- ¿Vanesa?
Marta no reconocía aquella voz. Se hizo un largo silencio.
- Soy Carlos, creo que él ya te ha hablado de mí.
¿Cómo era posible que le hubiese dado su número de móvil?
- Ya sabe mi disponibilidad y dónde encontrarme, señor.
- Él me ha dicho que tu esposo estaba de viaje de trabajo y podrías ofrecerme servicios fuera de los horarios y el lugar habitual.
- No sé por qué le ha dicho esto y como es que le ha dado mi teléfono. Lo siento señor, esto es irregular.
- Bueno, tú misma, ya le comunicaré que no has querido atenderme.
- No…No. Está bien. Está bien.
- También me ha hablado de que dispones de un vestido negro, de tirantes, con un buen escote que realza tus tetas y un corte lateral hasta medio muslo. Quiero que te lo pongas, sin olvidarte del collar, por supuesto y, naturalmente, sin sujetadores.
- ¿Cuándo y dónde sería, señor?
- Sí…Sí, señor.
Sabía que tarde o temprano Carlos pediría sus servicios, pero no esperaba esto, no de aquella manera. Era algo que no le gustaba, pero no tenía otra opción que complacerlo si no quería contrariar a su protector.
- ¿Estás lista? Te estoy esperando, con mi coche, delante de la puerta de tu bloque. Baja enseguida.
¿Debajo de su propia casa? Esto era demasiado. Debería hablarlo con él. No quería que se repitieran estas cosas. Bajó por el ascensor, esperando no encontrarse con nadie del vecindario, imaginando que pensarían viéndola salir aquellas horas vestida de aquella manera y, sobre todo, llevando aquel collar que la definía como sumisa. Por suerte no fue así.
- ¿Dónde vamos, señor?
- Tranquila perrita, pronto lo verás.
Su mano acariciaba su muslo desnudo. La verdad es que no estaba demasiado tranquila. No tenía ningún control sobre la situación y aquello no le gustaba.
- Ya hemos llegado. Puedes bajar. Daremos un corto paseo.
Andaban por el centro de aquella rambla. Carlos vestido con traje y ella con aquel vestido, si no fuese por el collar, su apariencia era la de una pareja que se dirigía a algún evento social.
- Aquí mismo. Siéntate en este banco.
Se lo dijo mientras le bajaba hasta medio brazo uno de los tirantes del vestido, dejando al descubierto parte de su seno.
- Toma veinte euros. Son suficientes por el servicio que vas a darme.
- Pero. ¿Qué quiere de mí, señor?
- Que me hagas una paja. después de todo es como vas a terminar, de pajillera, de puta barata.
La mayoría de las mujeres no sabéis hacer una buena paja, nadie os lo pide. Lame bien tu mano.
Decía esto mientras, de pie, delante de ella, se bajaba la cremallera de su bragueta, mostrando su polla, ya erecta.
- Así, suave. Bien, bien. Mírame a los ojos ¡Joder!
- ¿Te gusta mi polla? Seguro que querrías metértela en la boca, zorra viciosa.
Más rápido ahora. Más rápido, pero sin perder la suavidad. Así. Sí.
Tuvieron que pasar varios minutos hasta que descargó, hasta que descargo su leche manchando su vestido.
- Bien. Ahora voy a llevarte a tu casa. Así podrás soñar con ella.
Durante el trayecto de vuelta ninguna palabra, ningún comentario rompió el silencio. La habían humillado de muchas maneras, pero aquello, aquello era una humillación psicológica, quizá peor que cualquier otra. Ni siquiera había acariciado su cuerpo, como si no le interesara en absoluto.
- Mañana te quiero en el mismo sitio a las once en punto. ¡Ah! y no se te ocurra cambiarte de vestido ni limpiarlo. ¿Entendido?
- Sí…Sí señor.
Fue a pie, con el vestido lleno de manchones, por suerte era de noche y pasaban pocos transeúntes. Aún que alguno la miró, pensando, quizá, que serían aquellas manchas brillantes en su vestido negro.
Allí estaba él, sentado en aquel banco.
- Toma cuarenta euros. Hoy vas a ganar un poco más. Espero que te esfuerces y los merezcas.
Cogió el dinero y lo guardó en su bolso, esperando sus órdenes. temiendo lo que podía depararle aquella noche.
- Arrodíllate. Tus manos en mis muslos. - Decía aquello mientras desabrochaba su cinturón y de nuevo, como la vez anterior, sacaba su polla.
- Venga. Chúpala. Chúpala como me han dicho que sabes hacerlo. Te vas a tragar hasta la última gota.
Mientras estaba entregada a darle placer con su boca oyó unos pasos acercarse.
- Buenas noches.
- Buenas noches.
Sus risas se alejaban. Las risas de un hombre y una mujer. Una pareja. Sintió una enorme vergüenza, pero ya no podía, ni quería, parar
- Que bien lo haces guarra. No pares. No pares hasta que me corra.
- El jueves vendré a la casa de Doña Engracia. Resérvame las primeras horas. Ahora vete a dormir o a tocarte si es lo que quieres.
Cualquier día te traerá a mi casa, nos servirás la cena y te usaremos los dos. Pero primero quiero gozarte a solas.
SÍ, señor. Gracias, señor,
El viernes por la mañana Carlos mandaba una foto a su amigo Juan.
FIN.
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La esposa
RomanceEsta historia es de la esposa de Juan, en la que encuentra cual es su trabajo oculto. Tiene sexo, bdsm y humillaciones, no recomendable a personas de menos de 18 años