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El sol de la mañana bañaba las canchas de entrenamiento del predio de la AFA. El ambiente estaba cargado de energía y expectación mientras los jugadores se preparaban para otra sesión intensa. Yo, con mi cámara en mano y la ansiedad del día un poco más controlada, me deslicé entre las sombras, buscando los mejores ángulos para captar la esencia de estos momentos. Era mi oportunidad de empezar a construir mi archivo personal, capturando a los jugadores en su estado más puro, mientras entrenaban.

Primero enfoqué a Ota. Siempre con esa mirada feroz y determinación en el rostro. Le tomé varias fotos mientras hacía ejercicios de resistencia, el sudor corriendo por su frente y sus músculos tensos mientras empujaba su cuerpo al límite. Cada clic de mi cámara parecía inmortalizar esa fuerza brutal que lo caracterizaba. Me acerqué un poco más, queriendo captar su concentración absoluta.

A pocos metros, vi a Leo controlando el balón con una suavidad que casi parecía irreal. Cada toque con el pie era perfecto, como si la pelota fuera una extensión de su cuerpo. No podía dejar de fotografiarlo. Su rostro relajado y concentrado al mismo tiempo, el sol resaltando cada movimiento preciso. "Este hombre es de otro planeta", pensé mientras tomaba una foto donde parecía flotar con el balón pegado a su pie.

Mi cámara no descansaba. El siguiente en mi objetivo fue Rodrigo De Paul, que siempre traía esa energía desenfrenada que lo hacía destacar en el campo. Hice zoom mientras corría a lo largo de la cancha, sus piernas fuertes impulsándolo a toda velocidad. Justo cuando estaba enfocando en su rostro, que mostraba una mezcla de esfuerzo y alegría, lo vi detenerse de repente. Me giré un poco confundida, y ahí estaba, caminando hacia mí con una sonrisa pícara en los labios.

—¡Eh, Anto! —me llamó, agitando la mano—. A ver, ¿qué fotos me sacaste?

Me reí por lo bajo, sabiendo que De Paul siempre tenía esa chispa juguetona, y le mostré algunas de las fotos en la pequeña pantalla de mi cámara.

—Te las vas a tener que ganar, Rodri —dije bromeando, pero él no se dejó intimidar.

—¿Ganar? —preguntó, acercándose más y mirando las fotos por encima de mi hombro—. Si salgo bien en todas, boluda. Ya sabés que soy el modelo ideal.

Rodri se inclinó un poco más hacia mí, su aliento cálido en mi mejilla mientras revisaba las imágenes. Sabía que le encantaba la atención, y estaba disfrutando del momento.

—Dale, sacame una buena, que la pongo de perfil —dijo con una sonrisa descarada, y justo cuando me preparaba para enfocar de nuevo, escuché una voz fuerte que cortó la escena de inmediato.

—¡Rodrigo! —gritó Scaloni desde el centro de la cancha, su tono no dejaba espacio a interpretaciones—. ¡Dejá de joder y volvé al entrenamiento!

Rodrigo se giró, levantando las manos en señal de rendición, pero no sin antes guiñarme un ojo, como si el reto de Scaloni no fuera más que una pausa momentánea en su juego de seducción.

—Nos vemos luego, Anto —me susurró antes de trotar de vuelta a la cancha, aún con esa sonrisa traviesa en los labios.

Me quedé quieta un momento, sintiendo cómo la atmósfera cambiaba a mi alrededor. Volví a enfocarme en mi cámara, pero esta vez, sin saber por qué, mis ojos fueron directamente hacia Scaloni. Estaba en el centro de la cancha, con los brazos cruzados sobre el pecho, observando a los jugadores con esa mirada de acero que lo caracterizaba. Tenía el ceño fruncido, todavía molesto por la distracción de De Paul. Decidí aprovechar el momento.

Comencé a tomar fotos de Scaloni. Su postura firme, su expresión seria, el liderazgo que emanaba en cada gesto. Pero, de alguna manera, mis ojos empezaron a descender. Mi cámara enfocó sus piernas, fuertes y marcadas bajo los pantalones cortos que llevaba. La tensión en los músculos era evidente, y sin darme cuenta, comencé a capturar más fotos de sus piernas que de su rostro.

LA FOTÓGRAFA (Lionel Scaloni x FEM!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora