3

110 11 9
                                    

El pozo

Después de contarle a Sophia la razón por la que le dije que viniera conmigo al pozo, desconfío. Pero mis intuiciones eran ciertas.

Jack — o como se llamase— junto a su amigo, se acercaban a la cabaña de la chica que tenía a mi lado. Tras ver que no estaba allí, empezaron a perder la paciencia, hasta que se dieron por vencidos y se marcharon a sus cabañas. Era tarde, de madrugada.

Cuando estuve apunto de decir algo, me di cuenta que Sophia estaba dormida, en el suelo.

La escena era silenciosa y solemne, solo se escuchaba el suave sonido de la respiración de Sophia mientras dormía. Al principio, sentí una oleada de preocupación al verla tirada en el suelo, pero luego de observarla con detenimiento, comprendí que solo estaba profundamente dormida. Su respiración era lenta y tranquilizada, y su pecho se movía con la misma cadencia.

Aunque me había quedado despierto para asegurarme de que no le ocurriera nada malo, pronto me di cuenta de que había otro motivo que me mantenía allí, sentado a su lado.

Sus facciones relajadas y sus labios rosaditos eran cautivantes. Sus pestañas parecían cobijar algo más profundo y sus cuarenta y un pecas, esas peculiares marcas en su piel, eran casi hipnóticas.

Era extraño para mí quedarme despierto por horas, de hecho, me dormía en un plis plas. Pero no sabía porqué con ella me era difícil, ni porqué mi corazón latía con rapidez cuando la veía así, como algo inocente y delicado.

Era como si su simple presencia me tranquilizara y me hiciera sentir en mi lugar seguro. Se suponía que debía ser el Claro, pero para mí ella lo era.

Le volví a observar de arriba a abajo, notando cada detalle de su cuerpo: sus muñecas con marcas de pulseras, su clavícula marcada, su cuello expuesto y tentador, sus pechos de tamaño moderado pero aún así atractivos, su abdomen plano con curvas que acentuaban su cadera, su trasero redondeado y respingón, y sus piernas largas y bien proporcionadas. Me gustaba su cuerpo tal como era, sin importar su peso o cualquier otro factor externo, y sentía una profunda admiración por su belleza natural.

Tiempo después había quedado rendido en el sueño y había soñado... em... bueno, ya sabéis. Tan solo con decir que fue con Sophia, ya sabréis qué tipo de sueño.

Al abrir los ojos, me encontré con la imagen de aquella chica sonriendo ampliamente mientras me observaba, pero su sonrisa se desvaneció cuando me desperté del sueño en el que había estado sumergido.

— Parece que tú también estás obsesionada conmigo, ¿eh? — dije, aún algo adormilado pero capaz de hablar mientras me frotaba los ojos.

—Lo siento, no puedo evitarlo.

Ella tenía el cabello castaño despeinado, pero aun así se veía hermosa. Sus grandes ojos cafés me estaban observando fijamente, provocando una sensación similar a la que siempre sentía en su presencia. La imagen era perfecta, y me resultaba difícil apartar la mirada de ella.

— Obsesionada, eh... ¿No estarás pensando en mí todo el tiempo?

— Quizás... un poquito. Pero shh, no le digas a nadie.

— Lo tendré en secreto. Pero si me prometes algo a cambio.

Ella me miró con una sonrisa intrigante, arqueando una ceja.

— ¿Y qué tendrías tú que prometerme a cambio, hmm?

— Pues... prometo no decirle a nadie que te has metido conmigo aquí y que hemos foll...

— ¡THOMAS! — exclamó, enrojecida,  dándome un codazo en las costillas.

— Vale, vale. Pero podemos hacer que eso se vuelva realidad.

Rodeó los ojos, incorporándose.

— Ya te gustaría.

Tras verla de pie, me dió una vista perfecta del perfil de su trasero, por lo que sonreí.

— Me encantaría — respondí.

— A ver, listillo — se estiró, antes de verme con esos ojitos que tanto me gustaban que me vieran, aún así me pusieran nervioso—, ¿qué debo prometerte a cambio?

Hice una pausa, pensando en lo que iba a decir.

— Prométeme que no cruzarás el laberinto— le pedí en serio, pues no quería que ella corriera ningún riesgo innecesario.

Ella enarcó una ceja, sonriendo.

— Solo si me presentas a los demás habitantes.

¿Cómo le decía que no conocía ni a la mitad de ellos? No eran muchos los nombres que sabía, en comparación con los demás — sin incluir a la única mujer en el Claro—. Me rasqué la nuca. Tampoco creía que se lo tomaría taaan mal, ¿verdad? ¿Pero por qué me sentía avergonzado? Joder, ella siempre sacaba cosas nuevas de mí que ni yo sabía que existían.

—De acuerdo, te presentaré a los que pueda —respondí en medio de un suspiro—. Ahora solo tenemos que esperar a que abran. Escóndete.

Me tomó por sorpresa cuando oí el sonido de unas llaves. No supe qué decir, me limité a observarla, viendo cómo se aseguraba de que nadie la viese, para luego empezar a introducir la llave en el cerrojo.

Mientras ella se ocupaba de eso, yo pensaba. Tenía un bonito cuerpo, pero eso no era lo que llamaba más mi atención; sino ella. Era diferente a los demás. No parecía mala persona. Me daba las mismas vibras que le daba yo a ella. Y eso me gustaba. No la odiaba, no encontraba nada malo en ella. Era... ¿perfecta? No lo sabía. No la conocía mucho. Tal vez era una impresión momentánea, pero por ahora la palabra le quedaba bien.

— Ya está — su voz interrumpió mis pensamientos.

Cuando me incorporé, me sentí listo para salir de ese lugar y dejarlo atrás. Gracias a Sophia, había logrado mantener la cordura en esa situación tan aburrida y estresante. Ella había sido mi salvación, mi única esperanza en medio de la oscuridad.

A medida que caminábamos por el Claro, le presenté a cada uno de los habitantes que encontramos desde lejos por el camino. A los que conocía les presenté con su nombre, y a los que no conocía, improvisé unos nombres para no parecer ignorante.

En el fondo, me di cuenta de que me preocupaba mucho la impresión que dejaba en ella, y eso me hizo cuestionar mis sentimientos. Tal vez estaba desarrollando ciertos sentimientos, pero odiaba admitirlo. No sabía qué era el amor, solo sabía que era algo bonito. Probablemente ella me enseñaría cómo se sentía, pero estaba dispuesto a hacérselo sentir yo también.














Sujeto No ReconocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora