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Una... ¿mujer?

Joder, Gally no cesaba en sus quejas sobre mí. En ese momento, deseé arrancar un árbol y arrojárselo para que se callara. Sin embargo, no iba a hacerlo, ya que, como recién llegado, debía mantener cierta compostura.

— No se te ocurra acercarte al laberinto. ¿Queda claro, novato?

La pregunta me devolvió a la realidad. Gally, visiblemente enfadado, esperaba una respuesta.

Jodéte, Gally.

Sin darme cuenta, ya me encontraba adentrándome en el laberinto, mientras Gally y otros habitantes me llamaban desde atrás.

Joderos vosotros también, cabrones.

El lugar me oprimía, con sus muros que parecían no tener salida.

¿Por qué había entrado? Pues bien, odiaba todo allí: la comida, las cabañas donde dormíamos, la falta de higiene y la mayoría de los habitantes. Todo me resultaba insufrible.

Si las circunstancias hubieran sido distintas, tal vez no me habría adentrado en un lugar tan ominoso y peligroso. La curiosidad jugaba un papel, pero mi impaciencia era mayor. Quería libertad, salir de ese lugar lo antes posible.

Mientras caminaba, explorando el lugar con recelo, las voces de los demás se fundían en un murmullo de fondo que no me interesaba. Mi deseo de escapar seguía siendo más fuerte.

Mientras mis ojos se posaban en aquel escenario sombrío y enigmático, una alarma retumbó, interrumpiendo el silencio del lugar.

Oh, no.

Otro habitante más al que soportar.

Y al que odiar, por supuesto.

¿Debía quedarme a observar su llegada o seguir adelante en mi búsqueda de libertad? Por un lado, deseaba presenciar la expresión de aquel recién llegado, quizás incluso burlarme de su horror, como lo habían hecho conmigo cuando llegué. Por otro, no quería perder la oportunidad de explorar aquel lugar tenebroso e intrigante. Aunque estaba a cierta distancia de los demás chicos, la tentación de continuar mi camino era grande.

Me encontraba en un dilema: ¿asistir al alivio cómico de ver la cara del nuevo novato o correr el riesgo de meterme más profundo en el laberinto?

Volví sobre mis pasos y me acerqué al lugar donde estaba el nuevo habitante.

Me acerqué a la multitud que se congregaba alrededor del nuevo novato, ansioso por conocerlo y compartir la bienvenida tan peculiar que había recibido yo mismo hace un mes.

Los murmullos se tornaron cada vez más sonoros, captando mi atención y acelerando mis pasos hacia el grupo que se estaba formando.

La sorpresa me invadió cuando finalmente comprendí la razón de la conmoción. No era lo que esperaba. De hecho, era lo más alejado de mis expectativas.

Una... ¿mujer?

No se trataba de un habitante...

Sino de una habitanta.

Sé que la palabra no existe, pero me resulta útil para transmitir la sorpresa ante esa situación inusual y poco común.

Avancé con determinación hacia ella, empujando con brusquedad a los chicos que intentaban obstaculizar mi paso. Una vez conseguí una mejor vista de la chica, observé con cautela cada detalle de su aspecto.

Durante un instante, el mundo a mi alrededor desapareció. Sólo ella ocupaba mi atención.

Su cabello castaño ondulado caía sobre sus hombros, sus ojos grandes y cafés mostraban temor y su rostro estaba marcado por pecas y lágrimas. Su nariz era respingona, sus cejas dibujaban un arco suave y sus labios, ligeramente gruesos y de un tono rosado, parecían llamar mi atención más que nada.

Sujeto No ReconocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora