La verdad oculta

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La noche siguiente, Pond y Phuwin se encontraron en el mismo lugar donde sus caminos se habían cruzado por primera vez, aquel rincón bajo el cielo estrellado, con la brisa fresca de la noche rodeándolos. Sin embargo, esta vez el aire parecía más denso, cargado de una incomodidad que ambos sentían pero no mencionaban. Había una tensión invisible que Phuwin no pudo dejar de notar.

Pond parecía más cansado de lo normal. Sus ojeras estaban profundamente marcadas, como si no hubiera dormido en días, y su expresión era abatida, perdida en algún rincón oscuro de su mente. Phuwin lo observó en silencio durante un rato, su preocupación creciendo con cada segundo.

Finalmente, incapaz de soportar más la sensación de que algo estaba muy mal, Phuwin habló, su voz suave pero llena de inquietud.

— Pond... hay algo que me estás ocultando, ¿verdad? —preguntó, su tono preocupado, pero con un dejo de cariño.

Pond, que hasta ese momento había estado caminando en silencio, se detuvo en seco. Se quedó inmóvil, mirando a un punto fijo en el suelo, sin atreverse a levantar la vista. Dentro de su mente, una batalla feroz se libraba: quería contarle a Phuwin la verdad, pero el miedo lo paralizaba. ¿Qué pasaría si lo perdía para siempre al confesarlo?

Phuwin, al ver la reacción de su amigo, sintió una profunda empatía por él. Sin pensarlo dos veces, lo rodeó con los brazos y lo abrazó con ternura.

— Tranquilo, puedes contar conmigo... —susurró, esperando que su abrazo pudiera ofrecerle algo de consuelo.

Pond, sorprendido por el gesto inesperado, sintió un nudo en la garganta. Las lágrimas, que había estado reprimiendo durante días, comenzaron a llenar sus ojos. Al principio intentó contenerlas, pero el calor del abrazo de Phuwin y sus palabras gentiles rompieron todas las barreras. Lentamente, levantó los brazos y devolvió el abrazo, apoyando su cabeza en el hombro de Phuwin. Sus lágrimas comenzaron a caer silenciosamente, mojando la tela de la camisa de Phuwin.

Se quedaron así durante varios minutos, envueltos en un silencio que no necesitaba palabras. La presión en el pecho de Pond crecía con cada segundo, y finalmente, en un susurro apenas audible, dijo:

— Lo siento...

Phuwin, extrañado, se apartó ligeramente para mirarlo a los ojos.

— ¿Por qué te disculpas? No has hecho nada malo... —le respondió con ternura, sin entender lo que pasaba por la mente de Pond.

Pero Pond no pudo contenerse más. Su llanto se intensificó, los sollozos rompiendo el silencio de la noche. Sentía el peso de la culpa aplastándolo, un dolor profundo que no podía seguir ocultando.

— Perdóname... perdóname de verdad... —repitió entre lágrimas, su voz llena de angustia.

Phuwin lo miró, preocupado como nunca antes lo había visto. El rostro de Pond estaba lleno de desesperación, y su miedo era palpable.

— Pond, en serio, ¿qué te pasa? Ya me estás preocupando —dijo Phuwin, intentando mantener la calma mientras veía a su amigo destrozarse frente a él.

Pond se quedó en silencio, sus palabras atascadas en la garganta. Quería decirlo, quería confesar la verdad que tanto lo atormentaba, pero el miedo de perder a Phuwin lo paralizaba. Sabía que una vez que hablara, nada sería igual entre ellos.

Después de unos segundos, tomó una respiración profunda, aún entre lágrimas, y, con la voz rota, finalmente reunió el coraje para hablar.

— Phuwin... hay algo que... algo que nunca te he contado...

Phuwin lo miraba fijamente, esperando, mientras su corazón latía más rápido por la incertidumbre. Pond, al borde de romperse completamente, intentó continuar.

— Yo... yo fui quien... —Pond tragó con dificultad, sus palabras muriendo en el aire antes de poder salir.

Phuwin lo observaba, preocupado y ansioso por lo que venía, mientras el mundo alrededor de ellos parecía detenerse.

La verdad que Pond había mantenido oculta durante tanto tiempo finalmente salió a la luz, y el dolor fue inmediato, desgarrador. Con la voz entrecortada, apenas audible entre los sollozos, dijo:

— Yo... maté a tu esposo.

El mundo de Phuwin se detuvo. Sus pies parecían clavados al suelo mientras miraba a Pond con una mezcla de horror y confusión. Sus ojos, que antes mostraban empatía y preocupación, ahora estaban llenos de una incredulidad paralizante. Las lágrimas comenzaron a deslizarse lentamente por sus mejillas.

— ¿Q-qué? —logró decir, su voz apenas un susurro quebrado.

Pond asintió, sin poder mirarlo directamente, mientras el peso de sus palabras caía como una losa sobre ambos.

— El día que murió tu esposo... yo... yo estaba muy borracho —comenzó a explicar, su voz temblorosa. Tragó con dificultad, forzándose a continuar, aunque cada palabra parecía romperle un poco más—. Iba manejando muy rápido... no me di cuenta cuando él cruzaba la calle y...

No pudo terminar la frase. Phuwin lo interrumpió, sus ojos brillando con una ira que nunca había sentido antes. El dolor y la furia en su rostro eran casi insoportables.

— N-no puedo c-creer que todo este tiempo... el asesino de mi esposo estaba al lado mío ¡y no me di cuenta! —gritó, su voz llena de una mezcla de horror, traición y rabia.

Pond, ahora temblando, intentó acercarse, su corazón destrozado por la culpa y el miedo de perder a Phuwin para siempre.

— N-no, Phuwin, yo... —intentó explicar, pero antes de que pudiera decir algo más, Phuwin lo empujó con brusquedad.

— ¡¿Por qué lo hiciste?! —gritó, su rostro transformado por el dolor. La tristeza que antes cargaba se había convertido en una ira ardiente, imposible de contener.

Pond tropezó hacia atrás, sintiéndose más impotente que nunca. Intentó acercarse de nuevo, sus ojos llenos de lágrimas, pero Phuwin lo alejó con otra empujón, más fuerte esta vez.

— Te odio... —dijo Phuwin, sus palabras cargadas de un resentimiento profundo—. ¡Me quitaste lo que más amaba en esta vida!

Pond se derrumbó por completo, sus rodillas cediendo mientras caía al suelo, sollozando. Las lágrimas corrían por su rostro, mezcladas con el horror de lo que acababa de suceder.

— N-no fue mi intención... yo no quería... —intentó decir, pero las palabras se ahogaban en su garganta.

Phuwin lo miró, destrozado, sus propias lágrimas cayendo sin control. Cada respiración que tomaba estaba cargada de angustia.

— ¿Que no querías matarlo? —espetó, su voz rota por el dolor—. ¡Ibas borracho, idiota, borracho!

Las palabras golpearon a Pond como puñales. Bajó la mirada, incapaz de sostener la furia y el dolor en los ojos de Phuwin. Se odiaba, se odiaba más de lo que jamás pensó que podría odiarse a sí mismo.

Phuwin dio un paso hacia atrás, respirando con dificultad mientras las emociones lo abrumaban.

— Yo te había agarrado mucho cariño, Pond... —dijo, su voz ahora un susurro lleno de tristeza y decepción—. Pero esto nunca te lo voy a perdonar.

Sin decir más, Phuwin se dio la vuelta y salió corriendo del lugar, alejándose de Pond con una desesperación que reflejaba el dolor más profundo. Pond levantó la vista, su corazón rompiéndose en mil pedazos.

— ¡Phuwin, espera, por favor! —gritó, pero era demasiado tarde.

Phuwin no se detuvo, y Pond, sin fuerzas, cayó de rodillas al suelo. Las lágrimas se derramaban incontrolablemente mientras repetía, una y otra vez, las palabras que lo atormentaban.

— Perdóname... me odio... me odio por haber manejado borracho ese día...

La noche que una vez fue su refugio ahora era su prisión, y Pond se quedó allí, roto, con el peso de la culpa y el arrepentimiento aplastándolo por completo.

Bajo el mismo cielo - PondPhuwinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora