𝐕

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Mauro no entendía por qué Tiago se había alejado de él tan de la nada. Un día estaban bien y al día siguiente, el chico se camuflaba entre las sombras para esquivarlo. Justo cuando Mauro había terminado de aceptar que se estaba enamorando de un chico que todos consideraban raro y que estaban en el mismo plano de igualdad de sentimientos... 

Mauro llegó ese día bastante cansado a su casa. Había estado vagando por todos los rincones y había recorrido todas las calles que caminaban juntos, con tal de encontrarlo y acercarse un poco, exigiendo una explicación. No tuvo éxito.

Cerró la puerta de su casa, quitándose la mochila, sólo para encontrarse con su madre, quien lo miraba con un gesto reprobatorio. 

—¿Qué te dijimos de juntarte con ese pibe, Mauro? —un escalofrío recorrió al de ojos verdes. Había jurado que sus padres no se enterarían, y que, si lo hacían, defendería a Tiago con su alma; pero ahora, se sentía como un niño pequeño al que atraparon haciendo una travesura.

—Perdón, má, es que...

—No, Mauro. Ese chico es peligroso y...

—¡No, no lo es! —"Es tierno, sólo es incomprendido. Es un niño completamente normal, como yo", pensó el adolescente, mirando a su madre, como si suplicara piedad. 

—¡Es un hijo del pecado, hijo! No te dejés arrastrar por él...

—No me dejo arrastrar por él, él no es malo...

Cuando su padre regresó a casa, fue lo mismo, pero peor. Lo regañó y le gritó, además de que le dijeron que se estaba "volviendo maricón". Era, de por sí, doloroso, ya que estaba en etapa de descubrir su sexualidad. Simplemente negó ser homosexual. Prometió que no se juntaría más con Tiago, lo cual fue una mentira que, extrañamente, no le causó arrepentimiento, como anteriormente lo hacía, al ser criado en un ambiente religioso. 

Al día siguiente, trató de resistirse a la tentación de buscarlo a la salida de la escuela, sin embargo, no pudo. Su inconsciente le pidió perdón a Dios, corriendo atrás del morocho, cuando lo vio salir. Cuando tocó la piel de Tiago, por la forma inesperada que lo hizo, sintió que ardía y la soltó.

—¡¿Qué?! —gritaron al mismo tiempo. 

—Quería hablar con vos... —inició Mauro, viendo que Tiago se frotaba la muñeca. Este lo volteó a ver con esos ojos que le encantaban. —¿Por qué me has estado evitando? 

Las mejillas de Tiago se pusieron rojas y desvió sus ojitos en señal de vergüenza. Se sintió nervioso ante esta pregunta de Mauro. Luego volteó a ver a los lados. 

—Acá no, Mau... —ahora fueron las mejillas de Mauro las que se enrojecieron cuando Tiago lo llamó por ese diminutivo que nunca usaba. Asintió y caminaron hacia la casa del chico del corte de casco. Conforme iban acercándose, Mauro recordaba más y más las palabras de sus padres en su cabeza y, finalmente, se detuvo a unos pasos de la casa de Tiago.

—De hecho, hay algo de lo que quería hablarte... —Tiago levantó la cabeza, como si ya pudiera sentir que algo estaba a punto de cambiar. —Mis viejos... sabés que a mis viejos no les gustás... —Tiago sintió su corazón haciéndose chiquito, aunque no era precisamente por los padres de Mauro. Sabía que era odiado y repudiado por la mayoría de los adultos. —Y... descubrieron que somos amigos y... —Mauro se pasó una mano por el pelo, tratando de encontrar las palabras para seguir.

Levantó la mirada, notando que tenía la mano entre las suyas. Los ojos de Tiago se notan más sensibles de lo que se veían hace unos meses, cuando recién empezaron a hablar. Se le estrujó el corazón, sabiendo que, de no ser por él, ahora Tiago no tendría un lazo por el que estar sufriendo ahora mismo. 

—Dijeron que soy malo, ¿verdad? Ya sé que soy malo para vos...

Aquellas palabras hicieron sufrir a Mauro, quien frunció el ceño, llenándose de valor y desición.

—Pero no quiero dejar de verte, Tiago. Sos mi mejor amigo. —Su sensación de malestar disminuyó cuando vio un brillo en los ojos de Tiago y cómo trataba de reprimir esa sonrisita que se estaba formando en sus labios. Su corazón se aceleró con ese pequeño gesto. —Podemos encontrar la forma de seguir viéndonos... Seguro fue la vieja chota de la señora Agustina. Es la más metiche de todas...

—Si, tenés razón. Ni sus gatos la quieren —dijo Tiago, un poco risueño.

—¿Cómo sabés? —preguntó, al tiempo que el otro chico se acercaba más a la puerta de su casa.

—Me lo han dicho.

Tiago regresó sus pasos para alcanzar nuevamente a Monzón, sólo para darle un beso en la mejilla, que lo dejó pasmado. En lo que éste reaccionaba, Tiago ya se había metido a su hogar, dejando frustrado a su amigo, mientras que pensaba en que los gruesos labios de Tiago, que a veces llegaba a pensar que eran de mujer, eran bastante suaves y podría acostumbrarse a ellos.

Por mientras, tenían que tener precaución para no ser descubiertos por alguna vieja chota del barrio. Eran muy chismosas, pensó, caminando a su casa. Abrió la puerta y se dirigió a su habitación, donde se quedó un rato mirándose en ese pequeño espejo que tenía en el lugar. Se pasó una mano por el cabello.

—Tal vez debería pintármelo... —se agitó el cabello, pensando de qué color le quedaría mejor. Su mente nuevamente pensó en Tiago y en lo guapo que quería ponerse para él. Recordó sus ojos rojos y la esclerótica negra. ¿Qué color era el opuesto del negro?

A la semana siguiente, apareció con el cabello teñido, cosa que no les gustó a sus padres. Lo regañaron y lo amenazaron infinidad de veces, solo para que, a tales palabras, hiciera oídos sordos. Finalmente, sus padres lo atribuyeron a la rebeldía adolescente. 

Y como parte de su "rebeldía adolescente", decidió arriesgarse más con Tiago. Cada vez era más atrevido con el otro, con lo cual, lo tenía más nervioso y con climas cálidos. Incluso habían logrado ver un arcoiris, cuando le tomó la mano al chico. 

—Tiago... hum... Tengo una pregunta...

—¿Qué?

—¿Querés que seamos novios?







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𝒎𝒆 & 𝒕𝒉𝒆 𝒅𝒆𝒗𝒊𝒍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora