Tú y yo

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Esta vez no he tenido que esperar otra semana para verte y no sé si por azar, porque me has seguido o porque el destino así lo ha querido, pero nos hemos vuelto a encontrar.

Yo estaba mirando en el mercadillo artesanal alguna pieza de porcelana para hacerle un regalo a una de mis mejores amigas, Esther, que se casa dentro de unos días. De pronto noté como un pinchazo en el pecho, podía detectar tu presencia sin ni siquiera haberte visto, pero sabía que estabas cerca. Destilabas un olor o una electricidad que mi cuerpo y mi mente capturaban. Me volví y allí estabas, cuatro o cinco puestos más atrás que yo. Disimulaste, pues no esperabas mi reacción, aparté la vista de ti un momento y no pude evitar soltar una pequeña carcajada, mezcla de los nervios y de la situación.

Seguí dándote la espalda, imaginando como seguías con tu vista mi silueta: mi blusa blanca estampada, mi cintura al aire, mis pantalones color marrón, muy ceñidos y unos zapatos de plataforma con tacón. Sin poder evitarlo nos perseguíamos entre los tenderetes, como esa historia de amantes en Marruecos, que se encuentran entre los puestos del zoco.

Tu llevabas un pantalón vaquero que te sentaba de maravilla, marcando tu culo y una camisa de cuadros con las mangas remangadas, dejando al descubierto tus fuertes brazos.

De nuevo, mi corazón parecía salirse de mi pecho, pues mis pulsaciones se aceleraban continuamente, mis manos sudaban, mi vello se erizaba y mi sexo se humedecía y palpitaba, deseoso de sentirte.

Como me gustaría que las cosas fueran más fáciles y poder expresarte cuanto te deseo, como estoy de loca por ti, cuanto quiero sentirte, abrazarte, besarte, chuparte, pero algo nos frena a los dos, quizás el miedo al rechazo del otro, quizás pudor, quizás al engaño a nuestras respectivas parejas, aunque en ese momento todo se vuelva turbio, todo es secundario, todo es borroso, menos tú y yo.

Te acercaste mucho más a mi, yo esperaba ansiosa tus palabras, quería oírte decir cosas como: «nena, quiero poseerte», «quiero follarte», «quiero que nuestros cuerpos se fundan» pero tus palabras no salieron de tu boca, aunque se que lo pensabas o así quería yo que fuera.

Preguntaste por el precio de algo al vendedor del puesto en el que yo estaba y por primera vez oí tu voz, cálida, transparente, varonil y que yo sentí sensual.

Otra vez me observaste, te miré y te sonreí como diciendo «¿qué hacemos aquí?», «vayamos a un hotel y hagámoslo». Tampoco esas palabras salieron de mi boca.

De nuevo nos perdimos entre la gente.

Llegué a casa muy excitada, tanto que me metí en la ducha con la intención de rebajar mi acaloramiento, pero desnuda como estaba, imaginaba tus manos recorriendo mi cuerpo y tu lengua saboreando mi piel. Mientras mis dedos se introducían en mi ardiente sexo, imaginaba que era tu polla la que lo hacía, imaginando como tu glande se pasaba por mis labios vaginales y como me besabas y mordías los pezones, tuve un orgasmo profundo que sentí maravilloso y tú no te apartabas de mi mente.

Creo que soy víctima de una hipnosis o algo parecido, quiero quitarte de mi cabeza, pero no puedo.

Después de nuestro encuentro en el mercadillo, empezaba a ver claro que aquello era más que casualidad. Cuando comenzaste a alejarte, rodeé los puestos sin perderte de vista. No vivías muy lejos de allí.

Vi como entrabas al portal, y esperé hasta que vi luz en una ventana.

No iba a ser difícil saber cual era tu puerta.

Volví a casa, y tras intentar leer un libro sin éxito, me metí en la ducha, tan excitado como el día anterior. Toda esa tarde, y el día siguiente, lo pasé esperando que llegase el atardecer, imaginando tu cuerpo desnudo, como podría ser acariciarte, besarte recorriendo todo tu cuerpo hasta llegar a tu coñito, que imaginaba muy recortadito, deslizar la lengua por sus labios, sintiendo su sabor ligeramente salado.

VALKYSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora