Capítulo 5

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Nunca pensé que podría sentirme tan agotada y a la vez, con tanta vitalidad. Era diciembre. Hacía frío y yo estaba bajo un montón de mantas con una taza de té entre mis frías manos. Contemplaba el paisaje por la ventana, intentando vislumbrar cualquier indicio del final del mal tiempo. El viento aporreaba de vez en cuando las ventanas y la nieva caía sigilosa sobre el asfalto. Podría haber sido un día fantástico, dentro de lo que cabía. Podría haberme quedado ahí echada sin hacer nada, viendo capítulos repetidos de pequeñas mentirosas y tomando bebidas calientes hasta deshacer el cubito en el que me había convertido.

Pero a las 2:30 un chico guapo, mentiroso, desquiciante y superficial pasaría a recogerme. Eran la 1:30 y ni siquiera había comido. Hice un esfuerzo para levantarme del sofá. Recorrí con mi mirada el salón: paredes color crema, sofás color crema con numerosos cojines de colores, una gran tele de plasma rodeada por unos armarios y una mesita central muy vintage. Había un par de cuadros en los que el autor parecía que había cogido colores al azar y haberlos tirado sobre el cuadro sin más. El salón tenía dos anexos, en cuyos marcos no había puerta, proporcionando al espacio mucha amplitud y luminosidad. Uno era el comedor: con las paredes del mismo color y el mismo tipo de muebles vintage. El otro era una cocina gigante y con barra americana. Pero no era la típica cocina moderna, sino que a pesar de su amplitud era acogedora. La cocina no se podía describir con otra palabra sino vintage. Los muebles de madera estaban pintados de blanco, las encimeras de madera conservaban su color natural, la encimera de la isla tenía todavía las imperfecciones típicas de la madera y tenía los bordes irregulares. El toque de color lo ofrecía una nevera antigua americana azul brillante.

Abrí la nevera en busca de los ingredientes para un sándwich perfecto. Me senté en un taburete delante de la barra americana y empecé a montarlo. El pan, ya tostado, abajo, luego el queso, el jamón y el queso otra vez. Otra rebanada de pan. Mayonesa, canónigos, tomate y atún. Rebanada de pan. Pepinillos.

Señoras y señores, les presentamos el mejor sándwich del mundo. ¡Único en su especie!

Mi mente siguió divagando mientras engullía el mejor sándwich del mundo hasta convertirlo en simples migas encima de un plato. Cuando hube terminado ya eran las 2:15 y corrí subiendo las escaleras hacia mi habitación. Me metí en mi vestidor, en busca de una chaqueta y unos zapatos acordes con mis leggins y mi camiseta negra. Acabe optando por mis converse negros y mi cazadora negra que simulaba al cuero. Ya sé que parecía gótica, pero llevaba una mochila con ropa para cambiarme más tarde. Había descubierto unas duchas en el cuartel y pensaba usarlas mientras esperaba que mi padre apareciese. O más bien a que me mandase un mensaje diciendo que no podía venir.

2:30. Abrí la puerta principal para encontrarme el todoterreno negro de Noah y a él apoyado en el coche. La típica aparición de un chico malo cuando quiere impresionar a su chica. La única diferencia era que yo no era su chica y nunca lo sería.

-¿Lista Zana?

Obvie su comentarios soeces y me metí en el coche. La verdad, no entendía por qué me llamaba Zana. Quiero decir, vale que no era ni rubia ni morena, pero tampoco era exactamente pelirroja. Era más bien caoba. Y a mi me gustaba mi pelo caoba. La radio comenzó a sonar con su música rock. Odiaba la música rock. Intenté pasar de ella, pero juraría que el volumen cada vez estaba más alto, así que extendí la mano y cambié de emisora. Ahora sonaba música pop, algo más ligero.

-Eh, ¿qué coño estás haciendo? -me gritó Noah cambiando de emisora.

-Odio el rock. -le contesté volviendo a cambiar.

-Que casualidad, a mi resulta que me encanta. -puso una cara que indicaba que estaba molesto mientras giraba la rueda de la radio. Molesto, no enfadado.

Aproveché un despiste para volver a cambiar pero Noah interceptó mi mano y la agarró con fuerza, impidiendo que volviese a cambiar. El coche paró cuando el semáforo se puso en rojo.

-¿Qué te había dicho? -preguntó aún con mi mano entre la suya.

Noah pretendía mostrar enfado, pero su cara no correspondía a esa emoción. Sus ojos parecían brillar, convirtiendo sus ojos marrones verdosos en un verde más intenso. Me escrutaba la mirada, pero al poco tiempo comenzó a mirar los pequeños detalles de mi cara. Yo seguí concentrada en sus ojos. Su mano me apretaba algo menos a cada centímetro que parecía que se acortaba entre nosotros dos.

Pero entonces un claxon sonó. El semáforo se había puesto en verde. Noah volvió a centrar su vista en la carretera mientras gritaba algunas palabras soeces de vez en cuando a los demás conductores. No me soltó la mano en todo el trayecto.

Siguiendo un sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora