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                                                                               Itadori en Orario

La oscuridad lo envolvía. Sus brazos temblaban por el esfuerzo, las manos sangrando, los dedos agarrotados por haber resistido demasiado. Frente a él, el rostro desfigurado de Sukuna se disolvía en la nada, una sonrisa macabra dibujada en su cara. Lo había vencido, pero no sentía victoria. No había gloria en matar una parte de sí mismo.

Itadori Yuji cayó de rodillas, jadeante. Todo su cuerpo dolía. La energía maldita fluía descontrolada por su ser, una tormenta incontrolable de emociones y poder que no podía frenar. La última batalla lo había dejado al borde de la locura, y ahora, sin siquiera darse cuenta, su entorno comenzó a cambiar.

Ya no estaba en el mismo lugar.

En el calabozo de Orario, Bell Cranel avanzaba con cautela. Tras la intensa batalla contra la Familia Apolo y su reciente victoria, su confianza había crecido, pero no dejaba de ser consciente de los peligros que acechaban en las profundidades. Lili y Welf le seguían de cerca, ambos con expresiones de concentración. Hestia había pedido que no se arriesgaran demasiado, pero Bell quería aprovechar el tiempo para mejorar sus habilidades y volverse más fuerte.

Sin embargo, algo perturbador en el aire hizo que el grupo se detuviera.

—Bell... ¿sientes eso? —preguntó Welf, su mano en la empuñadura de su espada.

Una energía intensa y oscura flotaba en el ambiente, como una presión que oprimía el pecho de todos ellos. La fuente parecía estar más adelante, en una cámara más profunda del calabozo.

—Sí, la siento —respondió Bell, alarmado—. Nunca había sentido algo así. ¿Qué crees que sea?

—No lo sé —respondió Lili, mirando nerviosa alrededor—, pero no parece un monstruo normal.

El grupo decidió avanzar con cautela, siguiendo la sensación de malestar. Pronto llegaron a un gran salón del calabozo, y lo que encontraron les dejó sin palabras.

Allí, en medio del suelo rocoso, yacía un joven de cabello rosado, con traje destrozado y empapado de sangre. Su cuerpo estaba cubierto de profundas heridas, y su pecho subía y bajaba pesadamente, como si cada respiración fuera una batalla. Pero lo más perturbador era la energía que emanaba de él. Una densa aura oscura, una presión tan intensa que Bell tuvo que retroceder instintivamente.

—¡Bell, aléjate! —gritó Lili, aterrada por lo que sentía—. Ese no es un aventurero normal. ¡Mira esa energía!

Itadori, inconsciente, seguía liberando su energía maldita sin control. Sus ojos apenas se abrían, y en ellos no había más que una profunda confusión. Para él, el mundo seguía siendo una tormenta de caos. No entendía dónde estaba, pero una cosa era clara: había sobrevivido a la batalla contra Sukuna, aunque no debería haberlo hecho.

Bell sintió el impulso de acercarse, a pesar de la advertencia de Lili. Sabía que este joven estaba sufriendo. Tal vez estaba al borde de la muerte. Su instinto como aventurero y como persona le impulsaba a ayudar, incluso si sentía que su propia vida estaba en peligro.

—No podemos dejarlo aquí —dijo Bell, su voz firme pero llena de inquietud—. No parece un monstruo, y si no lo ayudamos, podría morir.

—¡¿Estás loco?! —Welf dio un paso adelante, sujetando el brazo de Bell—. ¡Mira esa energía! No sabemos qué es, podría matarnos a todos.

Sin embargo, antes de que alguien pudiera hacer nada más, Itadori se levantó. Sus movimientos eran lentos, tambaleantes, como si no supiera bien dónde estaba o lo que hacía. Su mirada se posó en Bell y los demás, pero parecía no verlos realmente. La energía maldita a su alrededor se intensificó, como una ola que amenazaba con aplastarlos. Bell se preparó para lo peor, pero en el último momento, algo en los ojos de Itadori cambió.

La tormenta de energía se detuvo de repente, como si el joven hubiera recuperado algo de control sobre sí mismo.

—¿Dónde... estoy? —murmuró Itadori con voz rasposa, su cuerpo aún temblando de dolor y agotamiento.

Bell, sin dudar, dio un paso adelante. La energía maldita aún colgaba en el aire, pero había perdido su ferocidad.

—Estás en el calabozo de Orario —respondió Bell, aunque notaba que el muchacho no tenía idea de qué significaba eso—. Mi nombre es Bell Cranel. Somos aventureros, y tú... ¿quién eres?

Itadori lo miró con incredulidad. Orario. Esa palabra no tenía sentido para él. Nada de lo que veía a su alrededor tenía sentido. No era Japón, no estaba en su mundo. Pero antes de que pudiera responder, su cuerpo flaqueó de nuevo, cayendo de rodillas.

—No... sé cómo llegué aquí —susurró Itadori, su mirada perdida—. Acabo de......

Las palabras resonó en los oídos de Bell y los demás como un eco desconocido, pero el tono de voz de Itadori indicaba que lo que había hecho no había sido una hazaña menor.

—Tranquilo, te ayudaremos —dijo Bell, decidido.

—¡Bell, cuidado! —gritó Lili, mientras la energía maldita fluctuaba de nuevo, como si Itadori estuviera perdiendo el control.

Pero Bell no se echó atrás. Sabía que este chico no quería hacerles daño. Había algo en sus ojos, una profunda tristeza y confusión. Bell sabía lo que era sentirse impotente, luchar contra algo mucho más grande que uno mismo.

—No tienes que enfrentarlo solo —dijo Bell, avanzando un paso más—. Vamos a ayudarte.

Itadori, a pesar de su estado, sintió una extraña calidez en esas palabras. Algo en la mirada de Bell le resultaba tranquilizador. Como si, a pesar de todo, hubiera encontrado a alguien en quien podía confiar. Pero antes de poder decir algo más, su cuerpo sucumbió al agotamiento, y la oscuridad lo envolvió una vez más.





































Cuando Itadori despertó, estaba en un lugar completamente diferente. Un techo de madera se extendía sobre él, y el aroma a comida recién hecha llenaba el aire. Su cuerpo aún dolía, pero las heridas estaban vendadas. Intentó levantarse, pero una mano suave lo empujó de vuelta a la cama.

—No deberías moverte tanto —dijo una voz femenina. Era una joven con una mirada amable.

—¿Dónde... estoy? —preguntó Itadori, aún desorientado.

—En la casa de la Familia Hestia —respondió la chica—. Mi nombre es Lili, soy una de los aventureros que te encontró en la torre. Bell y los demás decidieron traerte aquí para que pudieras recuperarte.

Itadori asintió lentamente. Todo lo que había pasado desde la pelea con Sukuna le parecía un sueño distante, pero ahora entendía que estaba en un lugar completamente diferente. Un mundo donde las reglas no eran las mismas que las de su hogar.

Antes de que pudiera preguntar más, la puerta se abrió y Bell entró, una sonrisa amable en su rostro.

—Me alegra ver que estás mejor —dijo Bell—. ¿Te sientes bien?

Itadori lo miró por un momento, antes de asentir. Había muchas preguntas en su mente, pero por ahora, lo único que podía hacer era agradecer.

—Gracias... por ayudarme —dijo Itadori, su voz baja pero sincera.

Bell sonrió, inclinando la cabeza ligeramente.

—No te preocupes. Estoy seguro de que harías lo mismo por nosotros.

Itadori, aún confundido por todo lo que había pasado, no podía evitar sentirse agradecido. No sabía qué le deparaba este nuevo mundo ni qué peligros le aguardaban, ni los retos que se vendrían en el futuro .

Un Hechizero En Un Mundo MagicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora