Desperté con las muñecas atadas y la boca sellada por una mordaza. El suelo era frío, húmedo, y una sensación de opresión llenaba el aire. Frente a mí, Thomas estaba de pie, pero no era el mismo niño distante y antisocial que conocí. Sus ojos, o lo que alguna vez fueron sus ojos, ahora eran dos vacíos oscuros que me miraban con rencor. Una energía maligna lo envolvía.
—Todo esto es tu culpa —sus palabras salieron en un susurro cortante—. Tú los trajiste aquí… tú causaste todo esto.
Intenté gritar, sacudir la cabeza, pero la mordaza ahogaba mi voz. El corazón me palpitaba con fuerza, sintiendo cada latido como un eco en el silencio de la habitación. **¡No es mi culpa!**, quise decirle. Pero no podía articular nada. No había escapatoria.
De repente, el aire se sacudió con un fuerte estruendo. Antes de que Thomas pudiera reaccionar, su cuerpo cayó pesadamente al suelo. Eileen, con una mirada feroz en sus ojos, estaba de pie tras él, respirando con dificultad.
—Tenemos que salir de aquí —me dijo apresurada mientras desataba mis muñecas.
Apenas recuperé el control de mis manos, me quité la mordaza y me puse de pie. Eileen me cogió de la mano, y ambas corrimos hacia la puerta, los latidos de mi corazón resonando en mis oídos. Pero justo cuando creímos que íbamos a lograrlo, la figura espectral de Hillary apareció frente a nosotras, bloqueando la salida. Su rostro sin ojos irradiaba odio puro.
—No vas a ir a ninguna parte —dijo con una voz que sonaba como un susurro gélido y letal.
Antes de que pudiera reaccionar, Hillary se lanzó sobre mí con una furia desbordada. Sentí sus manos frías rodear mi cuello, su apretón era tan fuerte que creía que el aire me abandonaba por completo. Eileen, con lágrimas en los ojos, gritó:
—¡Por favor, déjala! ¡Llévame a mí!
Hillary se detuvo por un segundo, sus manos se relajaron, y sus vacíos oscuros se enfocaron en Eileen.
—¿Estás dispuesta a sacrificarte? —preguntó la sombra de Hillary, con una voz profunda y sepulcral.
Sin dudar, Eileen asintió. Mi corazón se rompió al escuchar esas palabras salir de su boca.
—Muy bien —dijo Hillary con una sonrisa siniestra, y de repente, me soltó.
Vi, horrorizada, cómo Hillary se giraba hacia Eileen y la arrastraba hacia la fuente del jardín. Corrí tras ellas, gritando su nombre, pero no fui lo suficientemente rápida. Eileen estaba siendo sumergida bajo el agua, y sus gritos de auxilio eran ahogados por el líquido oscuro que las rodeaba.
Thomas, de alguna manera, volvió a su estado normal. Lo vi tambalearse, confuso, pero al reconocer la escena, corrió hacia mí.
—¡Ayúdame! —le grité desesperada.
Juntos intentamos salvar a Eileen, pero Hillary era demasiado fuerte, implacable en su odio. El agua de la fuente parecía volverse más oscura, más densa, como si estuviera absorbiendo la vida de Eileen.
—¡Déjala en paz! —grité con todas mis fuerzas— ¡Tómame a mí!
Hillary se detuvo de nuevo, soltando a Eileen, que flotaba inerte en el agua. Mientras Thomas corría a salvarla, la sombra de Hillary se volvió hacia mí. Sabía lo que estaba a punto de suceder.
Un frío indescriptible se apoderó de mí cuando sentí a Hillary entrar en mi cuerpo. No fue una invasión física, sino algo mucho peor: una oscuridad se deslizó dentro de mi alma, ahogándome desde dentro. Mi visión se desvaneció, y lo último que sentí fue el suelo frío bajo mis pies antes de caer en la inconsciencia.
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Cuando volví a abrir los ojos, estaba dentro de la casa nuevamente. La luz de la mañana se filtraba a través de las ventanas, y, para mi sorpresa, los niños estaban durmiendo juntos en un rincón, abrazados. Verlos así, por primera vez tan conectados, me arrancó una sonrisa. Pero debajo de esa pequeña felicidad, sentí algo más... un peso, una presencia.
La oscuridad que había dentro de Hillary, ahora estaba dentro de mí.
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La Maldición del Blacklands Home - Sebastián Zayas
Mystery / ThrillerEn Blacklands Home, cada sombra esconde un secreto, y cada paso desentierra un miedo.