Los días han comenzado a pasar de manera diferente. Ya no estoy atrapado en ese ciclo de recuerdos que me asfixiaban. Me he propuesto enfocarme en mí, en las cosas que siempre pospuse mientras intentaba salvar algo que ya estaba roto. Decidí volver al gimnasio, retomar el voleibol, esa pasión que había dejado de lado cuando parecía que no tenía tiempo para mí mismo. Y, aunque aún me persiguen los recuerdos de ti, ahora estoy intentando que no me consuman.
Las mañanas empiezan temprano. Mi cuerpo, que antes parecía cansado de tanto pensar, ha encontrado una nueva energía en la rutina. Cada levantamiento de pesas es una pequeña victoria, un recordatorio de que estoy aquí, avanzando. El peso en mis manos, el esfuerzo en cada repetición, es mi escape, mi forma de liberar lo que aún me pesa emocionalmente. Pero a veces, entre los espejos y las máquinas, siento que te veo. Una sombra, una sensación, como si estuvieras observándome. Me descubro imaginando qué pensarías si me vieras ahora, si notarías los pequeños cambios en mi cuerpo, en mi actitud. ¿Te importaría? ¿Lo notarías siquiera? Sacudo la cabeza y trato de concentrarme. Este es mi espacio ahora, no el nuestro.
Es extraño, nunca pensé que me costaría tanto dejarte atrás. Por momentos, el gym se siente como una forma de terapia. Es ahí donde me libero del agotamiento mental, donde me obligo a pensar en mí, en quién soy fuera de nuestra relación. Pero también es un espacio lleno de tus fantasmas. La música de fondo, las conversaciones que oigo mientras corro en la cinta, todo me recuerda algo de ti. Como si estuvieras presente en cada rincón de mi vida, incluso en los lugares donde pensaba que eras irrelevante. Y aún así, sigo viniendo. Día tras día, persiguiendo una versión de mí que no te necesita más.
El trabajo en la sala de cine se ha convertido en mi refugio nocturno. En la oscuridad de la cabina, donde las proyecciones avanzan y las luces se apagan, encuentro un silencio que me calma. Me gusta la rutina, el hecho de que cada película empieza y termina, que hay un orden en todo, un final claro. A veces me pregunto si alguna vez vendrás a una de las funciones, si entre la multitud de rostros desconocidos, un día te encontraré. Imagino el escenario en mi cabeza: te veo entrar al cine, buscando asiento, sin saber que estoy ahí, observándote desde la cabina. Pienso en cómo reaccionaría si nos cruzáramos en los pasillos, si verías en mí los cambios que tanto me esfuerzo por lograr.
Algunos días me siento tentado a escribirte, a contarte sobre estas cosas, sobre los pequeños triunfos que he alcanzado desde que te fuiste. Me gustaría que vieras que, aunque me rompiste, he encontrado la manera de reconstruirme, paso a paso. Pero luego me recuerdo que esa puerta se cerró. Que ya no hay espacio para que vuelvas, que esto que estoy construyendo es solo mío.
Aún estás en mi mente. No puedo evitarlo. Cada vez que hago algo nuevo, o incluso en las cosas cotidianas, apareces. En el gym, cuando alguien usa una fragancia que me recuerda a ti. En las noches, cuando me detengo un momento para sentir el cansancio del día y, por un segundo, me encuentro pensando en cómo sería si las cosas fueran diferentes. He intentado llenar mis días con actividades, con nuevos propósitos, pero siempre estás ahí, en el fondo, como un eco persistente que no se va.
A veces me pregunto si alguna vez dejarás de estar presente en todo lo que hago. Si algún día podré realmente olvidarte o si, por el contrario, siempre formarás parte de mí, aunque sea como un recuerdo lejano, una sombra que me sigue. Tal vez te llevaré conmigo para siempre, aunque cada día que pasa, tu presencia sea menos abrumadora, menos constante.
Por las noches, cuando llego a casa cansado, con el cuerpo agotado y la mente más clara, ya no abro la libreta para escribir sobre nosotros. En lugar de eso, pienso en mis próximas metas, en qué más puedo hacer por mí. Me he propuesto nuevos objetivos: levantar más peso, mejorar en el voleibol, tal vez buscar un ascenso en el trabajo. Quiero seguir moviéndome hacia adelante, sin que tu recuerdo me detenga.
Sin embargo, hay días en los que vuelvo a imaginar cómo sería si estuvieras aquí. Si vinieras conmigo al gym, si me miraras desde las máquinas mientras hago una serie más. O si simplemente te fueras a verme al trabajo, burlándote de la cantidad que has visto películas. Y luego me detengo, me doy cuenta de que esas fantasías son solo eso: recuerdos distorsionados de lo que podría haber sido, pero que ya no será.
Sé que estoy avanzando, pero no puedo negar que aún te extraño. Y tal vez sea así por un tiempo más. Pero al menos, cada día que pasa, me doy cuenta de que puedo vivir sin ti. Que puedo tener una vida plena, con o sin tus recuerdos. Que cada día que pasa, el dolor se atenúa un poco más, y el vacío que dejaste se llena con pequeñas cosas: el sudor del esfuerzo en el gym, la camaradería de mis compañeros de voleibol, el silencio reconfortante de la sala de cine.
Y aunque a veces desee que las cosas fueran diferentes, que tú estuvieras aquí para ver en quién me estoy convirtiendo, sé que este es mi camino ahora. Un camino en el que seguiré construyendo mis metas, tal vez con tu fantasma acompañándome por un tiempo, pero con la certeza de que, poco a poco, estoy encontrando mi lugar. Un lugar donde, finalmente, puedo ser yo mismo, sin que estés a mi lado