MIA
La luz tenue de la bodega iluminaba el lugar con una atmósfera fría y calculada, muy diferente a la calidez del hogar que solía compartir con Alessandro y nuestra hija, Nora. Me encontraba apoyada en el barandal del segundo piso, observando a los hackers en sus escritorios mientras sus dedos volaban sobre los teclados. Todos estaban concentrados, algunos más nerviosos que otros, especialmente los novatos. Los monitores parpadean con líneas de código y pantallas llenas de datos cifrados, herramientas esenciales para las operaciones que la organización de Alessandro manejaba en las sombras de la ciudad.
Desde aquí, podía ver casi toda la bodega. Era un espacio industrial, sucio y en mal estado, acorde con la parte más empobrecida de la ciudad. Había mesas desordenadas llenas de equipos informáticos, cables por el suelo y un ambiente tenso. Mi papel, aunque no tan activo como en el pasado, era vital hoy. Alessandro me había pedido que supervisara a los hackers, asegurándome de que no cometieran errores. Y no podía permitirme fallar.
La mayoría de ellos eran nuevos, y aunque algunos tenían potencial, la presión de trabajar para una organización como esta los tenía al borde. Sabían que un error podía costarles el trabajo, o peor aún, sus vidas. Me obligué a concentrarme, aunque una parte de mí se sentía extrañada de estar aquí de nuevo, en medio de una misión tan importante para la mafia de Alessandro.
Desde que nació Nora, mi rol había cambiado. Alessandro había sido muy claro en que quería que me enfocara más en nuestra hija, que no quería arriesgarme en operaciones peligrosas. Y yo, por mi parte, lo había aceptado. Después de todo, ser madre había sido una de las cosas más maravillosas que me habían pasado, y Nora se había convertido en el centro de mi mundo. Pero hoy era diferente. Dylan y Alessandro estaban ocupados con otros asuntos de la mafia, y la supervisión de esta operación había recaído sobre mí.
Un suspiro se escapó de mis labios mientras seguía observando desde el segundo piso. Mi estaba dividida atención. No solo tenía que asegurarme de que los hackers cumplieran con su trabajo sin errores, sino que también debía cuidar de Nora, quien estaba dormida en la oficina detrás de mí. No había podido dejarla en casa. Nora estaba en una fase en la que no soportaba estar lejos de Alessandro o de mí por mucho tiempo. Las rabietas eran inevitables si no estábamos cerca. A veces, sentía que la conexión entre nosotros era tan fuerte que hasta me resultaba difícil estar lejos de ella.
Llamé la atención de los hackers desde el barandal, mis palabras resonaron en el aire denso de la bodega.
—Escúchenme bien, necesito que este trabajo esté listo en las próximas dos horas —dije, mi tono firme y autoritario—. No quiero excusas, no quiero errores. Si alguno de ustedes falla, están despedidos. No se imaginan lo fácil que me resulta encontrar reemplazos para ustedes.
Algunos de ellos me miraron con nerviosismo, asintiendo rápidamente antes de volver a sus pantallas. Sabían lo que estaba en juego.
Tras asegurarme de que entenderían la gravedad de la situación, decidí regresar a la oficina. Me sentí inquieta, pero sabía que tenía que mantener la compostura. Al entrar, vía a Nora dormida en el asiento para bebé. Parecía tan tranquila, completamente ajena al mundo en el que había nacido. Me acerqué a ella con pasos ligeros, mis ojos recorriendo su pequeño rostro. Su respiración era suave y rítmica, y por un momento me olvidé de todo lo demás. En ese instante, el mundo de la mafia y las responsabilidades que traía consigo parecían desaparecer.
Pero ese momento de paz fue interrumpido cuando mi celular vibró en mi bolsillo. Saqué el teléfono y vi el nombre de Alessandro en la pantalla. Respondí inmediatamente.
— ¿Cómo van las cosas? —preguntó con su habitual tono serio y firme—.
—Todo está bajo control —le informé—. Los hackers están trabajando como les pedí, y no habrá problemas.
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La Sombra Del Anillo
RomanceAl despertar la mañana siguiente, Mia se encuentra en una habitación desconocida, compartiendo la cama con el hombre del bar. La sorpresa no termina ahí: ambos llevan argollas de matrimonio en sus dedos. Desconcertada y con resaca, intenta recordar...