4. Él

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Siempre recordaré la primera vez que lo vi. Llegué a la parada de autobuses de Barcelona, al final de la Diagonal, para tomar el bus de las doce y cuarto. Estaba cursando la segunda mitad del tercer año de carrera y solo tenía dos asignaturas ese semestre: una de diez a doce los lunes y martes, y otra de diez a dos los jueves y viernes. Era lunes, el primer día del semestre.La parada de autobuses de Palau Reial se encontraba delante de las bocas de metro. Era un cubículo techado de color amarillo, acristalado y cubierto de publicidad y pancartas de protesta de los estudiantes. Justo al lado había una barra vertical metálica que indicaba las líneas de autobús que pasaban por allí. Se situaba en una acera muy amplia, sin árboles. A mi izquierda, una gran fuente sin agua daba la bienvenida al amurallado complejo de jardines, y a mi derecha, las líneas de la carretera convergían en el horizonte, marcando el final de la ciudad.Me coloqué detrás del pequeño porche metálico, donde estaba la entrada del metro, rodeada por un muro bajo, perfecto para apoyarse. Me gustaba especialmente ese sitio porque podía ver los autobuses llegar desde lejos sin molestar a la gente que salía a hacer footing. Fue entonces cuando vi a un chico vestido con una chaqueta marrón de piel, que yo llamaba el "estilo borreguito". Era una bomber azteca de los años 70, forrada de lana por dentro, con una franja de estampado de rombos verdes y azules a la altura de los codos. La reconocí enseguida porque era la chaqueta de mis sueños, pero no me la podía permitir por el precio que costaba. De hecho, estuve un año detrás de ella, pero desistí cuando vi que pedían 120 euros en el mercado de segunda mano. Llevaba unos pantalones ajustados, desgastados por el tiempo, y unas botas de montaña oscuras. Tenía el pelo largo, ondulado y voluminoso, más oscuro que el mío. El flequillo se abría en medio, formando una pequeña curva justo encima de la frente, y también me fijé en que llevaba barba corta. Unas gafas metálicas de montura fina con las patillas doradas asomaban de manera muy coqueta por delante de sus ojos. Era un chico alto y tenía la piel morena.Pasó por delante de mí sin levantar la vista del suelo y se apoyó justo en el muro de la otra entrada del metro. Dejó su mochila en el suelo, una mochila que bien podría haber sido la de un campista, y sacó de ella un libro viejo. Se puso a leer mientras esperaba. Yo lo observé disimuladamente; estaba en mi campo de visión para ver la llegada de los autobuses, así que si levantaba la vista, solo tenía que desviar mi mirada hacia la carretera. Me fijé en la portada del libro: "Inicios a la Sociología". Vaya. Yo había dado Sociología del Arte en primero de carrera. Me dio la impresión de que teníamos algo más en común que el gusto por el estilo de vestir. Apenas levantaba la vista del libro, estaba completamente absorto en la lectura, y yo estaba igualmente absorta en él.El estilo de vestir que tenía, el libro, el pelo, me recordó al perfil de un estudiante de filosofía o, al menos, de alguna carrera de humanidades. Una vez visité la facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona y recuerdo que el estilo de las personas que cursaban esa carrera se parecía muchísimo al de los estudiantes de Bellas Artes: ropa de segunda mano, axilas sin depilar, mochilas rotas y cervezas en las terrazas. Si era estudiante de Filosofía, esta no era su parada, porque la facultad estaba en el centro. No me cuadraba. Era absolutamente singular. Estaba disfrutando de esa visión más de lo normal; era como contemplar una obra de arte, profunda y misteriosa. Un objeto que no formaba parte de este contexto.De repente, levantó la vista y me miró. Al darme cuenta, una pequeña descarga me atravesó el cuerpo. Miré al suelo y me di la vuelta disimuladamente. Busqué con la vista algo más en mi periferia y luego volví a concentrarme en el campo de la carretera, donde irremediablemente estaría su figura. Menos mal que lo hice, porque el autobús llegó al final. Recogí mi bolsa, busqué la tarjeta del transporte público y me acerqué al borde de la acera. Lo perdí de vista y todo quedó en un instante anecdótico, pero yo no podía dejar de pensar en