1. Lo he vuelto a ver

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Era miércoles. El sol iluminaba gloriosamente sobre la estación, pero no lograba aliviar las ráfagas de frío de un febrero recién estrenado. “Bueno, pues ya hemos llegado”, pensé. Nunca hubiera creído que, cuando empecé la carrera de Bellas Artes, llegaría hasta el final. Solo me quedaban tres meses y todo habría terminado. Recuerdo perfectamente que advertí a mi madre con las palabras: “No tengas fe en que la termine, porque son muchos años”. Ella lo ignoró, emocionada, y seguidamente me abrazó como si fuera la última vez que nos veíamos. Tenía 21 años cuando empecé, y ahora ya tenía 25, lo cual me costaba bastante asumir. Revisé el reloj desbloqueando el móvil que tenía en la mano: las nueve y diez.
Empecé a rizarme los mechones de mi largo cabello castaño con el dedo. Me di cuenta de que el rubio que me había puesto hacía un año había acabado siendo solo un reflejo brillante, seco y deshidratado en las puntas. Balanceaba el peso de mi cuerpo de una pierna a otra. Me estaba empezando a impacientar. Desbloqueé el móvil de nuevo: eran las nueve y veinte. Llegaba tarde, pero no me sorprendió. Febrero era como septiembre: un boom de estudiantes comenzando el curso, pero ahora eran estudiantes que aparecían por primera vez en clase para hacer los exámenes de final de semestre. Cuando esto sucedía, las carreteras se llenaban en las horas punta y los buses se retrasaban. Solo era cuestión de esperar a que todo se normalizara. Me vibró el móvil, lo cual me vino genial para distraerme. Había guardado mis gafas en la funda, y ahora estarían en el fondo de mi bolsa de asas que compré en Shein, así que, por pereza de sacarlas, acerqué el dispositivo a los ojos. Era un mensaje de Ruth.

Ruth 
Alaraaa
¿Estás despierta?

Alara
Siii, dimeee.

Ruth
¿Cómo vas?

Alara
Estoy esperando al bus, creo que llego tarde.

Ruth
Vale, no te preocupes. Yo aviso.

Alara
Gracias, amor

Ruth
Tengo ganas de verte.

Alara
Y yo  <3

Ruth era la única amiga que tenía en la facultad. La única en cuatro años de carrera. Parece una broma, pero no lo es. Nos conocimos gracias a un sacacorchos. Sí, como lo lees. Al comenzar la segunda semana del segundo semestre del año pasado, el profesor de Materiales Tradicionales nos pidió que lleváramos vino para realizar pruebas de tintura sobre papel. (Para aclarar, diré que los vinos más baratos tiñen mejor el papel, mientras que los buenos lo hacen de manera más translúcida). Yo, sin saber nada de eso, traje la única botella de vino que tenía en casa: una botella carísima del 78 que heredé de mi abuelo, pero que no se iba a consumir. Estaba prácticamente de adorno. Eso, y un abridor. Ruth también trajo una botella, un vino del supermercado que le costó un euro y medio.
—¡¿Alguien tiene un abridor?! —gritó la chica de pelo rizado castaño rojizo.
En una carrera donde la mayoría de los alumnos nos caracterizábamos por ser socialmente torpes y tímidos, fue raro escuchar a alguien alzar tanto la voz. Todo el mundo se quedó mirándola, pero nadie respondió.
—¡Yo! —contesté, alzando el aparato con la mano.
Me buscó con la mirada y sonrió cuando me encontró. Se acercó con su botella a mi mesa. Una vez la tuve lo suficientemente cerca, examiné su belleza de arriba abajo. Tenía los ojos grandes, verdes, enmarcados por pestañas que había rizado con máscara negra. Vestía un jersey verde que parecía dado de sí por la parte de abajo, unos pantalones vaqueros ajustados y unas deportivas de colores. Era más o menos de mi estatura. La vi, y no sé cómo explicarlo, pero sentí una extraña sensación de calidez y de hogar, sin siquiera saber quién era. No sé si fue su tono de voz, su mirada o su dulce olor a perfume lo que me atrajo, pero sentí que con ella podría sentirme como en casa.
—¿Me lo prestas? Solo será un segundo —pidió con una voz risueña y agradable.
—Por supuesto.
—Si quieres, puedes usar mi vino para hacer pruebas —me ofreció, supuse que para devolverme el favor.
—No te diré que no —acepté. En este caso, un vino barato iba mucho mejor para este ejercicio—. Puedes usar el mío también, aunque no creo que saque mucho color.
Cogí un pequeño bote de cristal, lo llené con mi vino y se lo acerqué.
—Toma.
Cuando consiguió abrir la botella, haciendo fuerza y gestos que me hicieron reír, llenó un vaso de plástico y lo alzó. Choqué mi bote con su vaso. Brindamos sin saber que acabábamos de iniciar lo que sería nuestra mejor amistad hasta la fecha.

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⏰ Last updated: Sep 26, 2024 ⏰

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Solo porque tú, una vez, me sonreíste.Where stories live. Discover now