Capitulo 4

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Marisela estaba lista para dar el primer paso de su plan, y la oportunidad se le presentó casi que por sí sola. Con sumo cuidado, redactó la denuncia que incriminaría a Barbara, imitando a la perfección la letra de Santos. Escribió todo tal cual debería suceder, años de matrimonio con un abogado estaban dando sus frutos.

El documento detallaba el supuesto envenenamiento de una parte del ganado de Altamira por órdenes de Barbara, y el robo de otra parte del ganado lo cual sería la excusa perfecta para que la policía actuara. Después de todo esos eran los viejos métodos de su madre, a las autoridades no les costaría mucho creer que fuera verdad.

Santos regresó del pueblo visiblemente perturbado, Marisela notó de inmediato que algo lo inquietaba, se veía distraído, perdido en sus pensamientos. Aunque no sabía la razón exacta suponía que sólo podía tratarse de 2 personas, Barbara y Diana María.

Santos se veia afectado y no era para menos. Su hija, su adoración, había cambiado de actitud, estaba tratándolo con una frialdad que lo desconcertaba profundamente. Sumado a eso lo que más le pesaba era haber visto a Barbara con otro hombre, las imágenes no salían de su mente y lo llenaban de furia.

Cuando Santos cruzó el umbral de la casa grande, Marisela ya estaba preparada. Llevaba el documento en la mano, cuidadosamente doblado, listo para ser presentado.

-Santos, mi amor, ¿como estas?.-Santos se detuvo al escucharla.

-Eh bien Marisela.

-Necesito que me hagas un favor, ¿me podrías firmar esto?. -le pidió con la voz dulce, mientras fingía estar ocupada en otros quehaceres. No levantó mucho la vista para no levantar sospechas.-Es importante, lo necesito para algunos arreglos en la hacienda.

Santos, con la mente aún nublada por sus pensamientos, apenas le prestó atención. Su confianza en Marisela era grande. Nunca se le habría ocurrido que su esposa, la mujer a la que creía conocer bien, pudiera traicionarlo de esa manera.

-Claro, pásamelo.-respondió sin darle mayor importancia.

Tomó la pluma que Marisela le ofrecía, y con una distracción evidente, firmó sin mirar el contenido del documento. Marisela apenas podía contener su satisfacción.
Mientras él firmaba, sintió una oleada de triunfo recorrerle el cuerpo. No se permitió sonreír, no aún. En cambio, se limitó a tomar el papel con calma, como si fuera algo sin importancia, y se despidió de Santos con una suave inclinación de cabeza.

Esa oportunidad fue única, Santos solía sed muy meticuloso con lo que leía, pero por esa vez, su mente no desconfío, no le dio importancia al documento que firmaba.

Una vez fuera de la casa, Marisela se dirigió al establo, Juan, la esperaba.

-Juan, necesito que me ayudes con algo. -dijo Marisela, acercándose a él con una sonrisa.

-¿De qué se trata?. -preguntó él, limpiándose las manos de la tierra y el sudor del día de trabajo.

-Tenemos que envenenar parte del ganado de Altamira.-explicó ella, midiendo sus palabras cuidadosamente.-Tiene que parecer que lo hizo la gente de El Miedo, como si Barbara hubiera mandado a envenenar las reses y a robarse otras.

Juan la miró, perplejo. Sabía que Marisela podía ser astuta, pero no comprendía por qué querría hacer algo que claramente perjudicaría a Santos, y por tanto, también a ella misma.

-Pero eso afectará a la hacienda de tu marido, Marisela. Si las cosas salen mal, eso también te afectará a ti y a todos los que trabajamos aqui. No entiendo... -dijo Juan, preocupado.

Marisela se acercó un poco más, sus ojos brillaban con determinación.

-Juan, confía en mí. Esto es necesario. Lo hago por un bien mayor. Si todo sale como lo planeo, Santos no va a sospechar nada, y yo podré controlar la situación. Solo necesito que hagamos esto bien. Tú siempre has dicho que me quieres, ¿no?.-dijo, suavizando su tono, y acariciándole la mejilla de manera sutil.-Si de verdad me quieres, ayúdame.

Doña Barbara: amor y pasionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora