- PRÓLOGO -

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Cualquiera menos yo.

Cualquiera menos yo quisiera vivir como yo.

Cualquiera menos yo moriría por tener a alguien cuya única tarea sea complacer mis caprichos.

Pero, nadie a excepción de mi vivió mi vida.


Mi padre lleva unas semanas algo extraño y aunque ya lo es de por sí, se le nota a leguas que algo le pasa y no quiere decirme el que. Se pasa el día con el ceño fruncido mirando la pantalla del móvil más caro y lujoso del mercado. Habla... bueno, más bien grita a todo lo que se le cruza en su camino mientras su perfecto peinado libro se desaliña a cada sílaba alzada que su garganta deja escapar. He llegado a pensar que quizás echa de menos a mi madre, quien lleva de viaje con sus amigas más de dos semanas sin llamar o dar alguna señal de vida. Mi padre dice que está viva y que se lo está pasando tan bien que no tiene ni tiempo de llamar y yo le creo, me pongo muy feliz además. Mi madre acaba de superar una enfermedad bastante complicada que seguro que todos conocéis: Cáncer de mama. Antes de irse de viaje me confesó que quería darle un cambio radical a su vida, que quería disfrutarla al máximo. Para mi es de las mujeres más bohemias y aventureras que jamás haya conocido y, aun así, es multimillonaria.

Pero.. retomemos el presente mejor...


Llevo esperando a mi padre para poder cenar, como cada media noche, más de una hora y mi paciencia no es de oro precisamente. No penséis en proponer que lo llame porque ya lo he hecho... más de veinte veces. La sopa exquisita que Emilia nos ha preparado está fría e inerte sobre la mesa, a ambos extremos y mis dedos repiquetean nerviosamente en el mantel blanco y sedoso que hay para no rallar el cristal.

De pronto se abre la puerta, no soy capaz de verlo, pero si de escucharlo y no hago otra cosa que levantarme enérgicamente de la silla haciendo que se caiga al suelo y caminar animadamente hasta la puerta con una sonrisa de alivio entre mis labios. Sonrisa que se desvanece cuando en lugar de encontrar a mi frustrado padre, encuentro a Lee Aiden. El socio y mejor amigo de mi padre, que por cierto me cae brutalmente mal.


- ¿Qué haces tu aquí?- Le pregunto en un tono hostil mientras mis brazos se cruzan y mi ceño se frunce en un enfado cada vez más notable.

- Avana...- Cuando me fijo en su rostro, puedo identificar... nada... está absorto y con la mirada perdida aunque trate de mirarme a mi. Ahí comienzo a sospechar que algo para nada bueno está pasando. Pero ni si quiera intenté suavizar mi expresión o el tono de indiferencia.

- ¿Por qué tienes unas llaves de mi casa? Pienso decírselo a mi padre en cuanto vuelva.- Le respondo en un tono inquisitivo, ignorando su mala cara y las ojeras de esta mientras lo acuso con mi dedo índice.

- T- Tu... tu madre...


Y así fue como me enteré de que mi madre nunca se fue de viaje y de que tampoco había superado el Cáncer de mama. Había vuelto al hospital por petición de su médico, que por cierto era el más prestigioso del país y la atendía exclusivamente solo a ella. Pero ni con todo el dinero del mundo - el de mis padres- mi madre se pudo salvar. Esa noche mi madre falleció, se apagó y ni suplicándole al cielo o a ella mientras lloraba como una condenada pude volver a encenderla. Ni con mi mirada - que ella siempre decía que la encandilaba y la hacía resurgir de sus cenizas- pude hacerlo. Mi madre se había ido y con 18 años me había quedado medio huérfana al cuidado de un hombre que me adora y trata de cuidarme, pero sabía que yo acabaría cuidándolo a él porque es un desastre.

Limerencia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora