La Esposa 2

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Marta no entendía qué estaba pasando. Estaba casi en estado de shock cuando empezó a desnudarse.
No le acariciaba sus senos, como siempre hacía. Los manoseaba, los sobaba.
- No estás nada mal teniendo en cuenta tu edad. Nada mal.
- ¡Ah!
- ¿Qué te pasa zorra? ¿No te gusta que se pellizquen los pezones? Bien que se te han puesto duros, nada más tocarte.
- Sí. Sí me gusta.
- ¿No sabes decir señor, inútil?
Una bofetada cruzó su rostro. Nunca había podido imaginar que su esposo le hiciera algo así, pero ya no era él. no era su esposo, era un cliente. un cliente más y aquella bofetada no hizo sino excitarla.
- Perdone señor. Perdone…
- Arrodíllate. Ya sabes lo que quiero. ¿O acaso te lo tengo que decir todo? ¿Cuánto tiempo llevas aquí puta?
- Cuatro meses. Señor.
- Entonces espabila. Házmelo y hazlo bien.
Arrodillada frente a él, acarició su pene antes de bajarle los calzoncillos.
La tenía delante de su cara, completamente erecta. La lamió y la besó, como solia hacer con los clientes, antes de cogerla con una mano mientras abría la boca para recibirla, para mamarla.
- Las manos detrás de la espalda y ni se te ocurra tocarte o tendré que atártelas.
Notaba como aquella polla, la que había sido de su esposo, se ponía aún más dura dentro de su boca. Tragaba hasta el fondo, mientras movía su lengua por debajo del pene, sabía que esto gustaba a los hombres que alquilaban sus servicios.
- Joder. Que bien lo haces mamona. Seguro que no se lo haces así a tu maridito.
Tenía la mano en su cabeza, siguiendo el ritmo que ella marcaba. La veía babear y esto le ponía más caliente de lo que nunca lo había estado con Marta, ya no era su esposa, era Vanesa. una puta por la cual había pagado un buen dinero.
- ¡Para! No quiero correrme aún. ¡Para ya JODER!
La cogió por su media melena rubia obligándola a levantarse. Tenía los pechos llenos de sus propias babas. La boca entreabierta, los labios temblando.
- ¿Tanto te gusta comer pollas, guarra? -Acarició su coño-. Estás totalmente mojada. Eres una viciosa.
La arrastró hacia la pared, ordenándole que se apoyara en ella, sacando bien su culo, con las piernas abiertas. Pronto sintió el primer azote de la fusta cayendo en una de sus nalgas. A veces los golpes se sucedían con rapidez, otras por el contrario la espera se hacía más larga, Nunca sabía cuándo sería el próximo fuetazo, donde caería, ni cuán intenso sería. Había intervalos en los que él masajeaba sus nalgas. Sentía sus humedades bajando por el interior de sus muslos. sus nalgas ardiendo, hambrientas. Toda ella tenía hambre de polla. Deseaba ser follada.
- Por favor, señor, Por favor, fólleme.
Cogiéndola por un brazo la tiró encima de la cama. Sí, iba a follarla, cogiéndola por las muñecas, tirando sus brazos hacia arriba, Sujetándola, clavó de golpe su pene en ella.
- Di lo que eres ¡DILO!
- Soy una puta, señor.
- Sigue ¡Sigue!
- Una perra. Una perra sumisa.
- Una viciosa.
- Una come pollas
- Una guarra. señor.
Escupía a su cara mientras sentía las contracciones de las paredes de aquel coño a punto de correrse. Nunca había imaginado algo así.
- Un trozo de carne para los machos. Esto es lo que soy, señor.
Fue lo último que pudo decir antes de gemir, de gritar de placer. El placer de correrse junto a aquel cabrón.
Ni siquiera le dio tiempo a reponerse cuando le ordeno que limpiara su polla. Ella, obediente, cumpliendo a la perfección su cometido, pasaba la lengua por su pene, ahora flácido.
- Levántate. Vamos a tomar algo de cava antes de seguir.
Sentado en uno de los sillones le dijo que le sirviera una copa y se llenara una para ella.
- Yo no bebo, señor.
- Haces bien. Ya beberás después, te aseguro que lo harás. ¿Cuánto se queda Doña Engracia?
- Una tercera parte, señor.
- Bien. A partir de ahora vas a guardar, en un sobre, la mitad de lo que ganes tú con cada cliente y me lo darás cuando venga a follarte. ¿Entiendes lo que te digo?
Ya lo creo que lo entendió, aunque no lo comprendía. No comprendía como él, precisamente él, su marido, pretendía chulearle como a una vulgar ramera
- Pero…
- Lo entenderás enseguida. Un amigo mío y del maricón de tu marido te reconoció en las fotos. Cuando me contó lo viciosa que eras vine aquí y pedí por tus servicios.
No temas, no va a contarlo a nadie, pero si a partir de ahora alguien más sabe quién eres yo cuidaré de que no hable. ¿O prefieres que yo mismo arruine tu vida? ¿Es eso lo que quieres? Y una cosa más; hablaré con Doña Engracia y si algún cliente tiene quejas de ti o pretendes engañarme con el dinero, te aseguro que tu palabrita clave no te va a servir de nada.
Esta misma noche, sin demora, me vas a mandar un mensaje de aceptación a mi teléfono. De lo contrario atente a las consecuencias y ahora ponme la dura de nuevo que quiero probar tu culo de perra.
No pudo evitar que una lágrima recorriera su mejilla mientras se arrodillaba delante de él y empezaba, de nuevo, a besar su polla. Cuando la tenía, otra vez, completamente erecta se dirigió a la mesita de noche para hacerse con un preservativo. Para sorpresa de Juan se lo colocó con su boca, antes de postrarse totalmente a sus pies, de espaldas a él ofreciendo sus nalgas levantadas, separando sus piernas, esperando lo que seguro estaba a punto de suceder.
- ¡Joder! Que bien que entra. No debes ni saber cuántos te han enculado. Seguro que el cornudo no sabe que lo tienes así de dilatado.
- No…No lo sabe, señor.
- Te gusta ¿Verdad? Te vuelve loca sentirlas en tus entrañas. ¿No?
- ¡Sí! ¡Sí!
No recordaba los orgasmos que tuvo antes de que él descargara su semen.
- Solo me jode no haber sido el primero. Seguro que chillabas como una marrana.
La segunda bofetada que recibió aquella noche fue totalmente gratuita. Se la dio por el placer de dársela y ella la recibió por sorpresa a sabiendas de que tenía derecho a hacerlo.
Fue justo antes de abrir la boca, arrodillada en la base de la ducha, mirando a sus ojos, recibiendo su lluvia, tragando todo lo que podía y aun así los orines se escapaban por las comisuras de sus labios, llenando su cuerpo, mientras él sonreía.
- Gracias, señor.
- Ya puedes dármelas guarra, que no eres más que una guarra sumisa.
Duchada y vestida con su ropa habitual salió de la habitación para ir a su casa.
Una nota manuscrita en la mesa: Un teléfono, un teléfono sobradamente conocido, el de su propio esposo. “Espero tu mensaje de aceptación esta misma noche o atente a las consecuencias.”
CONTINUARA...

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