por un instante, no sabía que pasaría, todo sería incierto, con Barbara podía esperarse todo.

Barbara caminaba lentamente, su rostro lucia serio y sus pasos eran seguros. Nadie sabía lo que estaba ocurriendo en su interior. Cada paso que daba era una batalla para no derrumbarse, para no dejar que el dolor la consumiera. Sentía como si su corazón se rompiera en pedazos con cada metro que avanzaba, pero no lo demostraría. No allí. No frente a esa gente que la miraba con curiosidad, esperando que se desmoronara.

Cuando llegó al altar, el silencio en la iglesia era total. Marisela, nerviosa, la miraba sin saber qué hacer. El rostro de Santos reflejaba una mezcla de sorpresa, confusión, y algo más profundo que no se atrevía a nombrar.

Barbara se detuvo frente a Marisela, y con una suavidad que nadie esperaba, levantó una mano y le acarició la mejilla.

—Te ves hermosa, mi amor.—murmuró con una sonrisa triste.—.Vestida de blanco… te ves como una princesa.

Marisela, visiblemente emocionada y sorprendida, no supo qué decir.

En la mano izquierda de Barbara había una pequeña bolsa, de la cual sacó un par de aretes antiguos. Eran los aretes que su primer amor, Asdrubal, le había regalado, un símbolo de un pasado que ella atesoraba, pero que ahora estaba dispuesta a dejar ir.

—Estos son para ti.—dijo Barbara, entregándoselos.—Son un regalo de alguien que alguna vez significó mucho para mí. Ahora son tuyos.

Marisela tomó los aretes y asintió en agradecimiento.

Doña Barbara: amor y pasionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora