Capítulo 1: El Comienzo de la Ola

218 2 0
                                    

Natalia despertó con una sensación extraña aquella mañana. Algo en el ambiente era diferente, pero no podía decir exactamente qué era. El día había comenzado como cualquier otro: una ducha rápida, café en mano y el bullicio de la ciudad apenas audible a través de las ventanas del apartamento. Pero al salir al pasillo del edificio, algo cambió.

Un leve mareo le recorrió el cuerpo de pies a cabeza, una sensación de calor que la hizo detenerse. "¿Qué demonios...?" pensó, llevándose una mano a la cabeza. Sus dedos rozaron su frente, pero algo se sentía... diferente. Miró hacia abajo y el shock fue instantáneo: su ropa comenzaba a caerle de manera extraña, como si su cuerpo estuviera encogiéndose ante sus propios ojos. Su falda, antes ajustada, ahora estaba a punto de deslizarse de sus caderas, y su blusa, que tanto le gustaba, le colgaba como si se tratara de una sábana mal puesta.

Trató de correr hacia el espejo más cercano, pero algo en sus piernas no respondía como antes. Eran más cortas, más torpes. Se tambaleó hacia el baño, y lo que vio en el reflejo la dejó helada: en lugar de una joven de 25 años, había una niña de no más de dos años y medio mirándola desde el otro lado del espejo. Sus grandes ojos llenos de sorpresa, el cabello castaño ahora tan fino y corto que apenas le llegaba a los hombros, y su ropa, completamente caída al suelo, la hacían parecer más vulnerable de lo que jamás había sentido.

"¡¿Qué está pasando?!" gritó en su mente. El pánico la invadió, pero cuando trató de gritar en voz alta, todo lo que salió fue un torpe "¡Aaah...aah...!". Trató de hablar de nuevo, pero su voz apenas respondía. Su lengua no obedecía como antes, aunque, de alguna manera, su mente aún era la de una adulta.

De pronto, el caos comenzó a desatarse a su alrededor. Podía oír los gritos de otras personas en el edificio. Algunos, como ella, estaban experimentando la transformación. Escuchó pasos torpes y risas infantiles provenientes del pasillo. Se asomó desde la puerta de su departamento y vio la escena más surrealista de su vida: personas, o mejor dicho, bebés, que antes eran adultos, tambaleándose por el pasillo con ropas caídas o simplemente desnudos, algunos chupándose el dedo pulgar, otros llorando desconsoladamente.

Una mujer que antes debía tener cerca de 30 años ahora no era más que una niña de tres años, riendo mientras señalaba a otro hombre, que parecía tener la misma edad que ella, tratando de levantarse. "¡Eres un bebé! ¡Jajaja! ¡Abububaaa! Ya ni puedes ablar," se burlaba, mientras el hombre trataba de balbucear algo coherente.

"¡¿Qué rayos está pasando aquí?!" se preguntaba Natalia, aún con su mente de adulta, mirando con horror cómo el caos se expandía por todas partes. Intentó caminar, pero tropezó con sus propios pies diminutos, cayendo de bruces al suelo. "¡Maldición!", pensó, pero cuando trató de maldecir en voz alta, todo lo que salió fue un balbuceo incoherente.

De pronto, sintió una cálida humedad en su entrepierna. "No, no... esto no puede estar pasando," pensó, pero su cuerpo de bebé había tenido un accidente, algo que no había experimentado en décadas. Miró a su alrededor, sintiendo la desesperación crecer, pero también algo más: una parte de ella, una muy pequeña pero persistente, empezaba a encontrar la situación... divertida. Era como si, poco a poco, su mente comenzara a dejarse llevar por la inocencia infantil.

En medio de la confusión, Natalia vio a su novio, Marcos, acercándose por el pasillo. O, mejor dicho, un pequeño niño de tres años que alguna vez fue su novio. Marcos, con sus ojos llenos de terror y confusión, intentaba caminar con una camisa que ahora le quedaba enorme y se arrastraba por el suelo detrás de él.

"¡Nat... Natalia! ¡Dios mío, qué nos pasó!" gritó Marcos, pero su voz ya no era la de un hombre adulto. Parecía la de un niño pequeño tratando de mantener la compostura, aunque su cuerpo apenas podía sostenerse en pie.

"¡No lo sé!" pensó Natalia, queriendo responder, pero lo único que pudo emitir fue un lastimero "Mmmm... abu..." La frustración la embargaba, pero no podía hacer nada. Su mente aún era consciente, pero su cuerpo y boca no obedecían.

Marcos tropezó justo delante de ella, cayendo al suelo, y ambos se miraron a los ojos, conscientes de lo que habían perdido. Sin embargo, una risita inesperada escapó de los labios de Marcos. "¡Míranos! ¡Somos unos bebés!" exclamó, su risa resonando por el pasillo, mientras Natalia lo miraba sin saber si llorar o reír con él.

A su alrededor, el caos continuaba. Algunos bebés seguían llorando mientras otros, como Natalia, simplemente comenzaban a aceptar su nueva realidad. Muchos balbuceaban palabras sin sentido, algunos ya chupándose los pies o gateando por el suelo, mientras otros miraban desconcertados, incapaces de procesar lo que sucedía.

Sin embargo, una inquietante verdad comenzaba a instalarse en la mente de Natalia: si su cuerpo había retrocedido, ¿cuánto tardaría en perder también su mente? Por ahora, aún podía pensar con claridad, pero sabía que el tiempo estaba en su contra.

"Esto no puede durar para siempre... tiene que haber una solución," pensaba, mientras veía cómo sus dedos diminutos se dirigían lentamente hacia su boca, como si ya no pudiera controlar completamente sus impulsos. Su cuerpo de bebé estaba ganando la batalla, y no podía hacer nada para detenerlo.

Mientras tanto, en todo el mundo, el caos seguía extendiéndose. Aquellos que antes eran jóvenes ahora eran bebés, y los más mayores, rejuvenecidos, pero aún con sus mentes intactas, trataban de hacer frente a una realidad incomprensible. La ola del rejuvenecimiento había llegado, y nadie sabía cuánto duraría ni cómo se detendría.

Pero una cosa era segura: con cada minuto que pasaba, la humanidad retrocedía, física y mentalmente, hacia una infancia inevitable.

La Ola del RejuvenecimientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora