Capítulo Primero

12 2 0
                                    

«Cualquier destino, por largo y complicado que sea,
consta en realidad de un solo momento: el momento en
que el hombre sabe para siempre quien es».

JORGE LUIS BORGES.

PORTIA


El Sol presidía eufórico la corte celestial.

Cualquier persona, relativamente normal, veneraría las mañanas como estas. El cielo radicaba del todo despejado. Escoltado por los menudos resplandores de nuestro amado señor del día agenciaba filtrarse por cualquier abertura u orificio que atinara. Dejando a mi tornada piel, anhelando de un contacto más potente y perpetuo.

Yo soy más de piropear los días nublados, aunque no podía negar que se sentía bien dejar de ser amargada por un santiamén a pesar de que fuera insignificante. Concluí que para acompañar lo cautivador de la jornada no encontraría mejor propuesta que desayunar en mi café favorito.

Pensarán que para resultar ser nombrado de esa forma debería ser muy concurrido o elegante. En efecto, es lo contrario a lo que deliberan, siendo esto lo que me lo implique llamativo. El sitio es pequeño, paredes pintadas de un marfil lustroso, cuadros de arte dispersados, mesas redondas con manteles blancos de encaje, junto a dos sillas en cada extremo. No lo frecuentan casi personas, es muy sencillo. Pero a lo largo de mi vida he comprendido que lo cándido he intrascendente da producto a ser más atrayente y seductor que lo desmedido.

Como siempre, a pesar de todo, ahí me encontraba yo, en este ciclo tan constante. Tomando mi taza de té, desayunando un pastelillo de arándanos, en mi café poco visitado con presencia de un clima dotado de hermosura. Especulé, que nada podría arruinar mi galante contexto, que literalmente, por única y primera vez en mi vida, Dios me sonreí y renunciaba a proponerme trabas en todos mis planes. Pero siempre se me olvida, que la justicia divina para mí no existe, y todo conspira en mi contra.

De pronto escuché pasos apresurados acercándose hacia mi, pero hablo con gran velocidad antes de que pudiera siquiera levantar la mirada.

—Tienes una firma de autógrafos en el hospital psiquiátrico Massachusetts General Hospital —informó alegre, aunque un poco agitado por el apuro que parecía tener,—retirándose posteriormente de especificar lo dicho.

«Anunciaron agua, y calló mierda».
           
En verdad, no sabía si lo que había sentenciado era cierto, ya que me ha amenazado varias veces con internarme. O si con exactitud tenia firma. Era un tema irrelevante para mí.

Minutos después, acto seguido, llego la camarera notificándome que el señor que se había conversando conmigo había pagado la cuenta.

Ese, damas y caballeros, era mi “idolatrado y codiciado”, —que se note el sarcasmo— manager Rio Marks, es el típico hombre latino bien dotado, con una belleza envidiable, alto, de cabello negro, de piel quemada, asimismo de madre brasileña, y padre estadounidense. El prototipo de hombre que buscan la gran mayoría de mujeres, con un léxico impresionante, atento, galante, educado, en fin, perfección es lo que le corre por las venas. Si bien a mí nunca me ha escandalizado, es simplemente la persona que atiende mis planes, organiza mi agenda, y que a veces cuando se lo propone llega a ser como un grano en el culo.

—Voy a dejar de perder el tiempo e ir al apartamento a cambiarme que más tarde va a estar llamándome para saber que me falta o por donde voy —me dije a mi misma para alentarme a desparecer de aquí.

Preparándome mentalmente para la horrorosa tarde que iba a pasar en ese hospital visualice una cosa brillante al lado de mi taza de té, la tome con total delicadeza entre mis dedos, levantándolo lo más posible para poder percatarme de hasta los mínimos detalles del objeto.

Hasta que nuestros miedos desaparezcan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora