𝐈𝐈

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Los ojos del chico que lo había golpeado se encontraban rojos, pero no como si se hubieran inyectado en sangre. Le pareció curioso, ya que el iris era de ese intenso color, mientras que la esclerótica se había vuelto del mismo color que la noche. Pero fuera de eso, a Mauro no le pareció que el chico fuera un fenómeno, como lo habían descrito sus padres. 

Se había quedado en shock y sólo respondió cuando el otro volvió a alzar la mano y el dolor en su nariz le pinchó como diciendo "ey, sigo acá". Se levantó como pudo y alzó las manos en señal de rendición, para después sacudirse el pantalón.

—Mirá cómo me dejaste el pantalón... 

—¿Qué querés? —preguntó el otro con recelo. Y Mauro lo entendía, desde que tenía uso de razón, había visto a ese chico ser excluido de todos los sitios posibles. Aunque él quiso acercarse varias veces, siempre terminaba siendo regañado por sus padres. 

—Sólo voy al colegio... 

Lo vio relajarse e, incluso, si sus sentidos no le fallaban, avergonzarse de haber tenido esa reacción. Mauro se alegró cuando vio que el chico no dijo nada más cuando empezó a caminar a su lado, ambos dirigiéndose hacia el mismo lugar. 

Sin embargo, le tomó semanas para que el chico le volviera a hablar. Para llamar su atención, salía del salón con sus amigos, dando vueltas por el salón de Tiago. Ellos pensaban que Mauro se había fijado en una chica, que al igual que Tiago, se quedaba sola en el salón, solo que ambos a cada esquina del salón. 

Así que cuando Tiago se empezó a salir de su salón, sólo para evitarlo, Mauro empezó a buscarlo por todo el lugar, llegando al punto de invadir su espacio personal para sólo quedarse observándolo, con bastante curiosidad.

—Cómo te encanta romper los huevos —le habló con fastidio, antes de alejarse de él, con una cajita de jugo en sus manos. Sólo consiguió avanzar unos pasos, cuando Mauro le habló otra vez. 

—Dale, sólo quiero ser tu amigo...   

Ante estas palabras, Tiago se río con ironía, volteando a verlo. Para Tiago, era inconcebible la idea de que alguien quisiera ser su amigo. Desde muy pequeño la vida se había encargado de hacerle saber, y Mauro había sido un lejano espectador silencioso de aquello. Ni siquiera él estaba seguro del por qué se había interesado por él ahora. 

—No jodás, vos, este... ¿cómo te llamás? —por primera vez, el chico de corte de casquito se veía confundido. Aquella mueca en su cara se le hizo chistosa e incluso tierna a Mauro, quien se rió en respuesta.

—Soy Mauro. Vos sos el... —su sonrisa se borró. No sabía cómo explicarle que sólo lo conocía con los nombres despectivos que todo el mundo le decía. —El hijo de la señora Griselda... —susurró, recordando que su madre a veces se refería así al chico. Este suspiró.

—No tenés que fingir que no me llaman "el niño maldito", "el niño del demonio"... Pero sí... Me llamo Tiago —contestó de forma desinteresada, aunque, muy en el fondo, había una pizca de dolor y vergüenza en sus palabras. 

—Es un buen nombre —Mauro sonrió. Le extendió la mano, pero Tiago no hizo señales de haber reconocido ese gesto. En lugar de eso, se volvió a dar la vuelta y se alejó completamente de él, dejándolo con la mano en el aire. 

Esto lo hizo enojar un poco a Mauro. Pero no se rindió. A la salida, le dijo a sus amigos, Thomas y Mauro —sí, se llamaba igual que él—, quien iba en un curso superior, que lo acompañaran a seguirlo. Los dos chicos pensaron que era una mina que le gustaba a Monzón; al darse cuenta de que estaban siguiendo al rarito, Thomas se detuvo en seco.

—¿Le hablás a esa cosa? —la forma en la que su amigo se refirió a Tiago los hizo detenerse a él y a Lombardo, y también a Tiago, quien iba tan sumido en sus pensamientos, que no se había percatado de que lo estaban siguiendo. 

—Thomi, cerrá el orto... —vio que Tiago echaba a correr e hizo lo mismo, yendo tras él. —Esperá, Tiago, ¡esperá!

Cuando lo alcanzó, sintió algo de dolor cuando tocó su muñeca, al tiempo que el, hasta el momento, inexistente viento empezó a tomar mayor velocidad. 

—¡Soltame! Si venís con tu bola de amigos a pegarme, yo... 

—¡No te vine a pegar! —lo miró a los ojos, que estaban rojos, como la primera vez que lo vio. Desterró el pensamiento de que eran unos lindos ojos al fondo de su mente al darse cuenta de que, a pesar de lo amenazantes que se veían, había un pequeño rastro de miedo en ellos. Se preguntó si ya lo habían seguido para golpearlo.

Tembló con algo de frío cuando el viento se hizo más fuerte. Soltó la muñeca de Tiago y miró hacia atrás, por donde se iban acercando Lombardo y Thomas. Volvió a ver a Tiago, quien seguía con los ojos rojos, pero sus líneas faciales indicaban que ya se había relajado. El viento soplaba con más calma.

—No te voy a pegar, ¿sí? —levantó las manos en señal de rendición.

—¿Qué hacés acá entonces? —elevó una ceja. Sin saber la razón, Mauro sintió que sus mejillas se calentaban ante ese gesto. 

—Ya te dije que quiero ser tu amigo.

—Sos muy rompebolas, Mauro. ¿Por qué querrías ser mi amigo? —a Mauro le dio risa porque en su cabeza se le figuró que la cosa estaba yendo como en una entrevista de trabajo; "Una entrevista para ser amigos", pensó, riéndose. Aquello le generó una mueca a Tiago, quien inevitablemente miró hacia la cámara imaginaria, preguntándose si el chico no tenía problemas mentales o si estaba drogado.

—Sólo quiero serlo, ¿necesito un motivo? Bueno, no quiero que estés solo...

—Yo nunca estoy solo, Mauro.

—...Creo que sos re interesante y no me asustás. No me importa lo que digan mis padres —confesó. —Sólo quiero conocerte.

Aquellas palabras salieron de forma sincera de su boca, desconcertando más al chico, quien ya se empezaba a impacientar. Tiago quería entrar a su casa y decidió que sólo había una forma de que el otro lo dejara en paz.

—Está bien. 







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𝒎𝒆 & 𝒕𝒉𝒆 𝒅𝒆𝒗𝒊𝒍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora