Sparta se miró al espejo una vez más antes de salir de su pequeño apartamento. Sus ojos oscuros reflejaban una mezcla de resignación y determinación. No era un secreto para él que la sociedad lo consideraba feo; había crecido escuchando comentarios crueles y despectivos. Su vida diaria estaba marcada por la monotonía de ser el contador en una gran empresa, una posición que le permitía vivir con cierta estabilidad, pero no con felicidad.
En la oficina, la atmósfera era siempre la misma. Los murmullos de los compañeros, las miradas rápidas y despectivas, y las risas sofocadas cuando él pasaba, eran parte de su rutina. Sin embargo, había una excepción en su día: su jefe, Raptor. A pesar de que nunca habían tenido una conversación más allá de lo laboral, Sparta lo había idealizado por completo. Raptor era todo lo que él no era: atractivo, carismático, y respetado. Para Sparta, Raptor representaba la perfección.
—Buenos días, Sparta —dijo una voz firme y profunda.
Sparta levantó la mirada y se encontró con Raptor, quien le había dirigido la palabra por primera vez en semanas. El corazón de Sparta latió con fuerza.
—Buenos días, señor Raptor —respondió con una tímida sonrisa.
—Necesito los informes del último trimestre en mi escritorio antes del mediodía —dijo Raptor sin más, y se alejó.
Sparta asintió, aunque Raptor ya no podía verlo. Se sumergió en su trabajo, tratando de no pensar demasiado en su admiración por su jefe. Las horas pasaron rápidamente y, al finalizar su jornada laboral, Sparta regresó a casa. Pero su día no terminaba ahí; su segunda vida estaba por comenzar.
En su pequeño apartamento, Sparta se preparó para su segunda identidad. Con dedicación y esfuerzo, había esculpido su cuerpo hasta convertirlo en algo envidiable. Esta transformación le había proporcionado una vía de escape y, de alguna manera, la aceptación que siempre había deseado. En la intimidad de su hogar, se ponía una máscara que ocultaba su rostro, dejando al descubierto su impresionante físico. Se conectaba a una página para adultos donde transmitía en vivo, bailando y posando para sus seguidores.
La pantalla de su computadora se iluminó con mensajes de admiración y peticiones de sus fans. Uno de ellos era especialmente persistente: un usuario que siempre estaba presente y mostraba una clara atracción por él. No sabía quién era, pero le divertía la idea de tener a alguien tan cautivado por su figura.
—Muéstrame más —escribió el usuario.
Sparta rió para sí mismo. Si tan solo supieran la verdad detrás de la máscara.
La noche avanzó y, tras terminar su transmisión, Sparta se sentó frente a la ventana, observando la ciudad iluminada. Su vida era una dualidad constante: el hombre tímido y reservado de día, y el ídolo oculto y deseado de noche. Cerró los ojos y se permitió soñar, aunque solo fuera por un momento, con una vida donde no tuviera que esconderse.
—Quizás algún día... —susurró al viento, antes de retirarse a dormir.
La vida de Sparta era una compleja maraña de secretos y anhelos, y aunque por ahora mantenía el equilibrio, no podía evitar sentir que todo estaba a punto de cambiar.