su imagen.Pasaron los días y parecía que había olvidado al chico que había revuelto mis pensamientos aquel lunes de septiembre. Pero un día, al decidir ir a la universidad por la tarde, al llegar a la estación de buses del pueblo, vi sentado a un chico que me recordó mucho a él. No puede ser, pensaba mientras me acercaba. Pelo largo, moreno, gafas, leyendo un libro viejo... Llevaba una camiseta de cuadros verde, pero el mismo tipo de pantalones y las mismas botas de montaña. Lo es. No me lo puedo creer.Me coloqué a su lado, dejando un par de metros de distancia. Solo estábamos él y yo. Mi corazón se aceleró. Era demasiada casualidad. ¿Cómo podía ser que un chico que me había llamado la atención en el barullo de gente de Barcelona estuviese también en el pueblo donde vivía? Me volví loca pensando que debía ser por algo. Examiné el libro que leía esta vez, pero no logré identificar el título. Aun así, era un libro que recordaba a esos ensayos filosóficos que tanto nos hacían leer en la facultad.Pensé en decirle algo, en hablarle de la coincidencia de verlo en Barcelona y ahora aquí, pero eso solo lo hubiera entendido yo, porque solo yo me había fijado en él, y hubiera quedado como una perturbada. Al final, no era algo tan novedoso; había muchas personas que trabajaban o estudiaban en Barcelona y cogían también esta línea de bus, así que no era raro coincidir en las paradas. Decidí asumir una tranquilidad fingida y seguir pensando en mis cosas en silencio.Cuando llegué a Barcelona, me di cuenta de que él también caminaba por las mismas calles que yo. ¿Y si estudia Bellas Artes? me pregunté. Un temblor me inundó el cuerpo. No, era imposible. Lo hubiera visto antes, o alguien me hubiera hablado de él. En la facultad éramos muchas personas, pero había tanta migración entre grupos que hubiera sido imposible no conocerlo, o al menos haberle visto. Deseché la idea. De hecho, seguí mi ruta hacia la facultad detrás de él, decidida a averiguarlo, pero le perdí la pista cuando crucé una esquina y él siguió recto. En ese momento, este hecho pasó de ser una simple anécdota a convertirse en algo que se repetiría periódicamente.Cuando me di cuenta de que el devenir de mi día a día dependía de si me cruzaba con él o no, decidí hablarlo con Fabio.—¿Cómo es?—Moreno, pelo largo, alto, delgado, lleva gafas. Barba de dos o tres días. Lee mucho, poco más.—Ah, de los que me gustan a mí...—Fabio, no —respondí contundente.—¿Qué? ¿Y si es gay? —dejó caer.—No me jodas —refunfuñé.La idea me atormentaba por dentro, pero era una posibilidad que debía tener en cuenta. Durante el resto del año, fui cruzándome con este chico tan misterioso. Lo bauticé como el "chico del autobús", ya que no sabía ni su nombre ni cuáles eran sus motivaciones para ir a Barcelona, pero cada vez me intrigaba más. Quería saber más cosas sobre él: su edad, sus gustos musicales, cómo sonaba su voz, cómo olía... Verlo, ya fuera en el autobús o en Barcelona, significaba que el día sería más resplandeciente por la magia que causaba el simple hecho de que, de algún modo, habitara el mismo mundo que yo.En el segundo semestre, ya habiendo conocido a Ruth, un día nos sentamos en las escaleras de la entrada del edificio principal porque la clase de Técnicas había terminado antes, pero mi autobús no salía hasta unos minutos más tarde, así que ella se quedó conmigo. Se encendió un cigarro de liar y comenzó a comentar anécdotas que había tenido en la facultad. De pronto, me fijé en que el chico del autobús pasaba por delante nuestro sin detenerse, cruzando la acera de un extremo al otro. Empecé a temblar.—Ruth, mira —la interrumpí.—¿Qué?, ¿qué miro? —preguntó extrañada.—Tengo un crush con ese chico —murmuré mientras lo señalaba con los ojos. —Uy. Cuéntame.Le pegó una pequeña pero elegante calada al cigarrillo. ––Lo he empecé a ver a inicios de este curso, va conmigo en el autobús y lo sigo de camino a la facultad, pero cuando cruzo la esquina para venir él sigue recto. ––¿Habéis hablado alguna vez?––Qué va. Pero me encanta. Todo. Su aura, no sé como explicarlo... ––bufé.Enterré mi cara en mis rodillas.––Un amor platónico ––respondió con una tierna sonrisa––. ¿Sabes si estudia Bellas Artes?Suspiré. La idea no me pareció tan descabellada a estas alturas.––Puede ser. Al principio no lo pensé porque me pareció raro no haberlo visto nunca. Piensa que lo he empezado a ver este año.––Pero podría ser de primero, piénsalo. ––Ostras, es verdad. No había caído. Bueno si estudia Bellas Artes es el primer chico de mi pueblo que conozco que lo haga. ––Y es tu crush.––¡Lo sé!––sollocé––. ¿Ahora lo entiendes? Me he obsesionado con eso. Sé con certeza que o es de mi pueblo o alrrededores, y que debe de estudiar algo de humanidades, pero no sé nada más. ––Ay ojalá hablaras con él. La sola idea de pensarlo llenaba mis mejillas de sangre.––No será por falta de ganas.––Pues házlo tía.––No sabría que decirle. La vergüenza me mataría, seguro. ––Vaya enchochamiento me llevas. Leo también era mi crush cuando lo conocí, él cantaba y no me pude resistir.Se encogió de hombros y torció la cabeza resaltando sus pómulos con una sonrisa.––Vale, ¿y cómo lo hiciste?––Sus padres y los míos se conocían. La primera vez que lo vi fue porque mis padres me llevaron a uno de sus conciertos. Recuerdo que cuando terminó me acerqué y se lo comenté. De ahí empezamos a hablar y hasta día de hoy. ––Qué bonito. Sois adorables.––De hecho, la semana que viene hará 8 años que estamos juntos.––Diós, que porretada de años.––Ya te digo. Y no me canso. ––Siempre he querido tener algo así, pero supongo que no he tenido la suerte, y, de hecho, no sé si la tendré.––Ya llegará, cuando menos te lo esperes, de hecho. ––Prefiero no esperar nada, que luego me hago ilusiones.Me reí. ––¿No has tendo nunca novio?Eché mi espalda hacía atrás apoyando mis palmas sobre el suelo de piedra.––Tuve algo. Pero no sé si considerarlo novio. Estuve saliendo con un chico, pero duró muy poco. Es la única persona que he querido y de la que me he enamorado en mi vida. ––¿Cuando lo dejastéis?––Uf, en 2018, creo. Ya hace tiempo.––¿Y no has tenido ninguno más? ––Nop. Supongo que nunca he logrado conectar con nadie, excepto él.Estuve en silencio unos segundos con la vista perdida en el horizonte.––¿Sabes algo de él ahora?Hice que no con la cabeza.––Terminamos bien. Lo que pasa es que todavía siento cosas cuando me acuerdo––logré reconocer.––Ya, es normal. Debió de ser intenso. ––No sé concebir el amor de otra manera.––Pero ahora estás bien, ¿no?––Sí, tranquila.Respondí mientras le acariciaba la rodilla. Luego consulté la hora en el móvil.––¿Vamos tirando?––Sip. El resto del curso, no hubo un solo día en el que no me cruzara con mi crush y no se lo comentara a Ruth. Ella y Fabio eran mis confidentes, los únicos que sabían de esta historia y, probablemente, los únicos que no me juzgarían por sentirlo así.Adoraba verlo sentado. Adoraba la silueta de su nariz recta, perfectamente encajada en su rostro. Sus labios lisos, sellados, y su barbilla plana. La línea de su mandíbula que se extendía hasta la oreja, escondida detrás de sus oscuros rizos. Mirarle a los ojos sería una osadía; como sucedía con el mito de Medusa, me quedaría petrificada para siempre. Lo tenía prohibido, pero soñaba con poder hacerlo algún día.Una vez, el día que lo tuve más cerca, fue al subir a un autobús que salía a las tres del mediodía. Decir que el vehículo iba lleno es quedarse corta. Logré hacerme un hueco y sentarme en las escaleras de salida. Allí coloqué mi bolsa con pinturas, que además desprendía un olor a aguarrás bastante preocupante. Me dediqué todo el trayecto a cubrir la bolsa con mi cuerpo y a hacer un pequeño rincón para evitar que el aire saliera. En una de las veces que examiné mi entorno para asegurarme de que no molestaba a nadie, me di cuenta de que, justo detrás de mí y muy pegado a mi espalda, había unos pies cuyo calzado me sonaba. Alcé la vista y era él.Estaba agarrado a una barra metálica en el techo. Estuve a punto de preguntarle si quería sentarse a mi lado, pero recordé que esa zona estaba irradiada con olor a aguarrás, así que por su salud, preferí no hacerlo. Uf. Qué cerca está. Estuve pensando todo el trayecto. Cosas así son las que les contaba a Ruth y a Fabio. Que fuera de contexto parecen delirios de loca. Y no sé hasta que punto lo eran. La cuestión era que contarlo me aliviaba, me hacía feliz, y lo más importante, lo volvía un poco más real.

Solo porque tú, una vez, me sonreíste.Where stories live. Discover now