Una parte de Tiago se arrepentía de haber accedido al capricho de Mauro. Esa parte pesimista suya le decía que sólo era un jueguito para que el chico y sus amigos se terminaran burlando de él. Terminaría desechado como todas sus amigas, las sombras de su habitación, le susurraban por las noches.
—¿Estás bien, amor? —preguntó su madre, cuando lo vio callado a la hora de la comida. Sabía que su hijo no tenía amigos, pero en casa nunca se había quedado en silencio, platicándole a ella lo que pasaba en el colegio, de los chismes de los que se enteraba o quejándose de las cosas que no le gustaban de sus compañeros.
—Hoy un niño me habló. Fue muy fastidioso.
Con el pasar de los días, Tiago se fue acostumbrando a que Mauro fuera a buscarlo a la hora de la salida, acompañado de sus otros amigos. Conoció a Thomas, quien no le caía bien. A 'Duki', con quien se llevó algo mejor. A Enzo, quien tampoco hacía mucho esfuerzo por hablarle.
—Vamos a la plaza, ¿querés venir? —preguntaba Mauro, esperando alguna afirmación del morocho, quien siempre se negaba.
—Tengo tarea. Tengo que limpiar la casa. Tengo que ayudar a mi mamá. —Eran tan sólo algunas de las excusas que daba el chico, molestando un poco a Monzón. Sólo quería integrarlo en el grupo de amigos, pero Tiago sí que se lo ponía difícil.
La verdad es que Tiago se rehusaba a integrarse con ellos, por miedo a que lo terminaran dejando. Era mejor no tratar de alcanzar el cielo, que caer del cielo conforme se acercaba al sol, pensaba, pues recientemente, había leído un libro de mitos griegos. Lee parecía que el mito de Dédalo y el minotauro lo reflejaba a él en todos sus aspectos.
Sin embargo, las cosas no salieron como Tiago esperaba, pues un día Mauro fue directamente a pedirle permiso a su madre de que le diera permiso de salir. Al principio, Griselda se sorprendió, pero con alegría, accedió, así que hizo que Tiago saliera y fuera con el chico, quien estaba cuchicheando con sus amigos.
—¿Estás feliz? —dijo, con algo de mal humor, acercándose a ellos. Thomas y Enzo dieron un paso hacia atrás al verlo. Esa era una de las razones por las que no quería juntarse con ellos: le tenían miedo. Aunque era algo a lo que estaba acostumbrado, no era algo que le gustara. Él no quería ser temido.
—Sí.
Los cinco chicos empezaron a caminar por las calles del lugar. Caminaron bastante, hasta llegar al lugar secreto en el que se reunía la pandilla. Tiago se sentía bastante fuera de lugar, por lo que se sentó en la esquina más oscura que encontró en el lugar. Mauro se sentó junto a él, formándose la ruedita alrededor de él.
"Piola", pensó con sarcasmo. Los cuatro chicos empezaron a hablar de boludeces, haciéndolo reír poco a poco. Cuando Mauro escuchó su risa por primera vez, se quedó ligeramente pasmado. No supo por qué, pero la risa de Tiago le pareció la risa más linda que había escuchado alguna vez.
Desde entonces, cada vez que le era posible, intentaba hacer reír a Tiago por todos los medios que tenía, lográndolo cada vez más. Sin saberlo a ciencia cierta, iba cayendo en las garras del amor, quien, con sus hilos del destino, lo unía con Tiago. Siempre mantuvo esto a escondidas de sus padres, ya que le tenían prohibido juntarse con él.
Los domingos iban a la iglesia, donde se encontraba con un fastidiado Lombardo y a un Enzo lleno de sueño. Thomas era el único que prestaba atención.
—No entiendo por qué te juntás con Tiago —susurró Thomas cuando salieron, mientras sus padres hablaban.
—Tiago es re piola —se defendió. —No entiendo por qué lo hacen menos por ser diferente...
—Mis papás dicen que es hijo de un demonio —intervino Enzo.
—¿Por qué? —Mauro frunció el ceño. A él también le decían eso del chico, pero nunca le dieron una explicación; y Mauro ya estaba en la edad del despertar, ya no se conformaba simplemente con lo que le dijeran. Él quería saber la razón detrás de las cosas.
—Dicen que llovió mucho el día que nació —habló Lombardo, encogiéndose de hombros. Mauro Lombardo era el más "maduro" de ese grupito y se consideraba ateo, aunque nunca dijo nada de eso a sus padres.
—¿Y eso qué? —frunció el ceño.
—Qué sé yo, boludo. —Siguió con su actitud esa, sin darle importancia al tema—. Mi mamá dice que el día que lo intentaron bautizarlo y se le pusieron los ojos rojos y esas cosas, que hasta se giraron las cruces y así...
—Eso es algo que un demonio haría —habló Thomas.
—Dale, Rusher, sonás cómo mi abuela —se rió Mauro.
Cuando llegó a su casa, siguió pensando en eso. Le preguntó si eso que le había contado Duki era cierto. Él era un bebé también cuando pasó eso. Los ojos rojos de Tiago eran un signo de eso, pues definitivamente era algo normal, pero él no creía que era motivo para hacerlo de lado, un marginado.
Al día siguiente, en la escuela, se quedó viéndolo en silencio. No podía creer que una carita tan linda como la suya fuera de un ser demoniaco.
—¿Qué tenés hoy, Mauro? —preguntó Tiago, sacándolo de sus pensamientos.
—Estaba pensando... en lo que dicen de vos... —Mauro bajó la mirada, un poco incómodo. No quería ofenderlo, pero tampoco podía sacarse de la cabeza lo que decían de Tiago.
—¿Sobre qué? —preguntó Tiago, haciéndose un poco el boludo, pero ya sabiendo a lo que se refería el otro.
—Lo del demonio y esas cosas —Mauro soltó una risa nerviosa, pero Tiago no lo acompañó. —¿Por qué no... te defendés? —susurró.
—Porque, aunque lo intente, no me van a ver diferente... —Mauro frunció el ceño, no le gustaba el tono de resignación en la voz del otro. —¿Qué harías si lo fuera?
Mauro tragó saliva, sin saber qué contestar.
—Yo... —empezó, pero no sabía cómo seguir. Sentía un nudo en el estómago, pero no de miedo, sino de confusión. Siempre había pensado que Tiago era víctima de los prejuicios de los demás, pero, ¿y si había algo de cierto en los rumores? Tiago soltó una risa baja, sin humor.
—No hace falta que respondás. Es mejor dejarlo así.
Mauro no dijo nada, pero sentía la necesidad de seguir. No quería dejar las cosas así, no con Tiago. Había algo en él que lo atraía, algo más allá de las apariencias o los rumores.
—Mirá —dijo finalmente, con firmeza—, no me importa lo que digan los demás. Si fueras hijo de un demonio o de lo que sea, seguirías siendo mi amigo. Eso no va a cambiar.
Tiago lo miró sorprendido, y durante un instante, algo en sus ojos pareció suavizarse. Pero fue tan rápido que Mauro casi pensó que lo había imaginado.
—No sabés lo que decís, Mauro. —Tiago sonrió, pero no era una sonrisa alegre. Había algo triste, algo cansado en esa expresión—. Hay cosas que no podés entender, cosas que es mejor que no sepas.
—Entonces explicámelas —insistió Mauro, dando un paso hacia él—. Yo no te voy a juzgar.
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𝒎𝒆 & 𝒕𝒉𝒆 𝒅𝒆𝒗𝒊𝒍
Fanfiction𝒎𝒆 & 𝒕𝒉𝒆 𝒅𝒆𝒗𝒊𝒍 ᯼ litiago A Mauro y a los demás chicos del barrio les causa curiosidad por qué sus padres no quieren que se junten con ese chiquillo de ojos grandes y pelo cortado en forma de casco. No parece ser tan malo co...